Que los libros hablan, es algo bien sabido por cualquier aficionado al mundo de las letras. Pero lo de mantener un diálogo fluido con su lector es algo más raro, sólo reservado a los ejemplares que han pasado por manos de lectores ávidos y amantes de exponer sus pensamientos en las publicaciones que leen, a modo de simbólica conversación con el autor. Y aún es más raro que, 400 años después, una estudiosa repare en esta conversación y la estudie detenidamente. Y lo que deja de ser raro para convertirse en absolutamente excepcional es que la estudiosa, catedrática jubilada de Filología Latina de la Universidad de Murcia desde 1972 –ella fue, nada menos, que la primera catedrática de la UMU- repare en un hallazgo tan inesperado como fascinante: que el ilustrado y sagaz lector, dueño original de la publicación y autor de los numerosos subrayados y comentarios del libro había sido nada menos que Francisco de Quevedo y Villegas.
No se trataba del primer hallazgo importante de libros que realizaba Francisca Moya del Baño, pero sí probablemente del más inesperado y el de más valor.
Se trata de un ejemplar de la Eneida, que escribiera Virgilio en el siglo I a.C., uno de los clásicos de la literatura universal, en una edición de 1612, en la que el autor de “Vida del Buscón llamado don Pablos” hizo numerosos subrayados, e incluyó anotaciones que, para una avezada lectora y destacada investigadora en el tema, la profesora Moya del Baño, aportan una información valiosísima: “En sus notas hemos podido ver su ingenio, sus pensamientos, su cultura ‘sus gustos’…”.
El ejemplar es el volumen primero de la edición y comentario de la Eneida de Juan Luis de la Cerda, que vio la luz en 1612. Perteneció al Convento de Carmelitas Descalzos de Criptana, y, como asegura la profesora de la UMU, “En él puso don Francisco huellas que testimoniasen que había estado en sus manos”. Las tales huellas son subrayados, remisiones a páginas y anotaciones, que aportan una valiosa información sobre los gustos e intereses del genio del Siglo de Oro, tales como cuestiones gramaticales, estilísticas y cosas curiosas. El escritor dejó seña de su bagaje cultural y de los libros de su pertenencia, que conocía y había leído. “Todo le interesa y en mucho se detiene” comenta Moya del Baño, incluidas ciertas notas misóginas (como la “maldad de las mujeres”, contra la cual los dioses –decía Eurípides- no encontraron remedio, aunque sí contra las serpientes y víboras, o alguna otra “maldad quevediana”, como el placer de la venganza o que, según decían los filósofos, “la muerte es un regalo de los dioses”.
El libro en cuestión había caído en manos de Francisca Moya hace más de treinta años, regalo de su mentor, el también catedrático de la Universidad de Murcia, Manuel Muñoz Cortés. A él y a este libro, asegura la profesora, se debe mucho de su interés por los humanistas españoles “pues quedé absolutamente maravillada ante la erudición y claridad del Padre La Cerda”, siendo el origen de varios trabajos importantes realizados desde el Departamento de Filología Clásica de la UMU.
El ejemplar había estado en ese departamento cuatro años, con el fin de servir de apoyo a una tesis doctoral, para volver posteriormente a los anaqueles del domicilio de Francisca del Baño hasta que, en noviembre de 2012, buscando una ilustración para que sirviera como portada de una obra sobre Virgilio que iba a publicar Editum, el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia, lo tomó en sus manos, y pasó las hojas del viejo y deteriorado ejemplar. “Planché –las hojas- como me enseñó el profesor Lasso de la Vega”, deteniéndose ante una anotación. Después encontró otra, y otra… La profesora no podía dar crédito a lo que veía: allí estaba la letra de Quevedo, y saltó de gozo y alegría –asegura-, que reconoció por haberla visto en otros libros. Acudió a un experto, que lo corroboró. Y se dio cuenta de que el destino le había propiciado una insólita jugada: tras pasar buena parte de su tiempo buscando ediciones del escritor, el azar se había servido de un común amigo –suyo y también, de alguna manera, de Quevedo-, el profesor Muñoz Cortés para esperar en su propia casa el momento propicio para darse a conocer y entablar una jugosa y emocionante conversación separada por cuatro siglos.
Ahora, este ejemplar, junto a otros ocho, también de especial interés histórico, acaba de pasar a formar parte del importante patrimonio bibliográfico de la Universidad de Murcia, entre ellos “Las transformaciones”, de Ovidio, impreso en Valladolid en 1589, o un ejemplar de Antonio de Nebrija fechado en 1795, donados por la profesora Francisca Moya. Todos ellos se encuentran ya en la sección de Fondo Antiguo, en la Biblioteca María Moliner de la UMU.