“Hablar de traducción es muy difícil”, fueron las palabras con las que Ramón Buenaventura, Premio Nacional de Traducción, comenzó su intervención el pasado jueves 4 de mayo en la primera conferencia de las Jornadas de Traducción Literaria que organiza la Facultad de Humanidades de la Universidad de Almería.
El pasado día 4 de mayo se celebraron unas Jornadas de Traducción Literaria mediante ponencias y talleres que coordinaron profesores de tanto del Grado de Filología Hispánica, como de Estudios Ingleses.
Ramón Buenaventura, traductor, novelista y poeta, abrió estas jornadas con la conferencia sobre la figura del traductor, cuya presentación estuvo a cargo de la profesora Titular de Literatura Española, Isabel Giménez Caro, que abordó la historia profesional del recientemente galardonado Premio Nacional de Traducción.
Buenaventura, que ha impartido clase durante más de treinta años en la Facultad de Traducción de la Universidad Complutense de Madrid, confiesa que no se puede hablar de una teoría general de la traducción, pues esta es una labor de índole práctico, ya que cada vez que un traductor se enfrenta a una página, se lleva una sorpresa.
Buenaventura nos habló de El fantasma en el libro, una obra de Javier Calvo, Premio Biblioteca Breve, que versa sobre la traducción. Para llevar a cabo la redacción de esta, Calvo se puso en contacto con profesionales de la traducción, entre los que figura Buenaventura, a los que le formuló una serie de preguntas que ofrecen un panorama del mundo de la traducción.
“Evidentemente, a traductor literario sólo se puede llegar teniendo cierto prestigio literario”
La primera pregunta que Javier Calvo lanzó a Buenaventura pretende que, mediante su respuesta, se dé una explicación a la pérdida de importancia cultural del traductor en términos históricos. Buenaventura aseguró que la figura del traductor literario es indispensable. Ahora bien, que a este se le haya dado importancia, es otro tema. El problema de la traducción, según Buenaventura, se agrava dentro de las editoriales, donde la rentabilidad ha ido reduciéndose hasta extremos inverosímiles. Al ser las grandes editoriales las que determinan la opinión pública, el prestigio de la literatura se ha ido rebajando cada vez más, y por consiguiente la figura el traductor ha ido perdiendo prestigio.
La segunda pregunta que Calvo formuló al traductor busca la respuesta a si todos los traductores son, además, escritores. “Evidentemente, a traductor literario sólo se puede llegar teniendo cierto prestigio literario”, aseguró Buenaventura. Para Buenaventura, cambiar de idioma es algo que tergiversa la obra original, por ello, para traducir no basta con tener sensibilidad literaria, sino que es imprescindible dominar las herramientas del oficio: se debe tener, como diría Platón, una gran capacidad imitativa y, sobre todo, entusiasmo. En esto consiste la traducción literaria: reconocer los recursos que el autor ha empleado en su texto y saber adaptarlos a la lengua de destino, para lo que, ser escritor es una condición indispensable.
Otra cuestión que Calvo planteó a Buenaventura pretende hallar respuesta a una incógnita bastante extendida en el mundo literario: ¿cuál es la relación entre el editor y el traductor? Buenaventura asegura que el traductor en situaciones muy excepcionales interviene en los criterios de edición. “En este momento es muy difícil que un traductor pueda influir en el catálogo literario de una editorial”, expuso Buenaventura a su auditorio.
“Traducir requiere una gran labor que mueve las neuronas creativas, que, sin embargo, son las más perezosas”
Para finalizar, Buenaventura enumeró cuáles son las principales amenazas a las que se enfrenta el traductor profesional, no ya solo literario. En primer lugar, la rentabilidad de los libros, pues cada vez se tiene una carga estructural de gastos mayor y se necesita vender una enorme cantidad de ejemplares para que algo sea rentable. En segundo lugar, el traductor está cobrando incluso más que el autor, por lo que “me temo que que vamos a llegar a la situación en la que el traductor literario va a tener que funcionar como escritor”, confesó Buenaventura. En tercer lugar, los plazos de entrega vienen condicionados por los plazos de entrega de origen, las editoriales norteamericanas, lo que acarrea grandes problemas dada la gran velocidad que se requiere para cumplir con dichos plazos. De este modo, se deshumaniza la figura del traductor, cuya jornada de traducción difícilmente puede abarcar, tal y como aseguró Buenaventura, más de cuatro o cinco horas, pues “traducir requiere una gran labor que mueve las neuronas creativas, que, sin embargo, son las más perezosas”.