Almería se sitúa en la zona de mayor riesgo sísmico de la Península. El terremoto de 1522 destruyó la capital y causó más de un millar de muertos. El de Berja de 1804 dejó detrás de sí 407 víctimas y tras el temblor de Vera el pueblo tuvo que ser trasladado de lugar. ¿Podría ocurrir otro gran seísmo? ¿Estamos preparados para hacerle frente? Tras el reciente descubrimiento de nuevas fallas activas en el Mar de Alborán y la futura instalación de un sistema de alerta temprana de tsunamis, ciencia e historia nos revelan sus armas para hacer frente a una amenaza que en Almería se ha transformado más de una vez en realidad.
La ciencia ha hecho que la tela de araña que dibujan las fallas sísmicas bajo el suelo de Almería se conozca cada día un poco mejor. Hace apenas un par de meses, científicos del Instituto Español Oceanográfico y del Geológico y Minero, a bordo del buque F.P. Navarro, han dibujado el mapa más preciso realizado hasta la fecha de las fracturas geológicas existentes en las proximidades de la Isla de Alborán.
El estudio no carece de implicaciones directas para la vida de la gente. Como señalan los responsables “va a determinar las condiciones de habitabilidad y actividad humana en las proximidades de las fallas”. En total se han cartografiado 195 fracturas en las rocas volcánicas. Publicada en GEO Marine-Letters, la investigación se basa en la información obtenida por una sonda de barrido lateral y ha permitido relacionar la formación de las fracturas con la reactivación de fallas que, con dirección noroeste-suroeste, dividen en bloques la Dorsal de Alborán.
Adolfo Maestro, responsable del estudio, afirma que las nuevas estructuras descubiertas “podrían tener una incidencia relevante en la génesis de terremotos”. En Andalucía se detectan cada años entre mil quinientos y dos mil temblores.
Para explicar la creciente actividad detectada en las fallas los expertos apuntan a que el proceso de convergencia entre placas euroasiática y africana da lugar a un desplazamiento hacia el oeste del Bloque de Alborán que somete a los materiales antiguos a nuevas presiones. El interés del estudio, subraya Maestro, “reside en establecer la importancia que tiene la reactivación de estructuras geológicas antiguas bajo el campo de esfuerzos actual”.
¿Imposibles de predecir?
Pese a que investigaciones como las lideradas por Maestro contribuyen a un mejor conocimiento de las fallas y sus dinámicas, la ciencia está lejos de poder predecir con exactitud el cómo, dónde y cuando se producirá un gran terremoto. Así nos lo recuerda Francisco Luzón, responsable en Almería del Instituto Andaluz de Geofísica, que gestiona los cinco sismógrafos de la provincia, y profesor en la Universidad de Almería. Luzón ha viajado hasta la Antártida para instalar sismógrafos en Isla Decepción, y desde su departamento de Física Aplicada colabora con proyectos en las Islas Azores o en las Canarias.
Básicamente, nos encontramos en un caso similar al de la meteorología y los ‘hombres del tiempo’: los sistemas tan complejos como la atmósfera o la dinámica de placas están influidos por tantos y tan diversos factores que hacen imposible una predicción exacta de cómo se comportarán en el futuro.
Pero la incertidumbre no es total. Contamos con algunos indicios con los que dibujar un futuro probable. Ricardo García Arribas es arquitecto, y desde el Instituto de Investigación, Desarrollo y Control de la Calidad en la Edificación (Indycce) se ha dedicado a estudiar la importancia del riesgo sísmico a la hora de plantear las normativas y exigencias de construcción.
De forma ilustrativa nos recuerda que “la comparación de la localización de los 15 mayores terremotos históricos con un mapa tectónico de la Península revela un hecho significativo: “cada uno de estos graves terremotos ha sido producido por una falla distinta”. A continuación lanza una pregunta: “¿Qué falla podría producir el próximo terremoto catastrófico?”.
La respuesta que nos ofrece es compleja, pero se resumiría en que cualquiera de ellas puede volver a causar un gran temblor. García Arribas insiste en que la peligrosidad sísmica no debiera evaluarse únicamente en función de los efectos de la actividad reciente. “Comprobamos que desde el siglo XIV hasta el siglo XX se ha producido un gran terremoto catastrófico cada cien años. Lo extraño es su ausencia a lo largo del siglo XX. Paradójicamente, esto incrementa gravemente su probabilidad de ocurrencia en un futuro próximo”.
Arribas recuerda un precedente bien conocido para que nosotros no caigamos en el mismo error: “En el año 1990 la Agencia Meteorológica de Japón incluyó la zona de Kobe entre las de baja sismicidad debido a que en los 30 años anteriores no tuvo una actividad relevante. Después del terremoto de 1995, las zonas de baja sismicidad de Japón se consideraron capaces de generar terremotos de alto potencial destructivo, precisamente por la falta de liberación de energía sísmica a lo largo de los años”.
En el mismo sentido, Ramón Capote Catedrático de Geología en la Universidad Complutense de Madrid, deja claro cuál es la situación de riesgo: “Está demostrado científicamente que en nuestro país existen fallas capaces de generar terremotos de magnitudes superiores a 6,5, de forma que es muy probable que sea sólo cuestión de tiempo el que esos terremotos destructivos vuelvan a producirse”.
De ocurrir, los investigadores han dibujado ya los escenarios para después del temblor. Desde la Universidad Politécnica de Cataluña, el Dr. J. Chávez ha estimado los efectos que tendría hoy día un terremoto similar a los grandes seísmos del siglo XVI: Se hundirían totalmente más de 1.000 construcciones produciendo más de 900.000 m3. de escombros. El número de edificios inhabitables excedería los 23.000. Como consecuencia de ello más de 140.000 personas perderían su hogar, más de 4.000 resultarían ‘seriamente heridas’ y más de 1.000 morirían. Las pérdidas económicas superarían los 4,8×109 (unos cincuenta mil) millones de euros.
Descargar el reportaje completo en nº 39 – Cazatormentas. Mañana Almería temblará. Septiembre 08.