Inca Garcilaso, el hijo de ambos mundos, heredero de ambas sangres, la andina y la hispánica, que dejó su huella en la cordobesa Montilla

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El inca Garcilaso de la Vega es uno de los personajes que mejor retratan el legado de la Hispanidad, el mestizaje. Su nombre real fue Gómez Suárez de Figueroa, aunque después se renombró como Inca Garcilaso de la Vega. Nació en Cuzco (Perú) en 1539 y murió en Códoba en 1616. Fue escritor, historiador y militar y sus restos reposan en las dos ciudades que le vieron abrir y cerrar los ojos por primera y última vez. Se le considera como el primer mestizo cultural de América que supo asumir y conciliar sus dos herencias culturales: la inca y la española. En vida vivió en Montilla (Córdoba) donde dejó un legado que hoy puede visitarse

Casa del Inca Garcilaso de la Vega en Montilla, Córdoba. Foto: Jorge Chauca.

Habrá que esperar hasta el “Inca de las Cortes” para que emerja con tanta fuerza un hijo del Perú indígena en el panorama global de la Monarquía Hispánica. Dionisio Inca Yupanqui es digno heredero de las reclamaciones del Inca Garcilaso, hijo de ambos mundos, pero las distancias temporales que median entre uno y otro, desde el siglo XVI al XIX, son grandes y relevantes. Por medio, la crónica iconográfica –crítica pero leal– de Felipe Guamán Poma de Ayala.

Cualquier intento por disociar la genealogía biológica y cultural del Inca Garcilaso de su trayectoria vital y obra literaria es estéril, además de erróneo. Su orgullo mestizo resiste la forzada invención de genealogías políticas originarias o precursoras. Heredero de ambas sangres y sendos mundos, de acá y de allá –según miradas cruzadas andina e hispánica–, es y representa lo mejor de una y de otra. Su blasón heráldico enseñorea sus lealtades confluyentes. El Perú nace con él al mundo intelectual, posterior al factual de Pizarro o del celebérrimo virrey Francisco de Toledo. Diferente y mayor al Tahuantinsuyo, es su creación, pues supo como nadie escribirlo en claves pasada y presente, en continuidad y originalidad. Autor y creador, mestizo en honor y en letras, con la espada y con la pluma.

Tras cruzar el Océano, el cuzqueño combatió en las Alpujarras en servicio a su católico rey. Sus restos reposan en la Capilla de las Ánimas de la catedral cordobesa. En 1978, parte de sus cenizas se trasladaron a su patria chica, en una acabada metáfora del global mundo hispánico.

La vida del inca Garcilaso en Montilla (Córdoba)

En el entreacto de su generosa vida residió en Montilla durante largos años, tiempo que conocemos gracias al historiador y embajador del Perú en España Raúl Porras Barrenechea. Célebre ciudad por sus vinos, por su aceite, por su historia romana, paradigma mediterráneo como pocos para la Hispanidad. Montilla encierra un espléndido patrimonio cultural hispanoamericano de ida y vuelta, digno de visita apasionada y de reflexión actual por su mestizaje y mediación cultural. De gran actualidad y merecida valoración.

Dos enclaves montillanos propongo al análisis sucinto del interesado, a saber, la Casa del Inca en la calle nombrada en honor a su tío el azaroso (como su siglo) Capitán Alonso de Vargas y la Parroquia de Santiago Apóstol, que alberga el conocido como cristo de Zacatecas.

el imponente barroco Cristo de Zacatecas, fue traído de la Nueva España a finales del siglo XVI por Andrés de Mesa, casado con una nieta de Hernán Cortés. Tallado a base de una mezcla de fibras vegetales de caña de maíz y encolados, simboliza lo americano, el sincretismo cultural en su colorido y devoción. Puede verse en la Parroquia de Santiago Apóstol de Montilla. Foto de Jorge Chauca.

La Nueva España y el mundo andino, de un extremo a otro del continente americano se pueden recorrer en apenas una cuesta que une ambos lugares de memoria indiana. Una delicia de paseo que se debe hacer en buena compañía y la mejor de las predisposiciones para viajar en el tiempo hacia una España universal que, aunque se nos antoja lejana, está muy próxima en el afecto y la cultura.

El Inca montillano dejó negro sobre blanco en sus famosos “Comentarios reales” el siguiente rotundo juicio de orgullo compartido y clave de bóveda del colosal edificio de la Hispanidad: “A los hijos de español y de india, o de indio y española, nos llaman mestizos, por decir que somos mezclados de ambas naciones; fue impuesto por los primeros españoles que tuvieron hijos en Indias; y por ser nombre impuesto por nuestros padres y por su significación, me lo llamo yo a boca llena y me honro con él”. No encuentro mejores palabras sobre el futuro hispano que las citadas literalmente del hijo del ilustre conquistador extremeño Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas y la noble palla (mujer de sangre real) Isabel Chimpu Ocllo, sobrina de Huayna Capac, último gran señor del Incario.

Por su parte, el imponente barroco Cristo de Zacatecas, fue traído de la Nueva España a finales del siglo XVI por Andrés de Mesa, casado con una nieta de Hernán Cortés. Tallado a base de una mezcla de fibras vegetales de caña de maíz y encolados, simboliza lo americano, el sincretismo cultural en su colorido y devoción. La cofradía de la Vera Cruz lo custodia en una capilla del mencionado templo. La imagen domina dos mundos y nos transmite, además de contenido fervor, la grandeza de aquel tiempo hispánico. Sobrevivió a múltiples vicisitudes propias del decurso del tiempo y hoy podemos admirarla en Montilla. La Montilla americana.

Como bien dijera la malagueña María Zambrano: “¿A qué negar que los españoles, vueltos de espaldas, como estábamos, a nuestro propio ser, lo estábamos también hacia América? […] América era siempre y sobre todo eso: horizonte de España”. Así pues, animo a recobrar la Hispanoamérica distante y la cercana, porque ambas enhebran la Historia de nuestra querida España; y que este mágico recorrido se haga en la mejor de las compañías posibles, como yo mismo hice. Ellos son nosotros y nosotros somos ellos.