El próximo 11 de mayo se cumplen cinco años del catastrófico terremoto de Lorca. En 2016 el sureste español ha sufrido dos grandes terremotos y 1.600 microterremotos. El CSIC acaba de cartografiar el fondo marino del Mar de Alborán y sus fallas. Cada vez conocemos más sobre este fenómeno, pero se sigue sin reaccionar para prevenir sus efectos.
El Mar de Alborán ha despertado de su letargo. Este entorno idílico para la vida marina esconde en sus fondos un complejo sistema de fallas que son las responsables de que el Sureste de la Península Ibérica esté considerado como una zona de elevado riesgo sísmico. El pasado 25 de enero temblaron las dos orillas del Mediterráneo. El sur de España y el Norte de África contemplaron aterrados cómo la Tierra temblaba con una fuerza inusitada. Esa madrugada se registró el mayor terremoto en los últimos doce años, un seísmo con una magnitud de 6,3 en la escala de Richter, que afectó especialmente a la ciudad de Melilla, donde varios edificios sufrieron las consecuencias de un terremoto de grandes dimensiones.
Por suerte para la población de esta ciudad, el seísmo se produjo de madrugada y apenas había nadie en las calles a esa hora, una circunstancia que contribuyó a que no se repitiera la tragedia del 11 de mayo de 2011 en la localidad murciana de Lorca, donde fallecieron nueve personas.
El terremoto del pasado enero estuvo en la línea de los temblores más violentos que se pueden producir en la zona, según los estudios de recurrencia, que calculan que como máximo se podría registrar una magnitud 7,6.
El seísmo producido a finales de enero entra dentro de “lo normal” dicen diversos expertos consultados por este medio, que recuerdan que el entorno del Mar de Alborán es una de las zonas sísmicas más activas del país, aunque recuerdan que se trata de un riesgo “moderado”, porque si bien es verdad que se producen muchos terremotos, pocos son los que superan los 5 grados. Sin embargo desde el 25 de enero se han registrado más de 1.600 terremotos en la zona, según datos ofrecidos por el Instituto Geográfico Nacional, y se está ante una de las series sísmicas más importantes de los últimos años.
En Alborán se pueden registrar terremotos de hasta 7,6 grados
El terremoto del 25 de enero registrado frente a Alhucemas (Marruecos), está asociado bien a la falla de Jehb o a la dorsal de Alborán, un dato que como reconoce el profesor de Física de la Universidad de Jaén y director del grupo de investigación Riesgo Sísmico y Tectónica Activa, José Antonio Peláez, todavía no se puede precisar, hasta que no se realicen más estudios. Independientemente de la falla concreta que lo haya producido, este investigador recuerda que la zona “tiene un largo historial de terremotos destructivos, el último de ellos en febrero de 2004, de 6,4 grados y con epicentro en tierra”, lo que intensificó los efectos destructivos y provocó más de 500 muertes en territorio marroquí. Diez años antes en la misma zona cercana a Alhucemas también se produjo un temblor de magnitud 6.
Al terremoto del 25 de enero localizado en Alhucemas le siguieron muchas réplicas en la misma zona, y sorprendió que tan solo unos días después, el 31 de enero, se produjo otro, en este caso de magnitud 4,4 frente a las costas de Adra, posiblemente asociado a la falla del mismo nombre. No se trató de una réplica porque el epicentro estaba localizado en otra falla, la sospecha es si el movimiento brusco en la zona de Alhucemas pudo poner en marcha la actividad sísmica en la otra orilla del Mediterráneo.
Julián García-Mayordomo, del Instituto Geológico Minero Español, habla de una “relación causa-efecto”. Se trata de un fenómeno conocido como ‘disparo de terremotos’, es decir, la ruptura brusca de las fallas en Alhucemas produjo una liberación de energía transmitida por el interior de la Tierra y que pudo inducir el movimiento en la falla de la parte Norte de Alborán.
Más recientemente, el pasado 22 de febrero se registró otro terremoto de magnitud importante en Alborán, frente a las costas de Alhucemas. En esta ocasión alcanzó los 5,1 grados y sus consecuencias fueron mucho menores, se quedaron sencillamente en un temblor sentido de forma variable en una y otra orilla de Alborán.
Esta sucesión de terremotos no se puede atribuir a un fenómeno excepcional, todo lo contrario, ya que entran dentro de la normalidad en una zona de una actividad sísmica tan intensa como ésta, dice el director del Instituto Andaluz de Geofísica de la Universidad de Granada, José Morales. Se trata de una serie más de las muchas registradas a lo largo de la historia en esta zona y en otras aledañas, por donde discurren fallas activas, que desde que se tiene constancia están provocando terremotos tanto en el Sureste de la Península Ibérica como el Norte de África. El hecho de que desde 1994, cada diez o doce años se hayan sucedido terremotos de una magnitud elevada no es señal de nada extraño, dice este experto, que niega que a partir de los seísmos de 1994, 2004 y ahora el de 2016 se pueda establecer una periodicidad determinada para este tipo de terremotos. Si fuera así, dice, a lo largo de la historia se habría registrado un terremoto de esa magnitud cada década, y no ha sido así.
La última serie sísmica entra dentro de lo normal en una zona tan activa como Alborán
Si se echa una mirada al pasado, se puede comprobar que el Sureste ha sido azotado históricamente por terremotos de entidad. Quizás el que mejor se recuerde, aparte de esta serie actual, es el registrado el 11 de mayo de 2011 en Lorca, un terremoto de 5,2 grados localizado en la falla de Alhama de Murcia, que fue especialmente destructivo. Los motivos, su poca profundidad, a tan solo un kilómetro, y las condiciones del terreno, que multiplicaron los efectos destructivos, que afectaron a cientos de edificios de la ciudad de Lorca y provocó nueve víctimas mortales.
Quizás uno de los más destructivos de los que se tiene conocimiento fue el de 1522, que arrasó la ciudad de Almería y sus efectos destructores llegaron a sentirse incluso en municipios a un centenar de kilómetros de distancia como Guadix. Otros en épocas más recientes ponen de manifiesto que los temblores son una amenaza con la que hay que aprender a vivir y, sobre todo, prepararse para aminorar las consecuencias. años.
En 1829 se registró en Torrevieja (Alicante) el mayor terremoto de este país con una intensidad de 6,9 grados en la escala Richter y que se saldó con 400 muertos. En 1884 fue en Arenas del Rey (Granada) donde se produjo otro de los grandes temblores, que llegó a una magnitud de entre 6,5 y 6,7 grados, y que provocó la muerte de 900 personas y la destrucción de más de un millar de casas.
En época más reciente hay que volver de nuevo a la provincia de Granada, concretamente a la localidad de Albolote, donde en 1954 se produjo un temblor de 5 grados de magnitud, que se saldó con el 41% de las casas del municipio con grietas y un 35% quedaron inhabitables.
Son algunos ejemplos de cómo las provincias de Granada, Almería, Murcia y Alicante están expuestas a padecer un terremoto destructivo, a pesar de que los expertos explican que a pesar de que se está en una zona sísmicamente activa, la intensidad de los terremotos es moderada y no tiene nada que ver con lo que ocurre en países como Japón, donde su población está preparada para resistir ante terremotos de hasta 8 grados en la escala Richter.
Hasta el momento no hay forma de anticiparse a los seísmos. Hay una serie de signos que habitualmente se repiten cada vez que ocurre uno, pero no siempre, dice el director del grupo de investigación Geofísica Aplicada de la Universidad de Almería, Manuel Navarro Bernal. Se ha detectado que cuando se produce un terremoto hay también una liberación de gas radón. Sin embargo no ocurre siempre, por lo que no se puede tener como señal de alarma. También hay investigadores que han comprobado cambios en las ondas electromagnéticas de la atmósfera cuando se da un seísmo. Sin embargo se trata de un campo científico todavía muy verde y sobre el que hay que trabajar mucho para obtener unos resultados concluyentes que sirvan para poder detectar los terremotos antes de que se produzcan.
¿Qué fórmulas quedan? Estar preparados para resistir los movimientos del terreno. Conforme han ido sucediendo terremotos se ha ido endureciendo la normativa relacionada con la sismorresistencia de los edificios. De hecho, la última modificación se introdujo tras el terremoto de Lorca. Sin embargo, no es suficiente, ya que hay que conocer bien el terreno de las ciudades, las condiciones del suelo, que a la postre son determinantes de cómo es sentido un terremoto.
Un ejemplo claro fue la ciudad de Lorca, asentada sobre un suelo de carácter sedimentario, que se encargó de amplificar la vibración provocada por el terremoto. Si el suelo hubiera sido más duro, las consecuencias sobre los edificios no habrían sido tan graves.
Manuel Navarro Bernal ha estudiado en profundidad esta circunstancia y el pasado verano expuso parte de su trabajo relacionado con el comportamiento de los suelos en caso de terremoto, en un congreso internacional celebrado en Japón. Este experto de la Universidad de Almería reconoce que esta línea de trabajo es relativamente reciente y que todavía queda mucho por hacer en este sentido, sobre todo a la hora de elaborar mapas de riesgos de ciudades, en los que se determinen qué zonas de cada urbe son más sensibles a los terremotos y cuáles aguantarán mejor. El objetivo de estos mapas, explica, no es otro que los servicios de emergencias tengan claro qué se pueden encontrar en cada zona y también que se apliquen estos conocimientos a la hora de elaborar un plan de emergencias más completo en ciudades con elevado riesgo de padecer un terremoto destructivo.
Otra cuestión paralela es conocer el estado de los edificios y su capacidad para aguantar los efectos de un terremoto. El Plan de Emergencia Sísmica de Andalucía establece unas zonas de en las que es posible que se produzcan terremotos de gran intensidad. Sin embargo, el documento no aporta información sobre el número de viviendas que se verían afectadas o qué barrios concretos de cada una de las ciudades andaluzas tienen construcciones más sensibles a los terremotos.
El Colegio de Arquitectos de Almería, por ejemplo, calcula que en la capital almeriense hay entre 4.000 y 8.000 inmuebles que no soportarían un terremoto de alta intensidad. La causa principal su antigüedad y que se construyeron con una normativa de sismorresistencia más tolerante que la actual. Actuar ahora en esos edificios es inviable, pero sí es importante conocer cuáles son, con la idea de afinar todavía más los planes de actuación en caso de emergencia sísmica.
Solo en Almería, unos 8.000 edificios no aguntarían un terremoto de alta intensidad
Otra manera de actuar ante terremotos pasa por conocer a fondo los lugares en los que se originan: las fallas, para calcular el terremoto mayor posible y su recurrencia, es decir, la frecuencia con la que se puede producir. El pasado mes de mayo se cartografió con una alta precisión cuatro de las fallas que hay bajo el Mar de Alborán y que se presentan como fuente de terremotos que se suceden a una y otra orilla del Mediterráneo.
Los responsables de este trabajo, en el que se ha llegado a realizar una cartografía del fondo marino con una resolución de decenas de centímetros, son los integrantes de un equipo geólogos y geofísicos marinos del Instituto de Ciencias del Mar (ICM) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Estuvieron cerca de un mes en Alborán realizando las mediciones con la ayuda de dos vehículos submarinos autónomos, capaces de trabajar a una profundidad cercana a los 3.000 metros, y que han proporcionado una información casi tan precisa como la que se puede obtener del estudio de fallas en tierra.
Eulàlia Gracià es la investigadora principal de este proyecto, bautizado como SHAKE (Searching the record of past earthquakes in south Iberia: Advanced technologies in terrestrial and marine paleoseismology). Explica que el estudio detallado de fallas submarinas se lleva realizando desde hace tan solo una decena de años y casi siempre con “sistemas acústicos que emiten desde el casco del buque o sistemas sísmicos remolcados a pocos metros de la de la superficie del mar, que no permiten obtener datos con suficiente detalle y resolución”.
La campaña SHAKE, cuyos resultados finales se conocerán próximamente, ha consistido en un cartografiado de alta precisión de cuatro grandes fallas sumergidas en el Mar de Alborán. El trabajo se ha realizado a bordo del buque oceanográfico Sarmiento de Gamboa, con tres vehículos submarinos: dos autónomos equipados con sonda multihaz de alta resolución, un sistema acústico que emite señales de alta frecuencia, con el que se ha cartografiado la topografía del fondo marino a 3.000 metros de profundidad; y un vehículo teledirigido desde la embarcación en superficie, que también ha operado en el fondo marino, a una de 2.000 metros, con el que se han podido tomar imágenes del fondo marino, que han permitido observar, además de las fallas en cuestión, cómo es la vida en el Mar de Alborán a esas profundidades.
Esta campaña se ha centrado el estudio de la falla de Carboneras, que además continúa por la superficie y atraviesa la mitad de la provincia de Almería, las fallas NS al sur de Adra; la falla de Al-Idrissi, en la margen marroquí; y la falla de Yusuf, en el Mar de Alborán oriental. “Hemos estudiado estas cuatro fallas activas porque porque son las más relevantes, y ya disponíamos de datos previos”, dice Eulàlia Gracià. Y esto es importante, porque para realizar un cartografiado más preciso es necesario tener un estudio previo de la zona por la que se van a mover los robots submarinos, ya que de otra manera sería muy poco efectivo explorar las fallas sin ningún tipo de referencias. Ahora se ha llegado a cartografiar “microestructuras” de estas fallas, una información muy detallada con la que se podrá conocer qué terremotos se pueden originar esta zona tan activa.
“Penetramos hasta 50 metros en el sedimento marino, que es el material que nos interesa, porque nos permite ver las diferentes capas y cada una de ellas te da información de cómo se depositó en el pasado o si se detecta alguna falla”. Este sistema tan avanzado permitirá conocer qué fallas presentan fractura en superficie y los sedimentos asociados a ellas, dan información de terremotos pasados, “y por tanto conocer el intervalo de recurrencia de sismos pasados, lo cual es clave para poder estimar que puede ocurrir en un futuro”.
El estudio en profundidad de las fallas activas permitirá conocer mejor lo ocurrido en el pasado y las características de los movimientos. Con esta información se podrán generar modelos de peligrosidad de sismos y tsunamis, pero que sin embargo no van a servir para anticiparse a los terremotos, al igual que ahora se hace por ejemplo con los huracanes. Ahí está uno de los principales retos de la ciencia, y mientras se supera, solo queda estar preparado y actuar sobre lo que sí podemos: prevenir para evitar la catástrofe.