Está claro que lo que toca ahora es estar indignado. A los medios de comunicación saltó la noticia de que algunos “pesos pesados” del flamenco se congregaban a las puertas del Instituto Andaluz del Flamenco para decir “¡Basta ya!” a los favoritismos y el “dedazo”. Tomasa, Calixto, Panseco y Manuela Carrasco eran algunos de los manifestantes. Lo dramático de la noticia era que se presentaba en los medios nacionales como algo pintoresco. Y lo más lamentable es que en el fondo lo era… Porque ni el rock, ni el hip hop, ni el pop, ni el jazz cuentan con un instituto provincial, regional o nacional que trabaje por ellos, y si lo hubiera, es difícil que el sentido común les permitiera a sus mayores manifestarse solicitando trabajo de esa forma tan poco artística.
En esta reivindicación hay muchos aspectos que requieren una reflexión más profunda que la existencia o no de “paniaguados”. El primero es si ellos lo fueron alguna vez y por eso saben que ese tipo de favores existen… Si no lo saben y sólo lo intuyen, entonces es más grave, porque estarían difamando a las personas que toman determinadas decisiones y eso es un delito. Otro aspecto, teniendo en cuenta la edad de casi todos ellos es la negación del relevo generacional, una circunstancia que se da en todos los sectores, incluyendo el artístico. En la empresa privada, por ejemplo, un señor con 40 años es un señor maduro, por no decir mayor, por no decir obsoleto, y su lucha por sobrevivir es su día a día, ya que las oportunidades para el progreso son escasas o absolutamente nulas. Otro aspecto es el tono adoptado por sus portavoces, absolutamente descontextualizado e hiriente, en lugar de buscar puntos de encuentro y de cohesión. Pero imagino que esto forma parte de la indignación.
Y por último y más importante, es la naturaleza del arte que siempre está supeditado a la demanda. Un artista crea su obra, y esta es o no reclamada por la Junta, por un Ayuntamiento o por un particular para su boda. Si lo que hace un artista no tiene salida porque no es bueno, no se comprende porque se adelanta a su tiempo o simplemente no interesa porque lleva muchos años haciendo lo mismo, el artista no puede obligar a nadie a que le compre su obra. En este punto recuerdo una conversación que tuve con el Maestro Enrique Morente en el que conveníamos que este tipo de actitudes definen y diferencian al profesional del artista. El profesional es el que vive de esto porque cobra… pero el artista es otra cosa…
Por eso, lo irreprochable hubiera sido utilizar su experiencia para presentarse ante el Instituto o la Consejería de turno con un slógan que aportara soluciones al sector en lugar del manido “Reparte lo que hay”, en esa especie de reivindicación marxista a la que cursiosamente pone oído la derecha. Que por cierto, es la misma derecha que no hace tanto tiempo prohibió a las embajadas españolas programar flamenco en sus agendas…
Ahora es tiempo para indignarse, pero indignémonos proponiendo soluciones serias, porque el mercado es el mercado, impío, injusto e inexorable.