Artículo de Susana Ramírez Martín. Profesora de Historia de América y Medieval y Ciencias Historiográficas de la Universidad Complutense de Madrid. Coordinadora del libro monográfico La expedición de Balmis. Primer modelo de lucha global contra las pandemias editado por el CSIC.
La operación Balmis permitió vacunar a más de un millón y medio de personas en América y Asia. La visión estratégica de este médico español permitió controlar la viruela y marcó un punto de inflexión en la actuación médica internacional. En este artículo, los detalles de cómo se gestó y se desarrolló esta campaña histórica.
Cuando tímidamente comenzamos a quitarnos las mascarillas de la cara, la herida de un virus nos está marcando nuestra memoria. Pensamos que las pandemias son problemas de nuestro tiempo, pero la realidad es que la salud de la raza humana siempre ha estado amenazada.
Los agentes que provocan las epidemias cambian y mutan, mientras que las actitudes de las personas se mantienen y se consolidan en el tiempo. Entre la población hay momentos de ira, temor, enojo, desesperación, amargura… Todos estos sentimientos están relacionados con la falta de certeza y de conocimiento.
A lo largo de la historia hay innumerables ejemplos de lucha contra las pandemias, pero la primera campaña planificada contra una enfermedad fue la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna.
La expedición es real porque es una iniciativa personal del monarca Carlos IV, que había vivido en su familia el cruel azote de la viruela.
Así, cuando en la Navidad de 1802 llegan a Madrid las noticias de una mortal epidemia en el virreinato de Nueva Granada, enseguida se compadece por la salud de sus súbditos y pone en marcha la maquinaria del Estado para conseguir el éxito de la propagación de la recién descubierta vacuna. Había que vacunar a toda la población de manera gratuita y voluntaria.
En 1796, Edward Jenner había descubierto el preservativo contra las viruelas naturales. En los territorios de habla hispana, a este fluido se le denominó “vacuna”. Dos años más tarde, Jenner publica el descubrimiento en un libro titulado “An inquiry into the causes and effects of the variolae vaccinae; Jenner on the cow pox; a disease discovered in some of the western counties of England, particularly Gloucestershire, and known by the name of the cow pox”. Inmediatamente la noticia se propaga por toda Europa. En España, el descubrimiento apareció publicado en el nº 116 del “Semanario de agricultura y artes dirigido a los párrocos” del jueves 21 de marzo de 1799.
Sorprende la rapidez de la publicación y la decisión de la puesta en marcha de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Ya en la primavera de 1803 queda definido el modelo para difundir el fluido vacuno. En marzo se elige el director para llevar a cabo la empresa.
De entre todos los candidatos, se selecciona a Francisco Xavier Balmis y Berenguer (1753-1819). Este médico militar había viajado al territorio americano en varias ocasiones, había trabajado en enfermedades contagiosas y conocía la asistencia hospitalaria del virreinato de Nueva España.
En el mes de junio, Balmis personalmente selecciona al resto de los sanitarios que le acompañarán en el convoy humanitario. Primero escoge como su subdirector al cirujano militar José Savany y Lleopart (1774-1810), y después a cirujanos recién egresados del Real Colegio de Cirugía de San Carlos de Madrid, que formarán parte de la expedición en calidad de ayudantes de cirugía (Manuel Julián Grajales y Antonio Gutiérrez Robredo), practicantes (Francisco Pastor y Rafael Lozano) y enfermeros (Basilio Bolaños, Pedro Ortega y Antonio Pastor).
En los meses de julio y agosto de 1803 se dota a la expedición de los medios económicos que la financian y de las normas legislativas que la regulan.
Finalmente, en el otoño de 1803, Balmis entresaca de los hospicios gallegos de Santiago de Compostela y La Coruña los niños necesarios para la propagación de la vacuna. No valía cualquier niño. Tenían que ser pequeños, de cinco a ocho años, para garantizar que no hubieran sufrido con anterioridad las viruelas, y sanos, de buena constitución física, con el fin de evitar que enfermasen durante la complicada travesía marítima. De nueve en nueve días, que era lo que tardaba en madurar el fluido vacuno, se vacunaba a dos niños para garantizar que prendiese la verdadera vacuna.
Después de calcular el tiempo de travesía y el tiempo de maduración del grano vacuno, el director decidió que serían veintidós los niños que le acompañasen. De esta manera se planificó la cadena profiláctica.
Pero cuando Balmis se vio rodeado de tantos niños, se dio cuenta de que necesitaba una mujer que los cuidase y organizase. Se contrató en calidad de enfermera a Isabel Zendal Gómez, rectora del Hospicio de La Coruña, que acompañó a los niños durante todo el periplo.
La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna tiene dimensiones globales porque propaga el profiláctico contra la viruela por todos los territorios hispanos de Ultramar, que en aquel momento estaban diseminados por todo el mundo. Es pionera porque se trata de la primera campaña mundial de vacunación y sienta las bases de la salud pública como institucionalización de la prevención de las enfermedades contagiosas.
La expedición parte del puerto de La Coruña el 30 de noviembre de 1803. Cruza el Océano Atlántico pasando por las Islas Canarias y Puerto Rico. En la Semana Santa de 1804, al llegar a Caracas, recibe informes de que las viruelas continúan haciendo estragos en el virreinato de Nueva Granada.
Aunque la expedición estaba pensada en una única ruta, Balmis decide enviar al subdirector José Salvany para que dirija esta nuevo derrotero y propague la vacuna por América Meridional. El 8 de mayo de 1804 parten los dos grupos de manera independiente desde el puerto de La Guayra.
Francisco Xavier Balmis y una parte de los expedicionarios (Antonio Gutiérrez Robredo, Francisco Pastor, Pedro Ortega y Antonio Pastor, junto con la rectora y los 22 niños galleguitos toman rumbo a La Habana y desde allí difundirán la vacuna por el virreinato de Nueva España.
Una vez cumplida su función de transporte de la vacuna, los galleguitos fueron instalados en el hospicio de la capital novohispana, donde fueron mantenidos y educados a costa del Estado, ya que, como estaban inmunizados, no podían transportar la vacuna por el Océano Pacífico. Por ese motivo, en el territorio mexicano se reclutaron 26 niños que, a bordo del Galeón de Manila, llevaron la vacuna en sus brazos la Capitanía General de Filipinas.
Por el otro derrotero, José Salvany y el resto de los expedicionarios (Manuel Julián García Grajales, Rafael Lozano y Basilio Bolaños) se dirigen hacia el puerto de Cartagena de Indias y, navegando por el cauce del río Magdalena, se internan con rumbo a la ciudad de Santa Fe, capital del virreinato de Nueva Granada. Desde allí, siguiendo los Andes por el Camino Real del Inca, alcanzaron primero Popayán, luego Quito, después Lima, capital del virreinato del Perú.
En Lima, ante la urgencia de la demanda de la vacuna, este grupo se dividió en dos. Uno, por tierra, tomó el rumbo hacia la Capitanía General de Charcas y otro, por mar, hacia la Capitanía General de Chile. La ruta terrestre resultó muy peligrosa y José Salvany perdió la vida propagando la vacuna después de muchos avatares y extenuantes sacrificios.
Los objetivos de la Real Expedición de la Vacuna eran claros: difundir la vacuna a la mayor cantidad de territorio posible, instruir a los médicos y personas interesadas en la práctica de la vacuna y fundar Juntas de Vacuna que perpetúen el fluido vacuno en los territorios a los que llegara.
Conocemos el desarrollo de estas instituciones gracias a la gran cantidad de documentos que se redactaron en ellas. Planes de creación, reglamentos, registros de vacunación e informes sobre la vacuna jalonan los territorios por los que pasó la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Son instituciones que se deben adecuarse a cada uno de los territorios y adaptarse a las necesidades sociales de cada una de las poblaciones en las que se crean. En ellas participan todas las autoridades locales, tanto políticas como militares y eclesiásticas.
En todas las Juntas de Vacuna se desarrollan actividades clínicas y docentes, porque además de realizar las vacunaciones, tenían que formar a los sanitarios locales para que, cuando la expedición abandonase el territorio, fueran capaces de mantener vivo el fluido vacuno. Poco a poco, se va tejiendo una red de centros sanitarios a lo largo de territorio con la proyección de perdurar en el tiempo con el fin último de erradicar la viruela.
Esta maquinaria sanitaria se pone en marcha en una época convulsa. Los vientos de revolución en Europa llegaron hasta América y dificultaron el devenir de los acontecimientos de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, ya que el desarrollo de esta expedición exigía la puesta en juego de muchos factores en un territorio muy extenso: desde los 24º latitud norte de Durango en el virreinato de Nueva España, a los 43º latitud sur del archipiélago de Chiloé en la Capitanía General de Chile; y desde los cero metros sobre el nivel de mar de los puertos de La Coruña, La Habana, Veracruz, Manila o Lima hasta los 3.640 metros sobre el nivel del mar de La Paz en la actual Bolivia.
Para verificar este proyecto se emplearon menos de siete años, desde que la expedición parte del puerto de La Coruña el 30 de noviembre de 1803, hasta el fallecimiento de José Salvany, el 21 de julio de 1810 en la ciudad de Cochabamba, en la actual Bolivia. Se vacunaron más de un millón y medio de españoles que vivían en los territorios ultramarino de América y Filipinas de todos los grupos sociales y todos los niveles económicos.
Desde hace más de doscientos años se tenía claro que la lucha contra la enfermedad implicaba a todos. No les detuvieron en esta propagación ni caminos, precipicios, caudalosos ríos y altas montañas ni los rigurosos calores y la copiosa nieve e incluso el hambre. En la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna se manifiesta la sensibilidad del ser humano, la ilustración y la filantropía en la búsqueda de la salud pública.
Con el fin de la Real Expedición de la Vacuna no se pone fin a la campaña de vacunación. Esta queda en manos de médicos locales que son formados por los expedicionarios y siguen fielmente los reglamentos definidos para este fin. Figuras como Francisco Oller y Ferrer (1758-1831) en Puerto Rico, José Domingo Díaz Argote (1772-1834) en Caracas, Tomás Romay Chacón (1764-1849) en La Habana, Florencio Pérez Comoto (1775-1850) en Veracruz (Nueva España), José Hipólito Unanue y Pavón (1755-1833) y José Manuel Dávalos Zamudio (1758-1821) en Lima, mantuvieron las juntas y el espíritu heredado de la Real Expedición de la Vacuna, aunque los territorios ultramarinos dejaran de pertenecer a España.
Esta gesta fue reconocida por Edward Jenner en 1806 cuando afirma que “No me imagino que en los anales de la Historia haya un ejemplo de filantropía más noble y tan extensa como ésta”. Grandes poetas elogiaron la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna a ambos lados del Océano Atlántico, como el caraqueño Andrés Bello (1781-1865), y el madrileño Manuel José Quintana (1772-1857).
En los inicios del siglo XXI, cuando nuestra salud está amenazada y cuando todos los días aparecen noticias de mutaciones y variantes nuevas, la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna recobra actualidad y la memoria de su hazaña sanitaria debe estar más presente. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna es un magnífico ejemplo de humanismo, filantropía e ilustración.