“El 70% del trabajo no pagado es permanente, y es crucial entender procesos como el crecimiento o declive de la economía –junto con las estrategias y políticas que se requieren– sin reconocer dicho trabajo no remunerado que goza de una gran variedad”, explicó la profesora de la Universidad de Massachusetts y catedrática de la Universidad Jawaharlal Nehru, en Nueva Delhi (India), Jayati Ghosh, integrante de la Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Corporativa Internacional (ICRICT).
Según la experta, invitada a una conferencia en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), “los profesionales en economía deben tomar más en serio la desigualdad. Nosotros hablamos de distribución y de igualdad, quién obtiene qué y cuánto –ingresos, bienes, acceso a la educación, a servicios y a territorios– hay muchos indicadores y nosotros los separamos en grupos de hombres, mujeres y etnias”.
“Pero más allá de esto hay un ‘poder’ que, por ejemplo, ve en la relación de un empleador y un trabajador, y lo mismo pasa en situaciones relacionadas con el género: el poder del hombre ejercido sobre la mujer, que no siempre es explícito pero se ve en la lucha de las mujeres contra el trabajo no pago y esto ocurre porque han interiorizado esta situación”.
Y es que, a pesar de que en las últimas décadas y en muchos países en vías de desarrollo el rol de la mujer ha ido evolucionando de manera significativa en el desarrollo de las economías emergentes, y las mujeres representan una gran parte de la fuerza laboral que es clave en el crecimiento económico y en la reducción de la pobreza, todavía enfrentan barreras importantes para su plena participación en la economía.
Por ejemplo, según la Gran Encuesta Integrada de Hogares (GEIH) del DANE, para el trimestre diciembre de 2022–febrero de 2023, la tasa de desempleo en Colombia para las mujeres fue 15,1 % y para los hombres 9,3 %, cifra que deja en evidencia la desigualdad de oportunidades entre géneros.
Por ejemplo, en algunos países las mujeres tienen acceso limitado a la educación y a la capacitación, lo que limita sus oportunidades laborales. Además, a menudo se enfrentan a barreras culturales y sociales que les impiden acceder a ciertos trabajos o ser propietarias de negocios.
La experta indicó que “ese tipo de situaciones son constituciones que han establecido como un ‘deber’ que las mujeres realicen trabajos no remunerados como las labores domésticas y atender a su familia; eso puede ser algo legal, o una concepción social o interna, pero lo cierto es que crea una habilidad para que las economías dependan de un trabajo que no es pago”.
“La construcción de género no es algo biológico, es el resultado de algo creado por la misma sociedad, y una determinación social es algo interiorizado: todo se hace sin una respuesta de la mujer”, reiteró.
Un ejemplo de ello es que en la riqueza de un país, o producto interno bruto (PIB), se miran solo las transacciones monetarias y se excluye la gran variedad de trabajo crítico y no pago que hace que la economía persista, según explicó.
Una de las posibles soluciones que planteó la experta es que se empiece a reconocer que en la sociedad hay una cantidad importante de trabajo que se debe hacer y que no se puede escapar de él para que la sociedad pueda continuar: “la mayor parte de él corresponde a uno no remunerado porque no se ve como trabajo”.
Por su parte, el profesor Juan Camilo Cárdenas, de la Universidad de los Andes, explicó la importancia de llevar este tipo de conocimientos al campo de la academia, en especial en la formación de los economistas.
“Hay que salir de la zona de confort, y nosotros como economistas debemos de salir, diversificar los textos con los que enseñamos, porque la mayoría de ellos tienen a los hombres como protagonistas; debemos hacer más visible el papel de las mujeres para reducir esa desigualdad”, concluyó.