Paula Sánchez Carretero es Experta en Evaluación de Políticas Públicas y en Innovación para la Transformación Social y Ambiental. Coordinadora de proyectos de ciencia en la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI).
Emilio Santiago Muíño es Doctor en Antropología y Científico Titular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España (CSIC), especializado en investigar la dimensión social, cultural y política del cambio climático y la transición ecológica.
Aprovechando el paralelismo tan gráfico que ofrecen los recién celebrados Juegos Olímpicos y Paralímpicos de París 2024, en la competición que enfrentamos ante la crisis ecológica se combinan diferentes tipos de pruebas. A las carreras de larga y media distancia, que nos acompañarán todo el siglo XXI —como la restauración de ecosistemas, la lucha contra la erosión del suelo o la gestión de residuos nucleares— se le superpone ahora una carrera de velocidad, en la que los obstáculos son muchos y los relevos y las colaboraciones imprescindibles: el presupuesto de carbono para evitar superar los 1,5ºC establecidos —casualmente en París— se agota. De hecho, al ritmo actual de emisiones, lo hará en menos de una década.
Esta cuenta atrás coincide con una sensación generalizada de derrota. El ecopesimismo y los imaginarios del colapso se asientan de forma preocupante en el discurso social, como si la carrera hacia la neutralidad climática ya estuviera perdida. Sin embargo, la sociedad está más preocupada que nunca por esta cuestión. Si tomamos como ejemplo los datos del Estudio sobre la sociedad española ante el cambio climático, estos reflejan que “el 93,5 % de la población considera que el cambio climático es real” y “el 90,1 % de las personas encuestadas sostiene que el cambio climático puede afectar mucho o bastante a las generaciones futuras”.
El problema surge cuando pasamos de la preocupación a la ocupación, es decir, de la sensibilización a la acción. Según este mismo estudio, las personas encuestadas cuyo primer pensamiento sobre el cambio climático está relacionado con soluciones es tan solo el 7,2 % y los organismos y administraciones públicas suspenden en las iniciativas emprendidas.
Paradójicamente, en los últimos años las innovaciones tecnológicas y los cambios sociales e institucionales que pueden convertir la descarbonización en una realidad no dejan de multiplicarse. Las causas de este giro verde son múltiples: la gravedad creciente de los desastres climáticos, la presión de los movimientos ecologistas, el cambio en las reglas de juego que supuso la COVID-19 en la economía, la inseguridad energética provocada por tensiones geopolíticas como la invasión rusa de Ucrania… Pero lo que es evidente es que a nivel internacional la transición ecológica y energética ha dejado de ser un comodín retórico y se ha convertido en un horizonte político hacia el que nos encaminamos con pasos cada vez más decididos.
En la última década, los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el Acuerdo de París —dos paraguas mejorables, pero que suponen avances históricos— han marcado la agenda de todos los países que ratificaron ambos compromisos. El impacto de estos compromisos en la gobernanza ha sido notablemente superior a otros acuerdos medioambientales previos, tal y como demuestra la magnitud de proyectos como el Pacto Verde Europeo.
En este contexto, Iberoamérica es una región que tiene mucho que ofrecer al mundo. Todos los países del espacio iberoamericano han firmado tanto el Acuerdo de París como la Agenda 2030. Además, Hispanoamérica es líder en generación renovable: según el Informe de Perspectivas económicas de América Latina 2022, si bien la matriz energética iberoamericana sigue dominada por combustibles fósiles, el 33% de sus fuentes energéticas son limpias mientras que en el resto del mundo los recursos energéticos renovables no superan el 13%.
Asimismo, en diferentes países hispanoamericanos emergen iniciativas que son de interés por el modo en que logran desarrollar la descarbonización haciendo partícipe a la población. Por poner dos ejemplos, destacamos los éxitos energéticos de Costa Rica y sus sistemas de gestión cooperativos de energía solar y eólica con fuerte protagonismo de comunidades locales; así como las experiencias concretas de trabajo en Argentina, de co-construcción de sistemas de producción energética junto con comunidades locales que, tratando de encaminarse a la sostenibilidad y autosuficiencia energética, involucran a su población con tecnologías más sencillas y menos costosas.
La transición energética hispanoamericanca está generando además experiencias y conocimiento de alto valor para las redes internacionales de intercambio y colaboración académica sobre esta temática. En ENERGYTRAN, un proyecto de cooperación científica entre Europa e Iberoamérica para la transición energética coordinado por la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI), se han recibido más de 40 expresiones de interés de centros de investigación de España, Portugal, Francia, Alemania y Chipre para acoger movilidades de personal investigador hispanoamericano en esta materia. El interés global por la ciencia iberoamericana y sus aportes se corrobora también con datos en cuanto a cooperación en producción científica.
Según el informe del Estado de la Ciencia en Iberoamérica, en los últimos años se ha construido una red significativa a partir de firmas conjuntas de artículos científicos en la materia por autores de distintos países de la región iberoamericana y que destaca tanto por el número de artículos publicados como por el número de países participantes.
Tanto por sus logros sociales, como por el trabajo científico involucrado en ella, la transición energética está ayudando a redefinir, a mejor, el papel de Iberoamérica en el mundo. Sin embargo, este nuevo encaje estará en riesgo mientras la región no logre superar su rol histórico de proveedora de materias primas: una situación de dependencia que corre el riesgo de perpetuarse con la transición verde.
Por ejemplo, es públicamente conocido el alto potencial de la región para suministrar minerales clave para la transición energética, como sucede con el caso del litio y su famoso triángulo, ubicado entre Argentina, Chile y Bolivia, que concentra el 61% de las reservas de este mineral. Al igual que el Pacto Verde Europeo puede dejar de ser atractivo para la ciudadanía europea si no siente que participa de sus beneficios, las regiones que concentran los recursos fundamentales de la descarbonización pueden volverse hostiles a un esquema económico que no las haga partícipes de los beneficios generados.
Con el fin de sentar las bases de una transición energética sostenible, justa, compartida y basada en los mutuos beneficios, entre otras políticas, Europa debe apostar por la cooperación científica y el intercambio de conocimiento con Iberoamérica. En esta alianza, Europa puede aprender mucho sobre cómo descarbonizar su matriz energética, o sobre cómo integrar a las comunidades locales en la construcción de infraestructuras energéticas mediante procesos participativos; e Iberoamérica, por su parte, puede superar algunos de los déficits técnicos y científicos que obstaculizan que la transición sea, para la región, un ejercicio que combine soberanía, sostenibilidad, acceso igualitario a la energía y agregación de valor económico.