Identifican un mecanismo que controla el inicio de la pubertad

La comunicación entre la grasa y el cerebro determina la transición de la fase juvenil a la fase de maduración sexual, según un estudio del Instituto de Neurociencias, centro mixto de la Universidad Miguel Hernández (UMH) de Elche y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Según el equipo de investigadores, liderados por Javier Morante y María Domínguez, este estudio llevado a cabo en moscas de la fruta es extrapolable a humanos y podría arrojar información sobre la obesidad juvenil.

La obesidad infantil, cuya prevalencia está aumentando hasta alcanzar proporciones pandémicas, se ha asociado con cambios en la edad de la pubertad. Por otro lado, explican los investigadores, la desnutrición y el entrenamiento físico intensivo pueden retrasar la pubertad. Observaciones en ratones y humanos también han demostrado que una deficiencia de leptina, una hormona secretada por las células grasas, o sus receptores, que señalan la cantidad de reservas de energía en el cuerpo en los circuitos neuroendocrinos, conduce a hiperfagia, obesidad de inicio temprano y retraso o incapacidad total para iniciar la transición puberal.

Estas observaciones apoyan la hipótesis de que existe un “punto de control” de la grasa corporal que asegura que los organismos prepubertales no se comprometan con la maduración reproductiva, a menos que tengan reservas de energía adecuadas para satisfacer las demandas posteriores de la reproducción.

El nuevo estudio, llevado a cabo en el campus de San Juan de Alicante de la UMH, sugiere que el defecto de monitorizar la grasa periférica impide la toma de decisión de madurar y puede tener como “efecto secundario” respuestas persistentes y maladaptativas que llevan a un acumulo excesivo de grasa que explicaría la obesidad progresiva asociada a la falta de entrada en la pubertad en niños con condiciones como el síndrome de Prader-Willi o la deficiencia o resistencia a la Leptina. Por tanto, la hormona esteroidea se perfila como un posible tratamiento en estos niños para reducir la obesidad, concluye Javier Morante.

Los investigadores explican que, durante el desarrollo, la liberación de hormonas esteroides a los circuitos neuroendocrinos induce la transición del estadio juvenil a la pubertad para la maduración sexual en humanos e insectos por igual.

El inicio de esta transición requiere la evaluación de varios puntos de control basados en señales externas e internas que reflejan los niveles de nutrientes, el tamaño y el estado de crecimiento de cada órgano para decidir si activar estos circuitos neuroendocrinos y liberar esteroides que desencadenan la maduración o continuar el crecimiento juvenil.

Cómo se integran exactamente las diferentes señales para decidir cuándo un individuo puede alcanzar la madurez sexual y qué mecanismos moleculares y celulares actúan a nivel de las células neuroendocrinas que desencadenan esta decisión no se conocen bien. Este trabajo aporta detalles del inicio de esta transición hasta ahora desconocidos. Su objetivo, explican Morante y Domínguez, es descubrir los mecanismos universales y los circuitos neuroendocrinos necesarios para la regulación de la maduración sexual y el control del peso corporal utilizando el modelo de mosca Drosophila.

Morante y Domínguez han descubierto que la madurez sexual de las moscas Drosophila está mediado por un mecanismo que monitoriza los niveles de grasa corporal periférica a través de un eje formado por un portador de lípidos (llamado ApoB/apolipoforina) en las células grasas y Sema1a en el sistema neuroendocrino. La activación de este eje activa otra proteína de Drosophila equivalente a la leptina humana para iniciar la maduración sexual. Además, han comprobado que la leptina humana evita la obesidad en las moscas de la fruta mutantes.

Estos hallazgos muestran cómo los niveles de grasa periférica regulan el proceso de maduración sexual y que cuando esto falla produce obesidad juvenil. En el trabajo, publicado en Cell Reports, han participado también el Instituto de Investigación Sanitaria La Fe de Valencia, el Centro de Investigación Príncipe Felipe (Valencia) y el Centro de Investigación Médica Aplicada de la Universidad de Navarra.

Enlace al artículo: https://www.cell.com/cell-reports/pdfExtended/S2211-1247(21)01294-8

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