Detectan altos niveles de mercurio en pingüinos de la Antártida

Este trabajo de la Universidad de Murcia es uno de los primeros en estudiar los niveles de mercurio en los pingüinos de esta zona de la Antártida, reflejo del alto grado de contaminación medioambiental en todo el planeta que llega a incidir incluso en zonas tan protegidas como la Antártida.

Las regiones polares, símbolos de la naturaleza, han sido identificadas como potenciales sumideros de mercurio procedentes de corrientes atmosféricas y oceánicas que transportan el mercurio a lo largo de toda la Tierra. Un artículo publicado recientemente en la revista científica International Journal of Environmental Research and Public Health (Índice de impacto 3.390) ha analizado la intrusión de mercurio en la red alimentaria antártica, que está dando lugar a “niveles de mercurio elevados pero no tóxicos en los pingüinos”, asegura el investigador de la Universidad de Murcia (UMU), Miguel Motas.

Tal y como explica, los niveles más altos de este metal se encontraron en los pingüinos barbijo, de la isla Rey Jorge, debido a su situación geográfica, más cerca de América y por tanto en mayor contacto con “fuentes antropogénicas”.

Características geográficas y biológicas de la zona

Los cambios en la cobertura de hielo que se están produciendo actualmente en algunas zonas, fruto de la crisis climática, “podrían potenciar estos fenómenos y sus impactos en la flora y fauna local”, explica Motas.

Las aves marinas, como especies longevas que se encuentran en la cima de las cadenas alimentarias, son especialmente sensibles a este metal altamente tóxico con capacidad de biomagnificación: “Esta cualidad hace que los metales aumenten sus niveles de manera exponencial según se avanza en la cadena alimentaria”, puntualiza el investigador de la UMU.

La forma que tiene el mercurio de entrar en la cadena alimentaria empieza en el krill, un pequeño crustáceo, ya que es el elemento fundamental de la cadena trófica de estos ecosistemas antárticos. Motas recuerda que, “al depender tanto este frágil ecosistema del krill, cualquier factor estresante que sufra el mismo afecta al resto de la cadena trófica antártica”.

Uno de los primeros estudios en analizar el mercurio en los pingüinos de esta zona de la Antártida

Esta investigación comenzó con la toma de muestras en la campaña antártica 2005/2006 y continuó hasta la campaña 2006/2007. Los investigadores e investigadoras participantes de la Estación Experimental de Zonas Áridas, del Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC y de la Universidad de Murcia, fueron de los primeros en medir el mercurio en un área geográfica amplia de la península Antártica en estos seres vivos y descubrieron que, “en los citados años, los niveles de mercurio ya eran muy altos”.

“Los metales pesados se han ido almacenando en el hielo”, explica Miguel Motas, y el problema con el mercurio, “se ha agravado con el calentamiento global y derretimiento de las regiones polares”. La cantidad de mercurio acumulado desde la Revolución Industrial y el procedente de la actividad volcánica, está siendo “disponible a una velocidad y en una cantidad inusual”, lo que supone un “riesgo muy alto para todos los seres vivos que allí habitan” ya que, aunque en los citados años no hemos encontrado niveles indicadores de intoxicación, se trata de un indicador de alta contaminación en una zona prácticamente virgen. Las corrientes atmosféricas desplazan los metales pesados por todo el planeta, llegando a zonas donde esta contaminación no existía anteriormente en este grado.

Para realizar este estudio en unos seres vivos especialmente protegidos, decidieron utilizar las plumas de los pingüinos, por ser muestras mínimamente invasivas y por ser ricas en azufre presente en la queratina, que tiene la capacidad de unirse fácilmente a los metales. Por eso esta muestra resulta útil para el seguimiento del mercurio: “Los pingüinos, al situarse en la parte alta de la cadena alimentaria, ser abundantes en la Antártida, tener un largo periodo vital y un nicho ecológico permanente, son muy buenos biomonitores ya que bioacumulan el metal que se biomagnifica en la cadena alimentaria, es decir, que pueden ser una prueba representativa para ver el estado de contaminación de la zona”.

El investigador Miguel Motas va a volver a la Antártida el próximo 13 de diciembre, donde permanecerá unos meses para realizar nuevas investigaciones.

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