Colombia es el país más peligroso del continente para promover los derechos y las libertades fundamentales, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Ello se traduce en que según el DANE el 53,1 % de los colombianos se siente inseguro (36,8 %) o muy inseguro (16,3 %) caminando solo en su barrio por la noche. Los niveles altos de miedo al crimen pueden alterar las rutinas cotidianas, como dejar de transitar por ciertas calles, no ir a parques o ciclovías –porque en los imaginarios o realidades se asocian con presencia de delincuentes–, o no salir de noche, todo ello para evitar ser asaltado.
El profesor José Ignacio Ruiz Pérez, del Departamento de Psicología de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), señala que investigaciones realizadas encuentran una relación leve entre mayores niveles de miedo al crimen –o de crimen percibido– con síntomas de ansiedad, depresión, estrés, o con una autopercepción de peores condiciones de salud.
Qué consecuencias acarrea el miedo al crimen
“Esto no quiere decir que el miedo al crimen puede causar por sí solo un ‘trastorno de ansiedad’ –como lo denominamos en psiquiatría o psicología–, pero una sensación de peligro sí puede llevar a las personas a refugiarse en casa antes de que sea muy tarde, e incluso en la misma casa estar en alerta casi permanente a posibles asaltos o robos, en particular en viviendas vulnerable al acceso de intrusos”.
En su opinión, vale la pena señalar que en ocasiones el nivel de miedo al crimen que las personas señalan en las diferentes encuestas puede reflejar las preocupaciones o temores en otros órdenes de la vida.
Así, las malas condiciones de la vivienda, la inseguridad alimentaria y la precariedad del empleo también generan temor al futuro y una percepción de poco control sobre la vida propia, todo lo cual se puede expresar, sin darnos cuenta, en nuestros miedos y preocupaciones frente al delito.
¿Miedo al crimen o a la inseguridad?
Es por ello que en ciertos paradigmas críticos se emplea más el término “percepción de inseguridad”, ya que la inseguridad se puede experimentar no solo frente al delito, sino también en esos otros ámbitos de los derechos humanos como la alimentación, la educación y la salud, entre otros.
En cuanto a las formas de intervención sobre el miedo al delito, existen varios niveles: en el de la política criminal, muchos Estados consideran el miedo al crimen como un problema específico, diferente de la criminalidad objetiva, que requiere intervenciones específicas.
De hecho, en ocasiones los contextos de hábitat presentan índices de criminalidad relativamente bajos, y en cambio los niveles de miedo al crimen son altos.
Destaca que incluso algunas veces el miedo al delito también se da hacia el hogar, porque ese espacio, que debería ser seguro, puede ser escenario de delitos, como sucede con la violencia doméstica.
Quiénes tienen más miedo a sufrir un delito
Por ejemplo, “un estudio del Laboratorio de Psicología Jurídica de la UNAL encontró que las personas de estratos más bajos tienen más miedo a ser víctimas de algún delito dentro del hogar, mientras que las de estratos más altos sienten más temor a delitos en el espacio público”, anota el académico, coordinador del Laboratorio, una de cuyas líneas de trabajo es la construcción de tejido social, que incluye el miedo al crimen.
Indica además que la ciudadanía percibe baja eficacia de la Policía, entendida la eficacia como la captura de delincuentes y la rapidez de reacción ante los llamados de auxilio.
“Conviene entender que aunque muchos operativos de la Policía llevan meses de preparación, de recolección de pruebas judiciales y de seguimientos para llegar a las capturas, la ciudadanía se guía en sus imágenes y representaciones sociales por su contacto directo y cotidiano con esta”.
Así, tanto los rumores acerca de agentes de tránsito que reciben sobornos para no poner el comparendo, o ver que los policías miran a otro lado para no confrontar a quienes se cuelan en TransMilenio, o las medidas de casa por cárcel que se otorgan en los estrados a los autores de ciertos delitos, pueden contribuir sin duda a que las personas se sientan desprotegidas frente al crimen.
A su vez, esto puede llevar a tratar de mejorar la seguridad de la vivienda instalando alarmas o cerraduras más seguras, o adquiriendo mascotas para cuidar el hogar. Quienes pueden, se trasladan a vivir a barrios percibidos como más seguros, o a conjuntos de viviendas que funcionan como miniciudades, con circuito cerrado de televisión, canchas deportivas, salón de coworking, etc., de forma que así reducen la necesidad de salir a la calle.
Aislamiento, efecto colateral
Un efecto colateral del miedo al crimen puede ser, precisamente, el generar aislamiento entre las personas, los vecinos, por no saber en quién se puede confiar.
Aquí puede ser necesaria la colaboración de diversos sectores: por ejemplo, la Policía puede informar de capturas, para mostrar eficacia en la lucha contra el delito, y debe guardar un trato irrestricto en el respeto a los derechos humanos de la ciudadanía, pues los contactos o experiencias negativas generan un impacto más fuerte –en este caso negativo– que el que generan los contactos positivos.
Por su parte, las personas puede implementar acciones, como verificar la autenticidad de las noticias que circulan por redes sociales sobre asaltos u otro tipo de agresiones a personas, pues en muchos casos, al replicarlos, generan una alarma social innecesaria porque no han ocurrido en Colombia o corresponden a otras épocas. Por otro lado, es importante y positivo mantener las actividades o rutinas cotidianas, sin descuidar las conductas de seguridad.