Más del 80 % del cerebro de un menor se forma antes de los tres años, por eso, episodios de estrés, abandono y maltrato, además de una mala nutrición, tienen consecuencias severas en este órgano que se está desarrollando. En estas condiciones, la superficie de la capa exterior del cerebro se vuelve más pequeña, en especial las zonas relacionadas con el lenguaje y el control de impulsos, y también se reduce el volumen del hipocampo, área responsable de la memoria y el aprendizaje.
La doctora Cristina Lorena Ramírez, especialista en Neuropediatría y estudiante del Doctorado Interfacultades en Salud Pública de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), explica que «uno de los cambios importantes en neurociencias es entender que el cerebro no es un órgano genéticamente determinado, sino que se construye a partir de las experiencias de los individuos».
Ella y su colega Nubia Patricia Farías son las autoras del libro Pobreza y desarrollo cerebral, presentado en la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo).
En el texto, las académicas señalan que entre la genética y el ambiente existe una relación íntima y que en algunos periodos el cerebro inmaduro es más sensible a experiencias negativas. Estas diferencias no son el reflejo de características innatas o heredadas, sino de las circunstancias en las que crecieron los niños.
Los efectos negativos en el desarrollo cognitivo, físico y socioemocional de los niños tienen consecuencias a largo plazo, no solo en su propio bienestar, sino que cuando son adultos tales carencias contribuyen a perpetuar los ciclos internacionales de pobreza, desigualdad y exclusión social.
Las claves para paliar los efectos de la pobreza en el cerebro de los niños
Los ocho capítulos del libro de las doctoras Ramírez y Farías son el resultado de una extensa revisión de la literatura, desde las neurociencias y la puericultura, acerca tanto de las implicaciones de la pobreza en el cerebro en desarrollo como de los mecanismos y las posibilidades de resiliencia.
La obra explora el desarrollo cerebral como derecho, el apego, la construcción de emoción y cognición a largo plazo, el estrés y las enfermedades neurológicas relacionadas con la pobreza.
De estos temas, las autoras resaltan el apego, es decir los vínculos de los menores con sus familias, la crianza amorosa y cómo estos mecanismos se convierten en elementos que posibilitan la recuperación ante la adversidad.
La profesora Farías menciona la importante función del pediatra como acompañante del camino de crecimiento y desarrollo del niño.
En el libro también se exploran la desnutrición y los conceptos sobre inseguridad alimentaria, sumados a los múltiples factores estresantes que imponen los contextos de pobreza.
La influencia de la nutrición explica la importancia de la tasa metabólica cerebral como la más alta de la economía corporal y las repercusiones del hambre sobre la actividad física y el desarrollo cognitivo.
Además se abordan otras causas de exposición a enfermedad neurológica relacionadas con la pobreza, como los agentes infecciosos, cuya presencia se puede interpretar como indicadores de desigualdad y marginalidad.