Otra forma de ver cine

    Ya está. Ahí estamos, casi todo el mundo hipnotizado por el fenómenos de los Óscar y los dueños de la industria del cine de Estados Unidos frotándose las manos y comentando, seguro, en voz baja: “¡El mundo es nuestro¡ ¡nos vamos a forrar!” Y el mundo aplaude, lleno de autómatas con un síndrome subliminal que nos invade. Una vez superado el estupor, viene la reflexión, en frío, sobre las películas premiadas. Por cierto, que en este certamen mundial sí diferencian el llamado ‘cine formal’ del llamado ‘cine de animación’ (‘Up’ ha sido el Óscar a la mejor película de animación). No sé si saben ustedes del debate o discusión que se ha vivido en internet, en febrero, con motivo de los premios de la crítica andaluza.

    Me explico. El de mejor película se lo llevo ‘Up’, del que este periodista-crítico discrepó. Total que durante semanas se vertieron opiniones, la mayoría de ellas a favor de que todo vaya en el mismo saco. Sólo algunos cinéfilos aislados opinamos que una cosa es el cine de animación, con todos sus valores (personalmente me interesa y me puede emocionar una buena película de animación) y otra cosa la óptica fotográfica del filme sobre la realidad, aunque ahora la cuestión vaya de digital y de efectos especiales en ordenador. El caso es que el debate-discusión ha sido interesante, ha servido para dialogar, ha desempolvado ideas y ha abierto ventanas en este mundo cultural tan cerrado y callado en muchas ocasiones.

    Volviendo a los Óscar, personalmente me alegro que no se lo hayan dado a ‘Avatar’, una buena película comercial, que bastante premio tiene con los millones que lleva recaudados. Por lo visto es la única manera que tiene mucha gente de valorar lo que consideran buen cine: la taquilla. Sobre ‘En tierra hostil’, lo de siempre, cómo el cine estadounidense deja sitio para que la autocrítica siempre esté presente en su filmografía. Y eso es digno de admirar. Aquí, en España, es otra cosa. O no hay una mirada autocrítica sobre nuestro pasado y presente; y si la hay, se hace de mala manera, salvo alguna que otra excepción. O no se sabe o no se quiere hacer. O es que todavía hay miedo. Y el público es fácil de manejar, manipulable o pasa de todas estas reflexiones sobre la filosofía del cine como instrumento cultural de transformación social. Bastantes problemas tenemos en casa, dicen, para seguir con ellos en el cine.

    Luego está el premio a la mejor película de habla no inglesa. En la mayoría de los casos, pienso que hay mejor cine, año atrás año, en este apartado que en el Óscar ‘oficial’. En esta ocasión ha tocado a una película argentina, arropada por España, ‘El secreto de sus ojos’ de Juan José Campanella. Una buena película, reflexiva, sobria, que se sumerge en los sótanos de la historia argentina contemporánea reciente, en el residuo que permanece en la vida cotidiana y que el paso del tiempo no consigue borrar; película, que en el Festival de San Sebastián no supieron valorar. El sentido patrio, por aquello de lo latino, parece que se impone, como una gran competición emotiva, “han ganado los nuestros” son gritos de júbilo en gran parte del panorama de los medios de comunicación.

    Tiene que imponerse la serenidad. Personalmente me quedo con ‘La cinta blanca’, de Michael Haneke, un cineasta en cierto modo irreverente, con filmes bastante perversos y herméticos, por llamarlo de alguna manera, muy personal. En ‘La cinta blanca’ impone su mirada racional y analítica en lo descriptivo, para una importante historia en blanco y negro (siempre la magia de la luz en las imágenes en blanco y negro, inigualable). ‘La cinta blanca’ ha sido galardonada también con el premio de mejor película del cine europeo. Para mí, es la película del año: Por imponer una narrativa profunda, contracorriente, que hace resurgir la estética del cine nórdico, de Dreyer o de Ingmar Bergman. Y lo hace con un tiempo medido, con una puesta en escena (por qué será que hoy día casi nadie habla de puesta en escena en el cine) acorde con el discurso fílmico que se propone. Y porque entra a fondo en los preámbulos del nazismo que se avecina a principios del siglo veinte, en Alemania, pero también extensible a cualquier país, del siglo pasado, del veintiuno y del futuro, cuando la rigidez del puritanismo protestante, que convive con sus propias contradicciones, mantiene en secreto sin saberlo el monstruo que está gestándose entre el cinismo e hipocresía de la sociedad y de sus protagonistas, mundos familiares de los adultos (burguesía y servidumbre), mundo de los niños (juegos y dependencias), mundos diferenciados, incomunicados, vigilándose mutuamente entre relaciones de poder, entre formas vacías de una realidad agonizante, que va irremisiblemente hacia un precipicio. Como así fue. Y esto lo cuenta sin concesiones. Y por todo esto, nadie de la Academia de Cine de Estados Unidos estaba dispuesto a premiar este tipo de cine.

    En fin, todas estas consideraciones vienen a cuento porque, en cine, no todos los premios son oro que reluce. Y a veces, lo que de verdad debería interesar, permanece oculto, silenciado e ignorado. ¡Qué lástima!

     

     

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