La robótica social revolucionará en pocos años cómo nos relacionaremos con estas máquinas. Un experimento desarrollado en la Universidad de Almería transforma un robot de juguete para que sea capaz de cuidar y entretener a personas mayores. La clave ha sido personalizar el código fuente del aparato, que se comercializad como un juguete con el que los niños aprenden a programar.
La robótica social avanza a pasos agigantados. Pensar en tener un robot en casa con aspecto humanoide que nos ayude en las tareas, esté al cuidado de los niños o que, simplemente, nos haga compañía está mucho más cerca de los que muchos creen. De hecho, ya es posible, gracias al desarrollo de la programación de estos robots ‘inteligentes’ capaces de conectar emocionalmente con sus propietarios, hasta el punto de convertirse en uno de sus mejores compañeros.
Tras leer esto, muchos pensarán en el Tamagotchi, aquella mascota virtual creada por Aki Maita y que a principios de los 2000 cautivaba a grandes y mayores, pidiendo atenciones. Y no están muy equivocados, lo que ocurre es que la robótica social ha dado un salto mucho más allá, hasta alcanzar unos robots autónomos, capaces de realizar acciones por sí mismos y, sobre todo, de aprender de la experiencia.
En eso mismo trabaja Ángeles Hoyo, una alumna de Ingeniería Informática de la Universidad de Almería, apasionada por la ingeniería, que está desarrollando un robot social para la atención de personas mayores, a partir del robot comercial Aisoy. Esta estudiante aventajada está explorando las posibilidades de este juguete, ideado por sus creadores como una herramienta para que los más pequeños de la casa comiencen a realizar sus primeros trabajos de programación.
“Elegimos el robot Aisoy porque nos permite acceder a sus tripas, a su código”, dice el profesor del Departamento de Informática de la Escuela Superior de Ingeniería (ESI), José Luis Guzmán, que junto a José Carlos Moreno, dirige el que será el Trabajo Fin de Grado de Ángeles Hoyo.
Aisoy está hecho en código abierto, de forma que una persona con conocimientos de programación puede acceder a su ‘cerebro’ y programarlo a su gusto. Aisoy viene de fábrica con un sistema preparado para la programación a alto nivel, es decir, con un software para la programación sencilla a partir de unas funciones ya predefinidas por el fabricante. Basta mover unos bloques de color de sitio y agruparlos de una manera determinada para que el robot realice funciones sencillas como mover un brazo o desplazarse en la dirección elegida. Es un sistema de programación sencillo, ideado para que los niños tengan su primera experiencia en la programación de robots.
Ángeles Hoyo ha dado un paso más. Se ha centrado en la programación a bajo nivel que permite Aisoy, en el código primario del robot para crear funciones desde cero, tal y como hacen los fabricantes, con el lenguaje de programación Python. “Las posibilidades son infinitas”, dice esta alumna de la ESI, y se puede hacer prácticamente de todo, solamente con las limitaciones físicas del propio robot. Sin embargo, Ángeles Hoyo se va a centrar en el desarrollo de un conjunto de funciones de gran interés para la atención de personas mayores.
“Los objetivos del Trabajo Fin de Grado son el poder conseguir que el robot pueda ser utilizado como recurso de compañía para los ancianos, poder interactuar con ellos para que no tengan la sensación de que se encuentren solos, supervisarlos y en caso de que no respondan emitir una señal de alarma a los encargados del centro”, afirma esta estudiante de la Escuela de Ingeniería almeriense.
Aunque actualmente se está haciendo con el control absoluto del robot, Ángeles Hoyo espera que en poco tiempo esta unidad de Aisoy comience a responder a las instrucciones que está escribiendo en su memoria, y que le permiten actuar de manera prácticamente autónoma en el acompañamiento de las personas mayores, a las que va dirigida esta experiencia de robótica social.
Uno de los aspectos más sorprendentes del proyecto es la capacidad que tiene el robot para interpretar emociones. Gracias a la cámara que equipa, es capaz de reconocer gestos faciales e interpretarlos, una función que además le lleva a aprender de la experiencia. Por ejemplo, una de las funciones con las que se programará el robot es la de hacer reír a los ancianos contándoles chistes. Si el chiste les hace reír, seguramente se lo vuelva a contar en otro momento, sin embargo, si no tiene el efecto deseado, lo más probable es que el robot no se lo vuelva a contar más, ya que ha aprendido que ese chiste no tiene gracia.
Lo mismo ocurre cuando llama la atención del anciano para que lo acaricie, es una manera de reclamar su atención y tenerlo entretenido, al mismo tiempo que genera cierto vínculo emocional.
A estas funciones ‘sociales’ se le une una mucho más importante y que va dirigida a tener controladas las constantes vitales del anciano. El robot es capaz de detectar la respiración de la persona y también de estar alerta de sus movimientos, de forma que si nota algo extraño enviar una señal de alerta a los cuidadores. También cuando en alguna de las interacciones sociales no recibe respuesta por parte del mayor.
La primera parte del proyecto, en la que ahora mismo está trabajando Ángeles Hoyo es conocer a fondo el robot e investigar la forma de hacerse con el control. Ver cómo está conectado todo por dentro, conocer cómo funcionan todos sus componentes y, a partir de ahí, programar nuevas funciones con lenguaje Python. El segundo paso, no menos importante, vendrá cuando se ponga en práctica con personas mayores de la residencia San Rafael de Níjar. Ángeles Hoyo colaborará con la psicóloga del centro, que le ayudará a perfilar las funciones de Aisoy desde el punto de vista de una experta en este ámbito de la ciencia. En junio se contarán con las conclusiones de este trabajo que abre un nuevo camino en la atención de personas mayores.
Los creadores de Aisoy están al tanto del trabajo que se está realizando en la Universidad de Almería y están colaborando en todo lo que pueden, explica José Luis Guzmán, quien pone de relieve que la importancia de esta investigación va mucho más allá de las funciones que pueda desarrollar esta alumna de informática, ya que supone una experiencia pionera en el desarrollo de un robot social de un coste muy reducido, del que se podrán beneficiar muchas más personas. Recuerda que ya hay robots con funciones similares a las que desarrollará Ángeles Hoyo, y cuyo precio supera los 30.000 euros.
Este proyecto parte de un robot cuyo precio no llega los 300 euros, y que presenta unas posibilidades de desarrollo muy interesantes para el campo de la atención y el de la educación.