Cerro de Montecristo, la joya pisoteada

    Gades, la primera ciudad en el extremo occidente del Mediterráneo, pasadas las Columnas de Hércules, data su antigüedad en torno al año 1.100 antes de Cristo. La vieja Gadir era el punto final de un periplo por el Mare Nostrum que comenzaba en las ciudades-estado de Tiro y Sidón y que bordeando ese mar interior, hacía escalas en las actuales Grecia, Italia, sus islas, Francia, Ibiza y las costas levantinas y andaluzas, para volver desde Gadir, por el norte del Magreb y Libia, de regreso a las costas fenicias, hoy Libano, aprovechando las corrientes del Estrecho.

     

    No es descabellado pensar que hasta Fenicia hubieran llegado los ecos de una civilización avanzada y estructurada, aunque ya en fase decadente, asentada en el sur de la península: Tartessos.

    Cuando los fenicios llegaron a la isla gaditana, conocieron, sin duda, parte del esplendor de Tartessos, el enigmático estado de las proximidades de las desembocaduras de tres ríos Guadalete, Guadalquivir y Guadiana y, junto a aquellos restos fundaron la ciudad, que luego fue aliada y finalmente una de las más importantes del Imperio, hasta el punto que la calzada más destacada de todas las grandes construcciones, fue la vía de Gades a Roma.

    En el sur peninsular, los fenicios establecieron puertos de abastecimiento y refugio equidistantes entre sí, de manera que la navegación era segura. Así fueron naciendo asentamientos portuarios, unos desaparecidos y con escasa importancia y otros relevantes no sólo para los fenicios, sino para las civilizaciones posteriores.

    Nacen, casi de manera simultánea, Baria, Abdera, Sexi, Malaca, Carteya.

    Los fenicios se asentaron y fortificaron Abdera, situada sobre un montículo alargado en dirección norte-sur, que se adentraba en el Mediterráneo en la desembocadura del río -hoy Rio Adra- cuyo delta formaba una pequeña bahía natural, a resguardo de los vientos de poniente y levante.

    En aquel cerro, hoy desmochado, no sólo se instalaron factorías para salazón, sino talleres de alfarería y fundición, y un  núcleo de población que, posiblemente, se extendiera hacia el poniente (hoy barrio alto de Adra), y hacia el norte, en el Cerro ‘Chispa’ y el monte bajo interrumpido por la construcción de la Autovía del Mediterráneo.

    En la memoria de los abderitanos, el Cerro de Montecristo  es la referencia para fijar la antigüedad de Adra, contrastada por los expertos en el siglo VIII antes de Cristo, yas que no se han descubierto evidencias anteriores para hacerla coetánea, como sería lo lógico, con Gadir.

    En los siglos XVII y XVIII de nuestra Era, la importancia arqueológica del Cerro de Montecristo es reflejada en obras de eruditos de la época que destacan los restos romanos, a los que hace referencia el Diccionario de Pascual Madoz, a mediados del XIX.

    Los grandes propietarios que se afincaron en Adra para la explotación de los ingenios del Azúcar y la fundición de plomo, sí valoraron esa importancia y en sus colecciones privadas figuran buena parte de piezas extraídas del Cerro y su entorno, dando éstas una ligera idea de la riqueza arqueológica del enclave.

    Aficionados e investigadores en tareas sin organización y sin el más mínimo control han hecho desaparecer centenares de piezas de ajuar, numismática, cerámica, decorativa o instrumental, desde el siglo XVII hasta nuestros días.

    Sólo en contados casos, como la tarea de recopilación de objetos y clasificación del ingeniero francés Francois Octobon, en los años 60 que llegó a tener numerosas cajas llenas de objetos arqueológicos del Cerro de Montecristo y que tras su marcha a Francia, pretendió entregar al Ayuntamiento de Adra y algunas se ‘perdieron’ en el camino de una calle a otra, son trabajos dignos de mención.

    En el año 2000, la familia de Octobón hizo entrega de algunas cajas de que pudo ‘salvar’ para el futuro Museo Arqueológico de Adra.

    Desde la década de los sesenta, fueron muchos los abderitanos que sólo o en grupos, incluso de estudiantes llevados por sus maestros, subieron al cerro para excavar y apropiarse de lo encontrado.

    Pero tras eso, las únicas excavaciones arqueológicas dignas de esa denominación son las llevadas a cabo por Manuel Fernández Miranda en 1970 y 1971 y las que vienen realizando equipos en los que participó o dirigió el arqueólogo José Luis López Castro, siendo destacados los estudios llevados a cabo por Lorenzo Cara y Manuel Martínez y Manuel Carrilero, entre otros, desde 1986 hasta la actualidad.

    En los últimos años, la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de Adra se han interesado por el Cerro de Montecristo, cofinanciado por la Unión Europea, proyectos de estudio y catas, que están dando excelentes resultados, porque la destrucción sistemática no ha podido acabar con los cimientos de aquella civilización.

    No obstante, la carencia de un plan de actuación global en el recinto arqueológico y su entorno hacen que los efectos de esos planes queden minimizados o incluso puedan ser estériles.

    Las viviendas sociales construidas (hoy calle del Molino) en todo el frente sur del Cerro de Montecristo acabaron con importantes vestigios, que algunos vecinos aún recuerdan, como dos grandes arcos bajo el cerro, justo donde en estos meses se ha limpiado un horno romano y ha aparecido un lienzo de sillar de la muralla fenicia.

    La declaración del recinto arqueológico como Bien Cultural andaluz no ha impedido que la propia administración permita la construcción de nuevas edificaciones, una de ellas justo en la línea que debería seguir el lienzo de muralla fenicia encontrada, levantando un edificio de cuatro plantas, entre esta muralla y las piletas romanas de salazón, que testimonian la importancia de Abdera como factoría exportadora de pescados y salsas en la época romana, en la que llegó a tener ceca propia, acuñandose las monedas con el templo tetrástilo con columnas sustituidas por dos atunes.

    El destrozo del Cerro de Montecristo es evidente, en donde no se respeta la norma de recintos arqueológicos ni por los mismos que deben protegerla. Un cinturón de nuevas construcciones asfixia todo el área y aumentan sin miramientos corralizas y patios traseros a las edificaciones y en lo más alto del cerro, las tareas de construcción de tres invernaderos, roturaron la tierra y siguen labrando, bajo la que está la más preciada joya arqueológica.

    Los intereses privados por una parte, los económicos por otra y la incultura sobre todo ello son las losas que ocultan, cuando no destruyen para siempre, un legado que no pertenece a una generación concreta, sino que es la referencia, el punto inicial para nuestras señas de identidad.

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