Un video grabado en un campo de girasoles marchitos de Córdoba es el punto de partida del nuevo trabajo de Mark Maxwell, que desde el próximo viernes se puede conocer en el Museo Pedro Gilabert de Arboleas. Como actividades complementarias se podrá ver un DVD con una compilación de clips de películas de Andréi Tarkovsky, así como un taller en el cual Mark Maxwell compartirá con los participantes su técnica de pintura. Completan también la exposición una serie de pinturas del artista, realizadas con óleos y finas láminas de metal aplicados sobre tableros de aluminio, con una pátina química cuyo resultado evoca paisajes abstractos en aparente estado de flujo. Quien quiera dejarse provocar por la nostalgia puede visitar ‘Al Hilo de la Memoria’ en la Sala Temporal del Museo Pedro Gilabert, del 5 de junio al 24 de julio.
Para la nueva propuesta, el espectador tendrá que acercarse a una gran estructura de madera similar a un granero (construida por el artista en la Sala Temporal del Museo Pedro Gilabert) y asomarse por una de sus escotillas. El interior del granero parece una cámara de los antiguos cortijos, en el cual se ven “objetos olvidados” (cajas, botellas, maletas viejas, fotografías etc). Proyectadas sobre los objetos y las paredes interiores de la cámara se ven las imágenes del campo de girasoles.
En las palabras de Maxwell, “la instalación trata de memorias, nostalgia, esperanzas abandonadas, secretos y también redescubrimientos”. El artista identifica como su fuente de inspiración para este trabajo la obra del cineasta ruso Andréi Tarkovsky, “el poeta del cine”, cuyas películas están cargadas de intimismo y belleza. En especial su penúltima película, “Nostalgia” (1983).
Estrella de Diego, ensayista y catedrática en Historia del Arte Contemporáneo en la Universidad Complutense de Madrid, describe a la perfección las sensaciones de la película de Tarkovsky: “Todos tenemos un paisaje que añorar, un rostro, un objeto, una casa, un cuadro, una melodía, un olor, el tacto de un tejido, el sabor de una fruta… Siempre hay un detalle, nimio, inofensivo en apariencia, que desencadena el proceso mismo de recordar, y por tanto añorar. Y Tarkovski, maestro en nostalgia, utiliza las banalidades cotidianas para revivir nuestra melancolía: el rostro de la madre, las manzanas, un árbol, la lluvia, un gesto del brazo, una estampa, la Biblia, la botella y el peine en la habitación de hotel de Nostalghia, la loza familiar abandonada en el porche de la dacha(…)”.