Las construcciones megalíticas siguen sorprendiendo miles de años después de que se levantaran. Todavía resulta una incógnita el significado de muchas de ellas, pero aún es más desconocido cómo se las ingeniaban los seres humanos de hace más de 6.000 años, para manejar rocas de semejante volumen y peso, y de qué manera las transportaban decenas o cientos de kilómetros.
Estudios en algunos monumentos megalíticos de las provincias de Huelva y Sevilla han permitido conocer que algunas piezas se transportaban desde canteras situadas de decenas de kilómetros, mediante una especie de ‘autovía’ fluvial, por el gran estuario que ocupaba lo que hoy es el Bajo Guadalquivir.
Una serie de análisis arqueológicos han revelado información sobre los materiales que empleaban, así como la manera en que trabajaban estas piezas de gran tamaño, con las que levantaban espectaculares construcciones, para honrar a sus difuntos, sus dioses y a quienes consideraban que regían su destino.
El investigador del área de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Huelva, Teodosio Donaire, colabora habitualmente con equipos de arqueólogos, en el estudio de monumentos megalíticos. Como geólogo, su trabajo cosiste en estudiar las rocas empleadas en las construcción de estas formaciones, con el objetivo de caracterizarlas y, a ser posible, determinar el lugar del que fueron extraídas, para lo que llega a emplear análisis muy sofisticados, encaminados a comparar isótopos de las rocas del monumento megalítico con las de la posible cantera.
De dónde se obtenían las rocas para construir monumentos megalíticos
Por lo general, afirma Teodosio Donaire, para las construcciones megalíticas se empleaban rocas del entorno cercano. El peso y el tamaño de las piezas utilizadas era variado, y va desde los 300 kilos de las más pequeñas, que se podrían transportar fácilmente entre un grupo de personas; a los 3.000 kilos que pesan los elementos de mayor tamaño, empleados para formar la techumbre en los dólmenes. El transporte de estas piezas más grandes generaba problemas de mayor envergadura y se piensa que las trasladaban mediante un sistema de cuerdas.
Sin embargo, no siempre se tomaba el camino más sencillo y en algunos de estos monumentos se han encontrado rocas cuya procedencia se encuentra a muchas decenas de kilómetros.
Esta situación anómala se da, por ejemplo, en el dolmen de Soto, en el municipio onubense de Trigueros. Este monumento está formado, principalmente, por rocas de un tipo de arenisca, cuyo yacimiento se encontraba apenas de tres kilómetros de distancia. Pero en un análisis más detallado del monumento, los investigadores encontraron un par de ortostatos (losa en posición vertical) de andesita, «que se debieron traer de una cantera localizada a unos 20 kilómetros de distancia», afirma el investigador de la Universidad de Huelva; y una pieza de granito, cuyo origen está en la localidad sevillana de Gerena, a unos 100 kilómetros del lugar.
El caso del dolmen de Soto no es único. En los tholos de La Pastora, en la localidad de Valencina de la Concepción, en el Aljarafe sevillano, también se encontraron granitos de Gerena y areniscas calcáreas de Coria del Río, localidades situadas a decenas de kilómetros de distancia de la construcción megalítica.
Cómo se transportaban las enormes rocas de los monumentos prehistóricos
¿Cómo las llevaron hasta allí? Según estudios en los que ha participado Teodosio Donarie, la hipótesis más factible y que explica cómo se pudieron transportar las rocas apunta a que se realizó mediante embarcaciones. La línea de costa hace más de 6.000 años era muy diferente a lo que hay ahora, de forma que el Bajo Guadalquivir actual era un enorme estuario navegable, que las poblaciones de la época utilizaban como una vía de comunicación. Solamente así se entiende que pudieran trasladar piezas de roca de más de cerca de tres toneladas esas distancias tan largas para la época.
A partir de sus estudios, el investigador de la Universidad de Huelva afirma que para la construcción de este tipo de monumentos se empleaban rocas que se extrajeran fácilmente de la cantera; piezas de andesita, una roca «muy exfoliada», que se puede extraer en bloques sin que se parta y se pueden trabajar sin demasiado esfuerzo. O fragmentos de grauvacas, como los empleados mayoritariamente en el dolmen de Soto, que se empleaban prácticamente tal y como se extraían de la cantera, salvo algunas modificaciones leves para asegurar que encajaran en el lugar indicado y picados en su superficie, con el objetivo de darles un aspecto rugoso.
Recientemente, en la localidad onubense de Ayamonte ha aparecido un conjunto de menhires de grauvcaca, rocas que abundan en la zona, que se colocaban de manera vertical tal cual salían del afloramiento, ya que la misma estructura nodular de esta roca ponía a disposición de las poblaciones prehistóricas las piezas ya sueltas.
A qué se debe la gran concentración de megalitos en la zona oeste de la Península Ibérica
Aunque hay construcciones megalíticas en otros lugares de la Península Ibérica, como por ejemplo en el norte de la provincia de Granada o en el entorno de Antequera, la mayor concentración de este tipo de monumentos se encuentra en la zona más occidental. Se piensa que se debe al contacto con culturas bañadas por el Atlántico, como pueblos de la Bretaña francesa o de Irlanda y Reino Unido, donde se encuentra Stonehenge, sin duda, el monumento megalítico más conocido del mundo.
Posiblemente, las construcciones megalíticas sean unas de las manifestaciones culturales que más impresionan de la Prehistoria. Fascinan por su aspecto, por la tecnología empleada para levantarlas, pero sobre todo, por el significado que pudieron tener y que, todavía hoy, sigue siendo un misterio que los arqueólogos tratan de desvelar.