Investigadores de la Universidad de Alicante (UA) y la Universidad Miguel Hernández (UMH) han evaluado el impacto de los visitantes y las actividades de ocio que realizan sobre una de las funciones ecológicas más importantes en los ecosistemas, el consumo de carroña de animales muertos.
Han concluido que, en la zona en la que los visitantes pueden acceder, las carroñas tardan más en desaparecer debido a la ausencia de animales de gran tamaño, como rapaces y jabalíes, que consumen rápidamente este recurso, y son sustituidos por especies exóticas introducidas, más tolerantes a la presencia humana, como las ratas. Este hecho podría elevar el riesgo de transmisión de enfermedades.
Después del confinamiento forzoso a causa de la pandemia de Covid-19, las áreas naturales se han redescubierto como lugares de esparcimiento y ocio. Esto ha conllevado un importante aumento de las visitas y del uso de los espacios naturales, lo que ha aumentado la presión sobre la fauna y sobre las funciones ecológicas y los servicios ecosistémicos que nos ofrecen.
Dónde se ha analizado el impacto del ocio en los espacios naturales
La investigadora del departamento de Ecología de la Universidad de Alicante, Esther Sebastián González junto a los investigadores del Área de Ecología de la UMH, Adrián Orihuela Torres y Juan Manuel Pérez García, han realizado el estudio durante un año en el Parque Natural de El Hondo (Elche-Crevillent), un humedal de importancia internacional que cuenta con una de las mejores poblaciones de diversas especies de anátidas globalmente amenazadas como la malvasía cabeciblanca o la cerceta pardilla.
Hicieron seguimiento de cómo los animales consumían 185 carroñas de diferentes especies de vertebrados, desde peces a mamíferos y aves, mediante cámaras de fototrampeo automáticas que se activan con el movimiento. Para evaluar el impacto del turismo, compararon cómo cambiaban la comunidad de carroñeros y los patrones de consumo de carroña entre la ‘zona restringida’, donde no pueden acceder los visitantes, y la ‘zona de acceso público’, donde los visitantes pueden acceder libremente y se utilizan para pasear en bicicleta, correr, hacer senderismo, observar aves, hacer picnics o pasear al perro, entre otras actividades.
Qué consecuencias tiene la actividad humana en los espacios naturales
Los resultados muestran que el uso turístico altera la composición de la comunidad de carroñeros y que afecta aún más a especies de mayor tamaño, como las rapaces. Además, observaron que especies exóticas introducidas, como las ratas o los gatos, comieron casi cuatro veces más en las carroñas de las zonas de acceso público que en las zonas restringidas, lo que demuestra que las actividades humanas favorecen la presencia de especies potencialmente invasoras.
También, encontraron diferencias en los patrones de consumo. Mientras que casi el 70% de las carroñas en la zona restringida las consumieron vertebrados, en las zonas de acceso público fue un 20% menor. Asimismo, en la zona restringida las carroñas se consumieron antes y la biomasa consumida por los vertebrados fue mayor que en la zona de acceso público.
Los investigadores determinaron que esto es debido a que las especies más eficientes a la hora de consumir carroña, las de mayor tamaño como las rapaces, zorros o jabalíes, están casi ausentes en la zona de acceso público, probablemente porque tienen menor capacidad para soportar la presencia humana. Esto ralentiza la eliminación de la materia en descomposición, lo que aumenta el riesgo de transmisión de patógenos y modifica la recirculación de los nutrientes en el ecosistema.
Este estudio, publicado recientemente en la revista Animal Conservation, demuestra que los visitantes y las actividades que realizan en las áreas naturales alteran profundamente no sólo la comunidad de carroñeros, sino también los procesos ecológicos esenciales como la eliminación de carroña. Según los investigadores, esto pone de manifiesto la urgencia de regular el turismo en las áreas naturales, una actividad que está incrementando de manera exponencial, y de mantener áreas restringidas para preservar la biodiversidad y los procesos ecológicos, especialmente en paisajes muy humanizados.