En 2030, el 20% de la energía que se consumirá en el mundo la devorarán las tecnologías de la información. Cada búsqueda en internet, cada correo electrónico almacenado, consume energía. Por ello el grupo de investigación Alarcos de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM) ha desarrollado un sistema que mide el consumo energético de las aplicaciones y facilita hacer una programación más eficiente y respetuosa con el medio ambiente.
Con cada búsqueda en Google se emiten a la atmósfera 0,2 gramos de dióxido de carbono. Al ver un vídeo de YouTube durante diez minutos, un gramo. Mientras que cada correo electrónico almacenado en el ordenador supone emitir diez gramos de CO2.
De forma aislada, estas cifras son irrisorias. Sin embargo, si se multiplican por los más de 5.600 millones de búsquedas que se realizan al día, o por el billón de horas de vídeos de YouTube que se consumen a diario, se llega a unos niveles de emisiones preocupantes, tanto que suponen un problema de contaminación que supera el del tráfico aéreo y al que hasta hace bien poco apenas se le había hecho caso.
El uso de software y aplicaciones se ha extendido enormemente. Antes estaba limitado solamente a los ordenadores y algunos dispositivos más, pero en la actual sociedad digital, prácticamente cualquier aparato está conectado a Internet, genera datos y anima a una interacción que pasa por centros de tratamiento de información. Situaciones tan cotidianas como enviar un mensaje a través de una aplicación del móvil, subir una foto a la nube o activar el aire acondicionado de casa o el robot de limpieza con el móvil.
Cuánto emiten Internet y las aplicaciones digitales
Ya se han alcanzado niveles preocupantes y, aunque se están dando pasos por parte de grandes corporaciones e instituciones, nada va a impedir que en 2030, el 20 por ciento de la energía consumida en el mundo esté relacionada con las tecnologías de la información.
El grupo de investigación Alarcos de la Universidad de Castilla-La Mancha es uno de los primeros de nuestro país en analizar a fondo esta situación, en proponer medidas para reducir el consumo energético del software y en desarrollar herramientas para conseguir una computación mucho más eficiente.
Cómo se puede reducir del consumo energético y la contaminación asociada a las aplicaciones
Concretamente, este grupo cuenta con una línea de investigación sobre sostenibilidad del software, liderada por Coral Calero, con la que tratan de reducir el impacto ambiental de la tecnología digital, mediante el análisis del consumo energético de las aplicaciones. Para ello han desarrollado un sistema pionero, que mide el comportamiento de los componentes de hardware, a partir de las ejecuciones de los programas, que les permite saber exactamente qué aplicación software es más eficiente frente a otras con igual objetivo, es decir, cuál se ha implementado con un algoritmo más eficiente y que requiere menos energía.
Dicho así, a cualquier persona que no entienda mucho de informática, esto que está leyendo le puede sonar a chino, por eso, Coral Calero lo explica mucho más claramente comparándolo con la preparación de una ensalada. “Abres la nevera, sacas el tomate y lo pones en la encimera; vuelves a abrir la nevera, coges la lechuga y la pones en la encimera; abres otra vez la nevera, coges la zanahoria y la pones en la encimera… sin embargo, si abres la nevera y coges el tomate, la zanahoria y la lechuga al mismo tiempo, se está ahorrando tiempo, pues con el software ocurre algo parecido”, explica.
Los programas, en el fondo, son algoritmos, es decir, instrucciones para realizar una función determinada. Y hay algoritmos más eficientes que otros, que para alcanzar un mismo objetivo, dan menos pasos y, por tanto, requieren menos tiempo de computación y un consumo de energía más bajo. Ahí reside la clave del sistema que ha desarrollado su equipo de investigación, en el marco del proyecto SOS (Sostenibilidad Software), financiado con más de 153.000 euros por la Junta de Castilla-La Mancha.
Cómo funciona el sistema para medir el consumo energético del software
“Lo que nos distingue a nivel internacional es que hemos construido un aparato de medición de consumo de software, es decir, somos capaces de ejecutar un software en un ordenador y conocer cuánto consume cada componente. Gracias a ello, le damos guías a desarrolladores de software para que lo hagan más eficiente”.
El sistema desarrollado por este equipo de investigación también permitiría etiquetar las aplicaciones, de la misma manera que se hace con los electrodomésticos, por ejemplo, para que los usuarios tengan información clara de cuáles son las más eficientes desde el punto de vista energético y puedan elegir con criterios medioambientales.
Qué pueden hacer los usuarios para reducir la contaminación de las aplicaciones
Sin embargo, afirma, estos avances resultan insuficientes si los usuarios no toman conciencia de que con cada mensaje de WhatsApp, con cada foto que suben a la nube o con cada vídeo que ven en YouTube están generando un consumo energético que se traduce en emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera.
Por eso recomienda que se realice un uso eficiente de la tecnología, y recuerda que las aplicaciones más complejas son también las más costosas desde el punto de vista energético, ya que implican manejar datos más complejos. En mensajes, recomienda utilizar texto en vez de audio, emoticonos en lugar de gif animados, y, sobre todo, aprender a eliminar lo que no se necesita. Por ejemplo, no tiene mucho sentido almacenar meses y meses correos electrónicos que no valen para nada o subir todas y cada una de las fotos que se hacen con el móvil a la nube.
Cuáles son los hábitos digitales menos eficientes
“El uso de vídeos o de muchas imágenes es nefasto. Y también lo es el intercambio de la misma información en diferentes redes sociales, por ejemplo, grabar un vídeo en TikTok y luego subirlo a un reel de Instagram, eso es duplicar contenido, que es un contenido muy pesado y costoso de gestionar”, afirma esta investigadora de la Universidad de Castilla-La Mancha.
La buena noticia, opina Coral Calero, es que se está tomando conciencia del problema. “Hay un cambio de tendencia clarísimo”, por ejemplo, en las grandes empresas desarrolladoras de software trabajan para que sus productos sean menos contaminantes y algunas de ellas se han puesto en contacto con este equipo de investigación para reducir su impacto ambiental.
Se están tomando medidas para reducir el impacto ambiental de Internet
Firmas como Microsoft ya ha creado la Green Software Foundation y ya hablan de la figura del ingeniero de software verde, que contribuya a reducir el consumo energético de las aplicaciones. Del mismo modo, la propia administración también está tomando medidas para frenar las emisiones contaminantes generadas por el uso de la tecnología digital.
“La Secretaría de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial está volcada en el consumo de la inteligencia artificial, de los centros de datos y también la computación cuántica”. Unas acciones que muestran la toma de conciencia sobre este problema y que, aunque ahora se esté incrementando, a medida que se pongan en marcha acciones concretas se reducirá el impacto ambiental de la tecnología.
El cambio de tendencia se ha iniciado. Cada vez más grandes centros de datos, si no la mayoría, cuentan con sistemas de energías renovables. Se está potenciando el diseño de algoritmos ‘verdes’. Y otra cuestión también importante, se está terminando con la obsolescencia programada de los dispositivos electrónicos, para que se puedan reparar o actualizar.
Se tiende hacia una economía circular también en el campo de las TICs. Sin embargo, de poco sirven estas medidas si los usuarios no toman conciencia del problema y comienzan a hacer un uso responsable y más ecológico de la tecnología.