El trabajo, publicado en la revista científica Journal of Applied Ecology, pone de manifiesto que la relación entre las previsiones contenidas en los estudios de impacto ambiental y la mortalidad real ocurrida en los parques eólicos era prácticamente inexistente.
Tras analizar durante tres años en el sur de España la correlación existente entre más de cincuenta estudios de impacto ambiental (que deben presentarse con carácter obligado a la Administración antes de que esta autorice la instalación de un parque eólico) y la mortalidad de aves en veinte de esos mismos parques una vez construidos, estos científicos demuestran por primera vez que no existe prácticamente relación entre las variables que predecían el riesgo contenidas en los estudios de impacto ambiental y la mortalidad real registrada, poniendo así de manifiesto que la metodología que se utiliza en España, similar a la empleada en Europa y en Estados Unidos, es inadecuada.
De los resultados del estudio se deduce que durante los últimos años se han autorizado parques eólicos que según los estudios previos eran seguros cuando, en realidad, su mortalidad ha resultado ser muy elevada una vez operativos. Del mismo modo, es muy posible que en base a riesgos inexactamente estimados se haya denegado la autorización a parques eólicos que hubiesen sido seguros para las aves.
Dado que los estudio previos se hacen a escala de parque eólico (normalmente más de veinte turbinas en cada uno), y que los resultados de la investigación demuestran que la distribución de accidentes difiere enormemente entre turbinas contiguas del mismo parque, los investigadores proponen que la evaluación y la autorización para el emplazamiento de los futuros parques eólicos se base en el estudio de aerogeneradores individuales y no en el conjunto del parque.
Los científicos Miguel Ferrer, Manuela de Lucas y Cecilia Calabuig (CSIC), Eva Casado y Antonio-Román Muñoz (Fundación Migres) y Marc J. Bechard (Raptor Research Center) sugieren, además, el uso de tecnologías –como las simulaciones previas en túneles de viento– que permitan incrementar la calidad de las estimaciones de riesgo previas a la construcción de un parque eólico, haciendo así realmente compatible la generación de energía no contaminante y la conservación de la biodiversidad.
Escasa fiabilidad de los estudios de impacto ambiental
Los parques eólicos generan poca o ninguna contaminación. Sin embargo, uno de sus principales impactos adversos es la mortalidad de aves por colisiones con los rotores de las turbinas. Durante el estudio se contabilizaron un total de 291.278 aves en las 53 localizaciones correspondientes a los estudios de impacto ambiental; de esas aves, 111.180 eran buitres leonados y 4.682 otras rapaces.
Cuando los veinte parques eólicos estuvieron operativos, se encontraron un total de 596 aves muertas, siendo el buitre leonado la especie más numerosa, con 138 ejemplares, un 23,15 por ciento, porcentaje que se eleva al 36 por ciento si se incluyen las 76 aves rapaces de otras especies que también fueron encontradas abatidas por colisión con los aerogeneradores.
En todos los casos estudiados, la relación entre las previsiones contenidas en los estudios de impacto ambiental y la mortalidad real ocurrida era prácticamente inexistente.
Refuerzo de la vigilancia para reducir la mortalidad
El estudio realizado por los científicos españoles y estadounidenses incluyó también el seguimiento de los resultados de un novedoso programa de vigilancia ambiental diseñado por la Fundación Migres para trece parques eólicos instalados en el sur de España, consistente en la parada selectiva de aerogeneradores en función del especial peligro que suponen para algunas especies de aves en determinados períodos correspondientes a su migración (octubre y noviembre para el buitre leonado).
Los investigadores constataron que los resultados del programa de vigilancia de la Fundación Migres, que concentraron sus esfuerzos en aproximadamente el 10 por ciento de los aerogeneradores, lograron una reducción del 50 por ciento de la tasa de mortalidad del buitre leonado, con una mínima disminución en la producción energética anual de solamente el 0.07 por ciento anual (en promedio, las turbinas fueron paradas durante 6 horas y 20 minutos cada año).