El doctorando Andrea Arcuri, del programa de “Historia y Arte” de la Escuela Internacional de Posgrado (EIP) de la Universidad de Granada, ha publicado un artículo en la revista “Ex Aequo” sobre las técnicas de represión sexual y de género a través del sacramento de la confesión en los siglos XVI y XVII. Su tesis doctoral tiene como título “Disciplinamiento social y vida cotidiana en la época de la confesionalización: Costumbres, sacramentos y ministerios en Granada y Sicilia” (1565-1665).
La mayoría de investigaciones hasta el momento estudiaban la posición de la Iglesia con respecto a los abusos sexuales dentro del confesionario, conocidos como “solicitatio ad turpia”. El discurso de esta investigación es más novedoso por dos razones: pone el enfoque en el sacramento de la confesión como instrumento de disciplinamiento de las costumbres sociales y, específicamente, observa el rol que el discurso eclesiástico definía de la mujer.
En los siglos XVI y XVII, la Iglesia católica buscaba disciplinar a sus fieles con mayor fuerza debido a las divisiones ocasionadas por la Reforma protestante. Una de las herramientas de disciplinamiento más eficaces que tenían era el sacramento de la confesión que, en estos siglos, era obligatorio realizar una vez al año como mínimo para recibir un certificado de confesión, tal y como establecía el Concilio de Trento.
Así, la Iglesia católica creó un complejo sistema de control: creaba traumas en entornos de la vida como son el sexo, la familia o la economía, convirtiendo en pecado todo lo que no fueran los dictados de la Iglesia y solo permitía la redención de estos pecados a través de la confesión, controlando el comportamiento de todos los fieles.
El investigador Arcuri ha centrado su investigación en los manuales de confesores, unas guías que enseñaban a los sacerdotes cómo debían actuar a la hora de la confesión.
Maneras de violar la castidad
Un ejemplo es la descripción de las maneras de violar el precepto de la castidad, puesto que la Iglesia distingue entre seis pecados mortales diferentes: Fornicación simple (relación entre hombre y mujer no casados y sin obstaculizar la procreación), adulterio (el acto sexual con mujer casada), estupro (relaciones con menores), incesto, sacrilegio (los actos sexuales con eclesiásticos), y pecados contra natura (todos los que impiden la fecundación, esto es, la masturbación o los tocamientos voluntarios). El autor llega a definir estos manuales como “las revistas eróticas de la época”, por cómo de concretos son en la descripción de las conductas sexuales. El investigador señala “el bochorno que debía de sentir la penitente, sometida a un interrogatorio en el que el ministro le preguntaba cuántas veces había pecado contra este precepto”.
Estos manuales ofrecen a los confesores guías particularmente retorcidas y concretas, pues justifican que aunque los sacerdotes sufran “humedades o titilaciones por hablar con mujeres no es de temer pecado mortal”.
Arcuri observa que el sistema de confesión “tenía ciertas grietas, pues los confesores son los ministros de Dios, y que sufrieran estas humedades iba en contra de la creación natural”. De acuerdo con la narración misógina de la época, la mujer era considerada la causa principal del pecado de lujuria, vicio que quita a todos la libertad, “haciéndoles esclavos de una mujercilla, y sujetos a sus antojos». Así, los manuales de confesores instigaban a los hombres de fe a “huir” al encontrarse en estas situaciones, “como si hablara de animales en vez de mujeres”.
Las mujeres eran “seres inacabados”
En estas fuentes hay un interés concreto por las conductas sexuales y femeninas: la mujer casi siempre representa el objeto de un discurso en el que, coherentemente con el espíritu de la época, se reafirma el papel preponderante del hombre dentro de la sociedad. El rol de la mujer se encuentra totalmente subordinado al del hombre, debía obedecer a su marido (sin quejarse de él), cuidar de la casa y permanecer generalmente «sufrida y callada».
Según lo que se desprende del análisis de los manuales, “las mujeres estaban sometidas a una narración hostil y misógina que solía describirlas ora débiles e inferiores, ora peligrosas y lujuriosas; los manuales de confesores, en definitiva, proporcionaban una narración orientada a justificar y a fortalecer, también mediante un lenguaje discriminatorio, la condición de subordinación de las mujeres con respecto a los hombres”, señala Arcuri.
El aspecto probablemente más significativo de la desigualdad de trato entre hombres y mujeres, sin embargo, consiste en la diferente evaluación – hecha por parte de los confesores – de la misma tipología de pecados en función de quienes los comete. El pecado de fornicación, por ejemplo, se juzgaba más severamente si los culpables eran mujeres. A las mujeres se les consideraba seres “inacabados, provisionales y perfectibles que tenían que fijarse en el hombre en potencia que está en su interior”.
Arcuri reflexiona sobre los efectos que este discurso misógino pueden tener en nuestra sociedad actual. El denominado «derecho de corrección» era reconocido como una prerrogativa de los maridos y consistía en la facultad de poder infligir maltrato físico a las mujeres con fines “educativos”, pues en estos manuales se defiende que “La mujer tema a su marido”. Este derecho de corrección y, más aún, la narrativa que la Iglesia crea de la mujer, dejará un legado sociocultural que, aunque no posea una correlación directa, será uno de los factores que marcará decisivamente la violencia de género intrínseca en nuestra sociedad.
Hoy en día, algunas cuestiones de la sexualidad tienen mucho que ver con la ideología de la Iglesia de la época. “Todo el discurso del aborto, pecado mortal en la época, se sigue manteniendo casi intacto. Siguen existiendo preocupaciones con respecto a la sexualidad, porque el catolicismo tacha la mayor parte de actos sexuales como no morales”, indica el investigador de la UGR.
Al contrario que en la actualidad, momento en el que nuestra sociedad está más secularizada y que utiliza la confesión como alivio espiritual, en los siglos XVI y XVII el objetivo era redimirse del pecado mortal en una sociedad muy marcada por la religión, pues el poder político, como señala Arcuri, “necesitaba la Iglesia como herramienta de control del pueblo”.
Discursos como el sexo, la violencia de género, el rol de la mujer frente al hombre sean tan discutidas en la Iglesia Católica y polémicas en la narrativa actual demuestra que la Iglesia “tuvo éxito en convertir en pecado todo lo que no fueran sus dictados”, afirma el investigador.