Turismo depredador

    “España es el país europeo más perjudicado por el turismo de masas”. Esta afirmación de Bertold Konrad, director de Turismo de Liechtenstein, en el Primer Encuentro de las Culturas Mediterráneas, en Almería (1992) sigue vigente. El carácter depredador de una forma de entender el turismo permanece como instrumento de los especuladores: ayuntamientos (alcaldes y concejales), empresarios y propietarios de terrenos, únicamente interesados en hacer el negocio y responsables de gran parte de los casos de corrupción que están en la realidad política de nuestro país. En aquel Encuentro, hubo expertos del turismo mediterráneo que señalaron a Benidorm y Torremolinos como ejemplos de lo que nunca se debió haber hecho.

    Inicialmente, el turismo nace de un sentido viajero, de conocimiento, de encuentro con otros países, otras costumbres, otras maneras de ser, otras culturas, otras gentes, cercanas o próximas. De repente descubrimos pequeños pueblos y lugares que despiertan la admiración del visitante. Y empieza a girar la rueda, con más visitantes, con más intereses y hay quien empieza a ver que aquello puede ser un buen negocio, ideas que en gran parte proceden de inversores que llegan de fuera. La fisonomía del pueblo cambia, su arquitectura, sus lugares de encuentro para transformarse en un escaparate abierto para halagar y seducir al visitante. Se destruye todo lo que haga falta y que impida el objetivo señalado. Al final, de la identidad inicial del pueblo apenas queda algo. El pueblo sucumbe y sus valores se dispersan ante el poder del dinero y de quienes lo manejan. Aparentemente hay más riqueza, aunque distribuida de una manera desigual, más desarrollo, más sonrisas, los discursos y estadísticas apuntan a que se ha cambiado a mejor. Sin embargo, se ha pagado un alto precio y los valores esenciales de aquella sociedad se han ido diluyendo. No se ha dado ninguna oportunidad a otros modelos alternativos, que los hay. Gran parte de la primitiva población ha sido desplazada. Es una forma de conquista que arrasa. Con el paso del tiempo, de aquel pueblo que nos entusiasmó ya no queda nada.

    En los años 60 del siglo veinte, en España se puso en marcha el turismo como una vía de crecimiento económico (el turismo llegó a equilibrar la balanza de pagos junto a las remesas de los emigrantes españoles en el extranjero). Se puso en marcha el primer boom inmobiliario, con sus intereses y corrupciones, amparándose en un falso progreso. Así surgió en 1967, por ejemplo, el desmadre de “Empurias Brava”, en la comarca del Alto Ampurdán, provincia de Gerona. El enclave de Empurias Brava está considerado una de las mayores “marinas” de Europa, con 24 kilómetros de canales, con un desarrollo arquitectónico de alto nivel, de tal forma que el propietario puede llegar con su yate a la puerta de su casa. Para ello se destruyó una importante zona de marismas y pantanos. El autor de tal desaguisado fue el marqués de Sant Morí, arquitecto, junto a empresarios, que eligieron su modelo fijándose en urbanizaciones litorales de Florida (Estados Uniios) o de la Costa Azul (Francia), que a su vez miran, aunque sea de forma irreverente, a Venecia. En 1975 se quiso promover una segunda fase que sólo se pudo ejecutar parcialmente ante un importante movimiento ecologista que se opuso. Gracias a la protesta conservacionista se declaró el Parque Natural de las Marismas del Ampurdán, que proyecta su imagen acusadora contra el artificio de la marina. Hoy día Empuries Brava permanece como un ejemplo negativo. Por los canales transcurren barcos de turistas engañados que se quedan, en parte, boquiabiertos cuando el guía les dice con entusiasmo la lista de gente importante que tiene allí su residencia de verano con yate incluido.

    España está llena de ejemplos del turismo depredador. No hay región o provincia que se salve de complejos urbanísticos artificiales. A los nombres mencionados de Benidorm y Torremolinos, hay que añadir La Manga del Mar Menor (otro gran desastre), Marbella, Torrevieja y gran parte del entorno alicantino, costa valenciana (con el gran monstruo de Marina d’Or en Castellón), Canarias (el Sur de Tenerife es un gran despropósito). Almería tampoco se salva del desastre turístico-urbanístico, con Roquetas de Mar (Aguadulce incluido), El Ejido, costa de Vera, Mojácar (el proyecto de Costa Macenas es otro monstruo que ha arrasado), Carboneras (y no sólo por el Algarrobico).

    El presidente del Consejo de Colegios de Arquitectos, Carlos Hernández Pezzi, declaró en Almería, durante una visita en 2002: “Estoy de acuerdo con Oriol Bohigas cuando dice que viajando desde Barcelona hasta Cádiz, el 95 por ciento de todo lo que se ve en la costa española es para echarse a temblar”. Y la destrucción del paisaje y de las formas de vivir permanecen. Eso sí la crisis ha convertido gran parte de esos enclaves turísticos en auténticos pueblos fantasmas. Mientras tanto, aquí seguimos a la espera de algún jinete del Apocalipsis que arrase con las grandes mentiras del turismo depredador y sus engaños.

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