La Organización Mundial de la Salud (OMS) es clara: cada año ocurren cerca de 19 000 000 casos de cáncer y más de 9 000 000 fallecimientos se dan en el mundo a causa de esta enfermedad. Y, si bien este es un padecimiento multifactorial, el estrés podría tener un papel colaborador en su aparición y desarrollo más importante de lo que antes se pensaba.
Así lo revelan hoy diversas investigaciones científicas, entre ellas, los estudios divulgados en el 2022 por la revista Frontiers in Immunology.
Según ese artículo científico, las hormonas del estrés —como el cortisol y la norepinefrina— son capaces de estimular la proliferación de células cancerosas y la formación de nuevos vasos sanguíneos que alimentan a los tumores. Estos efectos facilitan un entorno propicio para que el cáncer se desarrolle y crezca.
En ese mismo sentido, la Revista Europea para la Prevención del Cáncer concuerda. Su estudio, también del 2022, expone una conexión entre el estrés severo y un mayor riesgo de desarrollar ciertos tipos de cáncer, principalmente, el de mama, colon y próstata. Esto se debe a que el estrés crónico puede debilitar el sistema inmunológico, lo que hace que el cuerpo sea menos capaz de combatir las células cancerosas, señala la investigación.
Para el Dr. Warner Alpízar Alpízar, biólogo especialista en cáncer de la Universidad de Costa Rica (UCR), lo anterior es razonable. Las complejas y sensibles dinámicas bioquímicas que ocurren a lo interno del microambiente tumoral pueden verse alteradas por el estrés y la ansiedad que experimente una persona a largo plazo.
Incluso, asegura el científico, se han identificado casos de personas que ya habían superado el cáncer y cinco, diez o quince años después, vuelven a presentar la enfermedad, en muchas ocasiones, en medio de un cuadro de estrés agudo o crónico.
“La evidencia científica disponible hasta el momento sugiere que el estrés agudo o crónico puede hacer que células tumorales, que se habían dispersado años atrás y que entraron en un periodo de dormancia —que no estaban creciendo— se reactiven, vuelvan a crecer y generen metástasis”, precisó el Dr. Alpízar.
En efecto. Ese fenómeno que explica el Dr. Alpízar ya ha sido probado en animales de laboratorio. Los resultados de un experimento divulgado en la revista Cancer Cell del 2024 demostró que, al implantar células cancerosas en ratones de laboratorio estresados, la capacidad metastásica era más alta y el crecimiento de los tumores primarios se podría acelerar.
“Se ha visto, por imagenología, que los ratones estresados desarrollaban más metástasis en pulmón y nódulos linfáticos que los ratones que no habían sido estresados”, agregó el Dr. Alpízar.
Pero, ¿por qué se da todo esto? ¿De qué manera el estrés y la ansiedad se vinculan? ¿Se puede prevenir de alguna forma? Primero, recordemos las bases del cáncer.
La génesis
El Dr. Warner Alpízar explica que el cáncer es una enfermedad que se deriva a partir de la acumulación de mutaciones en las células, usualmente, a raíz de un daño en su ADN.
Posteriormente, esas células —con muchas mutaciones— se vuelven malignas. Eso significa que empezarán a crecer de forma acelerada, descontrolada, excesiva y, eventualmente, formarán masas de células (tumores).
Sin embargo, para que un cáncer se desarrolle y comprometa la vida de una persona, es necesario que esas células malignas coexistan con células no tumorales las cuales, en su momento, le ayudarán al cáncer a sobrevivir, a crecer y a formar nuevos focos (metástasis).
“Las células no tumorales, en principio, buscan eliminar a las células cancerosas a través de varios procesos químicos. No obstante, las células cancerosas empiezan a liberar mediadores químicos y, eventualmente, esas células —mayoritariamente células del sistema inmunológico— terminan trabajando en favor del cáncer para que este crezca y se desarrolle. En algunos casos, si esas células no ayudan al cáncer a proliferar, se convierten en espectadores pasivos que no lo atacan ni lo destruyen”, explicó el Dr. Alpízar.
¿Y el estrés en qué influye?
En casi todo. El estrés puede agravar el daño del ADN de las células y, como si esto no fuera suficiente, el efecto del estrés se potencia gracias a los nervios que rodean al tumor. Veamos por qué.
Los nervios son fibras que permiten el envío de mensajes para que el cuerpo reaccione de algún modo en específico. Para funcionar bien, un tumor también necesita tener nervios. Estos crecen en el microambiente y son los que favorecen la liberación de las distintas hormonas del estrés —como la norepinefrina, la epinefrina (adrenalina) y el cortisol—, que facilitan la aceleración de la reproducción de las células de cáncer.
“Las hormonas del estrés en el microambiente tumoral pueden apoyar y propiciar el crecimiento de las masas tumorales. Además, hay evidencia que sugiere que las células cancerosas liberan factores neurotróficos, es decir, moléculas que propician el crecimiento de las terminaciones nerviosas a lo interno del cáncer lo cual, de alguna manera, hace que los nervios se ramifiquen y se prolonguen hacia lo interno del tumor y, con ello, nuevas vías para que lleguen las hormonas del estrés que ayudarán en la proliferación de nuevas células cancerosas”, manifestó el Dr. Alpízar.
En un proceso carcinogénico, los nervios son las autopistas que agilizan la distribución de las hormonas del estrés en el tumor. Estas hormonas le dan a las células cancerosas un escudo adicional contra el ataque del sistema inmunológico y, en algunos casos, también hace que las células encargadas de destruir al tumor cambien de bando. Un ejemplo de ello son las células T citotóxicas.
Las células T citotóxicas tienen como función eliminar a las células cancerosas. Después de un tiempo, a causa de las hormonas del estrés, las células T citotóxicas se inactivan y no destruyen las células de cáncer. Junto con las células T citotóxicas hay otras células más del sistema inmune que viven una situación similar.
“Hay unas células del sistema inmune llamadas macrófagos [un glóbulo blanco que rodea las amenazas y las destruye]. Eventualmente, estas células se convierten en células protumor y colaboran de forma activa en el crecimiento de la progresión del cáncer. Otras son las células del endotelio —que forman vasos sanguíneos— las cuales empiezan a activarse, a dividirse y a formar nuevos vasos sanguíneos a lo interno del cáncer. Aquí participan otras hormonas del estrés como la noradrenalina o la norepinefrina. Estos nuevos vasos sanguíneos permiten el ingreso de nutrientes y oxígeno a la masa tumoral, un aspecto fundamental para que las células cancerosas se nutran, crezcan y sobrevivan de forma apropiada”, amplió el Dr. Alpízar.
De manera más sencilla, analícelo así: el estrés es ese alimento adicional del cáncer, un empujón más, que le ayudará a la enfermedad a proliferar. En todo esto, las células nerviosas parecen apoyar las diferentes formas del crecimiento tumoral.
“La evidencia científica disponible hasta el día de hoy sugiere que, entre mayor sea la densidad de los nervios a lo interno del tumor, peor podría ser el pronóstico. Una alta densidad de nervios se ha asociado con una mayor capacidad de metástasis. Se estima que un 90 % de las personas que mueren por cáncer no fallecen por el cáncer primario, sino por las metástasis. Así que los nervios verdaderamente se correlacionan con una enfermedad más agresiva”, puntualizó el Dr. Alpízar.
¿Y la ansiedad?
La ansiedad también puede ayudar a desencadenar un proceso de cáncer pero, al igual que el estrés, no de manera directa.
Para el Dr. Alpízar, tanto la ansiedad como el estrés hacen que el metabolismo se altere y, con ello, la parte fisiológica del ser humano; es decir, su funcionamiento. Lo anterior puede derivar en presión arterial alta, así como obesidad y diabetes. Estas dos últimas en particular son facilitadoras para la aparición de un cáncer.
“¿Me va a dar cáncer por tener ansiedad o estrés? No directamente. El estrés y la ansiedad ayudan de forma indirecta. Por ejemplo, el estrés y la ansiedad pueden desordenar nuestros patrones de estilo de vida y de alimentación, lo cual puede conllevar a la obesidad y, la obesidad, a un potencial cáncer. La obesidad está relacionada con trece tipos diferentes de cáncer y es un factor de riesgo altísimo”, mencionó el Dr. Alpízar.
Al día de hoy la ciencia ha visto que personas sometidas a condiciones de ansiedad o estrés tienen una mayor probabilidad de adquirir hábitos de vida poco saludables, como aumentar el consumo de alcohol y de tabaco que, precisamente, se relacionan con enfermedades que propician la aparición de un cáncer. Asimismo, a nivel biológico se conoce que el estrés y la ansiedad crónica son capaces de debilitar al sistema inmunitario, lo que obstaculiza la destrucción de las células cancerosas.
“Un sistema inmunológico robusto y funcional es capaz de encontrar células precancerosas y eliminarlas. Pero, en personas que tienen un sistema inmunológico debilitado o suprimido, esto no pasa de la mejor forma y hay una mayor probabilidad de desarrollar un cáncer. Asimismo, se existen registros de que un estrés crónico también conlleva a un sistema inmunológico hiperactivo y una situación proinflamatoria. ¿Qué pasa con esto? Resulta que uno de los elementos necesarios para iniciar un cáncer es una reacción inmunológica proinflamatoria prolongada en el tiempo”, expresó el Dr. Alpízar.
Reacción en cadena
El estudio de la Pyschoneuroendocrinology del 2007 demostró que las hormonas del estrés, además de incentivar daños en el ADN, provocan que las enzimas encargadas de reparar el ADN fallen a causa de las hormonas del estrés.
El estudio, que consistió en un cultivo celular in vitro, demostró que las células que crecen en presencia de las hormonas del estrés, presentan un aumento agravado en el daño de su ADN. Pero, cuando se reducía el efecto de esas hormonas a través de inhibidores farmacológicos, los daños en el ADN disminuían significativamente.
“En síntesis, sí hay un efecto de las hormonas del estrés que inducen daño en el ADN. Posiblemente, esto es porque estas hormonas del estrés inactivan los mecanismos que reparan el daño del ADN. Al menos, en este estudio in vitro, hay evidencia que sugiere que la presencia de estrés crónico podría estar relacionado con la liberación de hormonas del estrés y que esas hormonas podrían propiciar daños en el ADN por la inactivación de sus mecanismos de reparación”, resumió el Dr. Alpízar.
Lo anterior se podría exacerbar por el efecto del aislamiento social. Otro experimento realizado en ratones en el 2013 comprobó que los animales, después de desarrollar un cáncer de mama y ser aislados de su manada, la soledad les generaba tanto estrés que la progresión del cáncer se estimulaba.
“¿Qué nos dice este estudio en ratones? Que es posible que una persona que tiene cáncer, con el mero hecho de recibir acompañamiento por parte de sus familiares, seres queridos y amigos, se modifique la manera en cómo la enfermedad se manifiesta. Por lo menos, en los ratones, eso sí marcaba una diferencia. Los ratones, al igual que los humanos, son seres sociales y están acostumbrados a vivir en grupos”, manifestó el Dr. Alpízar.
Lo mismo se evidenció en otros tipos de cáncer. Los ratones con cáncer de ovario sometidos a estrés tenían tumores más grandes y la metástasis en nódulos linfáticos era mayor.
Algo similar se halló en un estudio de seguimiento durante once años a 231 mujeres con cáncer de mama no metastásico. Esta investigación, alojada en el Hospital Psiquiátrico General, evaluó los síntomas depresivos después de la cirugía y los efectos de la depresión en la sobreviva de las pacientes.
El resultado fue que las mujeres con el mayor índice de síntomas depresivos tenían la peor sobrevida a nivel global. Entre más síntomas depresivos tenía, posterior a la cirugía, era más probable que la paciente tuviera un nivel de sobrevida global empeorado.
Asimismo, un estudio publicado en Cancer Research con 1.378 pacientes con cáncer de mama en estadio temprano, que fueron operadas y recibieron quimioterapia adicional, reveló que los niveles de receptores del cortisol (hormona del estrés) estaba correlacionado con la sobrevivida de la paciente después de un cáncer.
“En la investigación de la Cancer Research se ve que la probabilidad de que regrese la enfermedad es mayor en mujeres con niveles altos de receptores para hormonas del estrés, comparado con aquellas mujeres que tenían niveles bajos. Por otro lado, las mujeres que recibieron quimioterapia después de la cirugía mostraron el mismo efecto. Lo que nos dice el estudio es que, no importa si se le dio o no quimioterapia a una paciente, lo que marca la diferencia era la cantidad de receptores de hormonas del estrés que tenían”, comentó el Dr. Alpízar.
Una dosis de felicidad
Así como hay evidencia científica que indica cómo el estrés puede propiciar el cáncer, también la hay sobre cómo la felicidad influye en la detención de la enfermedad.
Tanto el MD Anderson Cancer Center como el American Institute for Cancer Research explican que la felicidad y las emociones positivas están asociadas con un sistema inmunológico más fuerte. El aumento de la serotonina y la dopamina —hormonas de la felicidad— mejoran la función inmunológica, facilitando la respuesta del cuerpo a las células malignas.
La serotonina también colabora en la modulación del sistema inmunológico y en la respuesta inflamatoria. Altos niveles de serotonina están asociados con una mejor respuesta inmunitaria y una menor inflamación.
Asimismo, la dopamina, conocida por su papel en la motivación y el placer, ayuda a regular el sistema inmunológico. El American Institute for Cancer Research ha demostrado que la dopamina puede influir en la actividad de las células T, cruciales en la respuesta inmune contra el cáncer.
“Reír 10 minutos al día permite mejorar estados de depresión, estrés y ansiedad. Más de la mitad de las enfermedades se originan por la insatisfacción personal, las malas relaciones interpersonales, no estar a gusto en el trabajo o problemas familiares. Es aquí cuando las emociones son aliados para evitar la enfermedad”, comentó en el 2017 el Dr. Hunter Patch Adams en su visita a la UCR.
Noticia de Jenniffer Jiménez Córdoba. Universidad Nacional de Costa Rica.