¿Don Quijote en el siglo XX y en Nueva York, Lisboa, Veracruz y Gibraltar? ¿Don Quijote en 1905 y en bicicleta, tren, globo y barco de vapor? La respuesta es afirmativa y con una doble vertiente: literaria y política.
La resurrección literaria del personaje cervantino la efectuó un escritor y político conservador y monárquico español, Antonio Ledesma Hernández. Su novela imitaba muy respetuosamente desde el punto de vista estructural y estilístico a su modelo del siglo de Oro. La tituló La Nueva Salida del Valeroso Caballero D. Quijote de la Mancha, la subtituló Tercera parte de la obra de Cervantes, la dividió en dos Libros y la editó en ese año, 1905, en Casa Lezcano de Barcelona. Hay una edición facsímil reciente (Málaga, Unicaja, 2004, con introducción de José Valles Calatrava).
Pero el despertar del caballero, tras beber el bálsamo de Fierabrás y quedar trescientos años en estado cataléptico, respondía también a una lógica política: la de la opción retrógrada, literariamente construida, de vuelta al esplendor imperial de la época cervantina.
Frente al discurso contemporáneo de la Restauración española, europeísta y de apertura, se trataba de una propuesta conservadora para salir de la enorme crisis espiritual y política acaecida tras la reciente derrota y pérdida de las últimas colonias en la guerra contra Estados Unidos.
Se basaba también en la nueva autoconciencia de los problemas de España, así como en la necesidad de reaccionar colectivamente y encontrar un nuevo camino político y un nuevo sentido histórico nacional. Un verdadero hipérbaton histórico, en palabras de Bajtín: proponer como meta futura lo que se supone que existía en el pasado histórico, plantear para el mañana el retorno a la idealizada grandeza imperial española.
La solución a los problemas españoles
De hecho, el Segundo Libro del relato, que parece glosar el famoso verso de Hernando de Acuña (“un monarca, un imperio y una espada”), responde esencialmente a la idea de solución de Ledesma de los tres grandes problemas nacionales. Todas las actuaciones y desplazamientos espaciales de don Quijote, que evoluciona de personaje cómico a héroe épico, responden en esa segunda parte a ese triple reto histórico.
En primera instancia, la unificación peninsular, que consigue mediante una boda entre las dinastías reales española y portuguesa.
En segundo término, la españolidad de Gibraltar, que solo logra simbólicamente y con lucha.
Y en tercer lugar, la hermandad racial y cultural de las naciones y pueblos hispanos. Esta última la promueve con su discurso a todos los Jefes de Estado en Veracruz, tras pasar en barco frente a la Estatua de la Libertad y criticar a la nación estadounidense desde una idea panhispánica y desde el dolor de la reciente derrota militar.
La novela y su modelo literario
En cambio, el sentido literario, con un tono humorístico y una imitación de lenguaje, temas y estructura de la obra de Cervantes, domina en todo el Primer Libro de la novela. Este se desarrolla en veintidós capítulos llenos de aventuras y choques con las nuevas maravillas técnicas de la época.
El episodio de los jinetes se transforma en el de los ciclistas y el de los molinos se convierte en el de los postes telegráficos. La movilidad del héroe y la organización de aventuras distintas, con su presencia como hilo unificador, lo lleva a enfrentarse al Hada Electricidad, al Mago Vapor, a viajar en tren y globo o a ser burla de los socios del “Veloz Club”.
Se realiza así un relato lleno de saltos cronológicos breves y cambios y desplazamientos espaciales permanentes. Se activa así un relato marcado por la mirada y la conciencia asombradas y luchadoras del personaje. Un relato dominado por la visión desde arriba del narrador y las frecuentes valoraciones y juicios del autor.
Lógicamente, en esta parte se acentúan la veneración y el respeto literario a la obra cervantina. El prólogo ensalza la narración del autor de Alcalá y proclama a Ledesma como verdadero continuador de su espíritu, aunque este es solo uno más de la extensa relación española y extranjera de autores que recrearon la obra cervantina. Hay que citar en esos mismos años especialmente Unamuno y Azorín, pero, históricamente, hay otros muchos: Avellaneda, Salas Barbadillo, Samuel Butler, Lennox, Robert Graves, Adolfo de Castro, etc.
En la construcción de la novela sobresale también una densa referencia literaria y un amplio aparato crítico y documental, un importante tejido intra e intertextual apoyado en más de 700 citas, entre las que destacan las de personajes o autores de libros de caballerías, literarios, históricos y bíblicos.
En suma, la obra apoya el discurso de crítica al descreimiento religioso cristiano, a la decadencia histórica, a la falta de espíritu nacional y racial y a la política progresista y republicana: hay reiteradas críticas al filósofo también almeriense y expresidente de la Primera República española Nicolás Salmerón, aludido como “pícaro Salomón”. De hecho, lengua y lanza del resucitado don Quijote de Ledesma se convierten así en los principales rasgos de un personaje pretérito llegado a aquel presente para proponerse como emblema del conservadurismo regeneracionista español y como apuesta de futuro nacional.
José R. Valles Calatrava, Catedrático de Teoría de la Literatura, Universidad de Almería Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.