Andalucía es el fruto de múltiples experiencias históricas que fueron forjando una realidad de intercambios, mestizajes y culturas. Sin embargo, en el relato de la historia de Andalucía se suele pasar de puntillas sobre los siglos V y VI, dado que el esplendor de los legados romano e hispanomusulmán ha oscurecido lo sucedido en la etapa de la Tardoantigüedad.
En ocasiones, incluso ha llegado a negarse la importancia histórica de estas centurias, alegando que los “bárbaros” no tuvieron una presencia numérica significativa en estas tierras. Si a esta situación sumamos el hecho de que este periodo ha sido víctima de prejuicios ideológicos -bien por haber sido ensalzado como tarro de las esencias patrias durante el franquismo o al contrario, para denigrarlo como origen todos nuestros los males- sólo queda una foto muy confusa de lo que supusieron las invasiones bárbaras y la etapa visigótica para Andalucía.
Y sin embargo, estos dos siglos, protagonizados por los hispanorromanos, vándalos, suevos, alanos, visigodos y bizantinos, no son un capítulo menor ni una hoja en blanco de nuestro pasado. En esta época, en la que algunos historiadores sitúan los orígenes de Europa, las tierras andaluzas tuvieron un desarrollo particular, crucial tanto para la formación de al-Andalus, como para la conformación de la cultura europea medieval.
Como recuerda el coordinador del último dosier del nuevo número de la revista Andalucía en la Historia, el profesor de Historia Antigua de la Universidad de Jaén, Pedro Castillo Maldonado, en estos siglos Andalucía asistió a “múltiples resistencias de los antiguos provinciales y a irrupciones de poblaciones de distinto origen étnico; al establecimiento definitivo del dominio visigodo en el que convivieron realidades socioeconómicas con raíces clásicas y nuevos elementos feudalizantes; a singularidades como la presencia bizantina; a pervivencias y transformaciones en el paisaje y su organización territorial; a un renacido esplendor de las ciudades y a cambios de calado en el terreno cultural que avanzaron características propias de la Edad Media cristiana”.
Así, las ciudades, lejos de desaparecer, se convirtieron en centros de poder político y religioso, y vieron levantarse iglesias y basílicas, entre las que destaca la dedicada a San Vicente en Córdoba (en la actualidad en el subsuelo de la Mezquita). Los monasterios y los obispados vivieron un gran esplendor, constituyéndose en grandes propietarios. La cultura se clericalizó, a la par que se extendía a considerables capas de la sociedad y se salvaban los saberes de la Antigüedad y la propia cultura escrita, sobre todo, gracias a la labor de Isidoro de Sevilla. Una etapa apasionante, que desde hace años fascina a los historiadores.
De este modo, este nuevo monográfico, escrito por cinco grandes especialistas en la Andalucía tardoantigua, aborda las invasiones bárbaras de los suevos, alanos y vándalos (siglo IV), las distintas llegadas de los godos (s. V y VI), la presencia bizantina en las costas y ciudades (s. VI), el fortalecimiento de las ciudades contrariamente a lo que se creía -hasta ahora se consideraba que en esta etapa la población había huido mayoritariamente al campo, abandonando las urbes- y la dinamización de la cultura visigótica, fruto de la hibridación entre los godos y los habitantes de las hispanias (s. VI).
Asimismo, entre los artículos sueltos, el nuevo número de la revista ‘Andalucía en la Historia’, que llegará a los quioscos a finales de la semana próxima, recuerda los viajes de las distintas ediciones del Quijote a las Indias, en el año en el que se cumple el cuarto centenario de la muerte de Cervantes; los avances científicos logrados por el humanista Antonio de Ulloa; los ataques vikingos a las costas de al-Andalus; la represión del Carnaval de Cádiz o la construcción del primer refugio de montaña en Sierra Nevada. Asimismo, la revista recuerda los años del flamenco protesta protagonizados por Manuel Gerena y rinde homenaje al profesor recientemente fallecido José Cazorla Pérez.