En un reciente estudio publicado en la revista PNAS, científicos de Cambridge, Países Bajos, Pensilvania (EEUU) y el investigador y profesor de la Universidad de Murcia (UMU), Francisco José Roca Soler, desde España, han descubierto que las variantes genéticas que aumentan el riesgo de desarrollar la enfermedad de Gaucher también ayudan a proteger contra la tuberculosis.
Esta enfermedad rara afecta a uno de cada 50.000 nacimientos de media en la población general, mientras que existe un caso por cada 800 nacimientos en la población judía askenazí.
Durante siglos, los judíos han sido perseguidos por la fe que profesan, por el supremacismo nazi y por racismo, especialmente por su tendencia a la consanguinidad, sobre todo durante la Edad Media. Esta podría ser una de las razones por las que la enfermedad de Gaucher está sobrerrepresentada en este grupo de población: casi todos los hijos venían de la misma familia, eso se llama “efecto fundador”.
Pero también puede ser que existiera una selección positiva por algún agente del entorno. Es decir, durante la Edad Media eran marginados, vivían hacinados en guetos y malnutridos mientras la tuberculosis se extendía rápidamente por una Europa de barrios pobres y exclusión, actuando como “cuello de botella”, seleccionando a la población más resistente a esta devastadora enfermedad infecciosa.
Así, los judíos que poseían la mutación de Gaucher podrían haber sobrevivido mejor a la tuberculosis. Estos alelos o mutaciones se fijaron de forma selectiva positiva y no desaparecieron a pesar de ser deletéreas (malas para el portador) porque antes de desarrollar ningún síntoma ya se habían reproducido, sus hijos tenían la mutación y eran más resistentes que el resto. Esta enfermedad rara presenta diferentes grados, con alelos que producen Gaucher con un fuerte factor neurológico con muerte temprana durante la infancia hasta alelos que causan una enfermedad muy leve que pasa sin diagnosticar hasta en dos tercios de los casos por no presentar síntomas demasiado severos y todos ellos generan resistencia a la tuberculosis.
El pez cebra como modelo de estudio
Las bacterias responsables de la tuberculosis, llamadas Mycobacterium tuberculosis, manipulan y utilizan a los macrófagos para causar la enfermedad. El macrófago es un tipo de célula inmunitaria que ‘come’ material tóxico, incluidas bacterias, pero “el patógeno causante de la tuberculosis ha aprendido a vivir dentro y lo que quiere es reclutar más macrófagos para reproducirse mejor y tener más casitas”, explica el profesor de la UMU Francisco José Roca.
Este estudio utilizó el modelo del pez cebra porque hay una bacteria que lo infecta de forma natural y es genéticamente la más cercana a las que causan tuberculosis humana. El equipo ya había encontrado que el modelo con mutaciones que afectan la digestión de proteínas y que dan lugar a enfermedades lisosomales (el lisosoma es la parte de la célula en la que ocurre toda esta degradación de todo lo que se come), se volvía más susceptible a la tuberculosis. Esta patología implica deficiencias en algunas enzimas que impiden destruir proteínas, el macrófago come, no puede digerirlo, se llena y se ve incapaz de moverse.
Todo eso crea una susceptibilidad porque el macrófago no puede llevar a cabo su función en los tejidos, ya sean tareas cotidianas como eliminar células que se mueren de forma natural, o tareas específicas de defensa como reaccionar rápidamente ante una infección. “Después de ese estudio queríamos seguir investigando otras enfermedades lisosomales. En el caso de Gaucher, el material que no se puede destruir es un lípido”.
Qué se desveló con el pez cebra
“La hipótesis era que estos animales iban a ser susceptibles a la tuberculosis, pero pasó todo lo contrario, los peces cebra con Gaucher eran resistentes. Entonces ahí empezó el proyecto”
“Dijimos: quizás durante el metabolismo alterado de las grasas estos individuos producen “algo” que es tóxico para la bacteria y ayuda a matarla. Y ese fue el caso, ese lípido raro que se forma, llamado glucosil-esfingosina, actúa como un detergente”. Lo que ocurre es que el macrófago se ‘come’ a la bacteria, la introduce en el lisosoma y, mientras que la bacteria es resistente a muchísimas cosas que el macrófago hace para intentar matarla, es altamente susceptible a este lípido que actúa como un detergente: se une a la membrana, la destruye y la bacteria muere.
Qué vías abre esta investigación
Este descubrimiento abre tres vías: la posibilidad de usar este tratamiento para combatir otras enfermedades infecciosas, acortar el tiempo para que una persona infectada de tuberculosis se cure y además, evitar la aparición de resistencias en la bacteria que causa la tuberculosis, un problema con el que nos enfrentamos hoy día.
“Hay casos de tuberculosis que no pueden ser tratados y la única intervención posible es quitar las áreas afectadas como si de un cáncer se tratara”. Se puede lograr que una persona normal sin enfermedad de Gaucher produzca este lípido durante un tiempo corto, porque si se alarga produciría la enfermedad.
“Para tratar la tuberculosis se requiere una combinación de varios antibióticos durante un mínimo seis meses. Estos medicamentos no están libres de toxicidad, algunos dañan el hígado y otros causan depresión y tendencias suicidas. Este tratamiento sería de gran ayuda para potenciar la eficacia del tratamiento”, concluye el doctor Roca Soler, orgulloso de poder continuar investigando sobre la tuberculosis desde su laboratorio en el área de Inmunología, grupo de patología infecciosa, microbiología clínica y medicina tropical en el UMU-IMIB (Instituto Murciano de Investigación Pascual Parrilla) y colaborando con científicos de las diferentes partes del mundo.