Con motivo del Día Internacional de la enfermedad de Alzheimer, que se celebra el 21 de septiembre, el investigador de la Universidad Pablo de Olavide José Luis Cantero explica en una entrevista los últimos avances científicos sobre esta enfermedad e insiste en la necesidad de priorizar la prevención del Alzheimer en las políticas de salud pública.
José Luis Cantero Lorente es Catedrático de Fisiología y dirige el Laboratorio de Neurociencia Funcional de la Universidad Pablo de Olavide, que participa, a través de CIBERNED (Centro de Investigación Biomédica en Red de Enfermedades Neurodegenerativas), en una red científica coordinada por el Instituto de Salud Carlos III y dedicada al estudio de la patología de la enfermedad de Alzheimer. En concreto, las líneas de investigación que desarrolla se basan en el estudio de biomarcadores que permitan detectar la patología de la enfermedad de Alzheimer años antes de que aparezcan los primeros síntomas. Para ello, utilizan biomarcadores mínimamente invasivos a partir de la sangre, imagen cerebral y actividad neurofisiológica. El investigador insiste en la importancia de focalizar los esfuerzos en detectar la enfermedad cuando todavía no existen síntomas porque es la única manera, por ahora, de “reconducir la situación” o enlentecer el proceso neurodegenerativo.
Según el estudio Alzheimer’s Disease International, cada tres segundos se diagnostica un caso de demencia en el mundo y dos de cada tres casos de demencia son causados por la enfermedad de Alzheimer. ¿Se está haciendo lo suficiente?
Hay muchos grupos de investigación en el mundo dedicados a entender qué causa la patología de la enfermedad de Alzheimer. Todos los resultados apuntan en la misma dirección. Las lesiones de la enfermedad de Alzheimer no aparecen de la noche a la mañana. Empiezan a gestarse en el cerebro décadas antes de que aparezcan los primeros síntomas. Disponemos de más estrategias para ganarle la partida a la enfermedad si la detectamos en sus fases más incipientes. Además, sabemos que la patología de la enfermedad de Alzheimer se puede potenciar de muy diferentes formas, casi todas ellas relacionadas con los hábitos de vida no saludables. Por lo tanto, las políticas de salud pública relacionadas con el envejecimiento deben tomar nota de los hallazgos científicos. Parece relevante apostar de manera decidida por la prevención y por la detección temprana de la enfermedad de Alzheimer. No hay que engañarse, al principio será muy costoso, pero a medio plazo se notarán los beneficios de manera clara. Así nos lo muestran los países que ya han decidido aplicar estas políticas.
¿Por qué cree que no se aplican estas políticas?
Los políticos son perfectamente conscientes de problemas como la obesidad infantil o el incremento de las enfermedades neurodegenerativas relacionadas con el envejecimiento pero, en mi opinión, les falta dejarse asesorar por los científicos, que al fin y al cabo son los que llevan estudiando estas enfermedades desde hace décadas. La enfermedad de Alzheimer debería estar en la agenda de todo político que se precie. Para revertir la situación no hay atajos: hay que invertir mucho más en educación, prevención, investigación y formación clínica especializada. El sistema sanitario que disponemos podrá ser excelente, pero, a día de hoy, no está preparado para prevenir una enfermedad tan compleja como el Alzheimer.
¿Cómo se desarrolla la enfermedad de Alzheimer?
Desde una perspectiva clínica, la enfermedad de Alzheimer empieza cuándo las proteínas beta amiloide y tau se concentran de manera anormal en el cerebro y la barrera hemato-encefálica no es capaz de facilitar su aclaramiento. Ambas proteínas, primero en su forma soluble y después en agregados (depósitos de beta amiloide y ovillos neurofibrilares) producen disfunciones sinápticas, neuroinflamación, alteraciones metabólicas y finalmente la muerte neuronal. El hecho de que los pacientes con Alzheimer tengan afectada principalmente la memoria, tiene que ver con que existe una mayor vulnerabilidad de las estructuras cerebrales relacionadas con la memoria a la presencia de las lesiones de la enfermedad. Durante el curso temporal de la enfermedad, dicha patología se extiende progresivamente a otras regiones cerebrales. De ahí que el deterioro cognitivo afecte a otras funciones como la planificación, el lenguaje, la atención, etc. Determinadas regiones de la corteza cerebral, como la corteza entorrinal y la corteza parietal superior, junto con el hipocampo, son estructuras especialmente vulnerables a la patología de la enfermedad de Alzheimer.
¿Cómo se detecta la enfermedad de Alzheimer?
Son muchas las evidencias científicas que han puesto de manifiesto que la enfermedad de Alzheimer comienza antes de que aparezcan los primeros síntomas. Estamos hablando de 15-20 años antes. La comunidad científica sabe, desde hace décadas, que una persona puede tener patología cerebral de la enfermedad de Alzheimer, sin la necesidad de presentar síntomas. Desde un punto de vista diagnóstico, esta persona se encontraría en las fases preclínicas de la enfermedad y tendría elevadas posibilidades de desarrollar la enfermedad de Alzheimer u otra enfermedad neurodegenerativa que implique a esas proteinopatías. Actualmente es posible detectar la patología de la enfermedad de Alzheimer en su fase preclínica utilizando muestras de líquido cerebroespinal, y/o pruebas de imagen cerebral (PET y resonancia magnética). Los últimos avances científicos nos indican que en los siguientes años seremos capaces de detectar niveles patológicos de dichas proteínas a partir de muestras de sangre, pero aún falta tiempo para utilizar estas técnicas en la práctica clínica. Nos dirigimos hacia la medicina personalizada, por lo que los biomarcadores tempranos de diferentes enfermedades muy prevalentes cobrarán un papel esencial en los siguientes años.
¿Qué ventajas supone detectar la enfermedad de Alzheimer en estadios tan tempranos, cuando la persona aún no presenta síntomas?
La investigación reciente muestra que los estilos de vida no saludables mantenidos de forma crónica en el tiempo incrementan la concentración de beta-amiloide cerebral, una de las proteinopatías de la enfermedad de Alzheimer. Estas evidencias han sido primero puestas de manifiesto en modelos animales y después confirmadas en humanos. Por ejemplo, hoy sabemos que mantener una dieta basada en un exceso de grasas saturadas, llevar una vida excesivamente sedentaria, o dormir menos horas de lo necesario, son factores que incrementan la concentración de beta-amiloide en el cerebro y, por lo tanto, aceleran la aparición del deterioro cognitivo. Aquí, la prevención jugaría un papel fundamental a través de la implementación de programas de mejora de los hábitos de alimentación, promoción de la actividad física, y pautas de higiene de sueño. Pero esto no debería de hacerse a los 60 o 70 años, sino a los 40. Es en ese punto cuando se puede “reconducir la situación”. Para ello hace falta, primero tomar conciencia de la magnitud del problema y después tener la voluntad de invertir de manera decidida en programas de salud pública orientados a un envejecimiento activo y más saludable.
Mejora de la calidad del sueño, alimentación saludable, evitar la vida sedentaria ¿serían entonces hábitos de vida que ayudarían a retrasar los efectos de la enfermedad?
Efectivamente. Los hábitos de vida no saludables perpetuados en el tiempo juegan un papel importante en la aparición de la amiloidosis, una de las proteinopatías que determinan el deterioro cognitivo que precede a la enfermedad de Alzheimer. Es como un círculo vicioso: los estilos de vida no saludables promueven la amiloidosis, el daño vascular y la neuroinflamación. Este ambiente neuronal tóxico promueve el deterioro cognitivo y además causa cambios morfológicos en las neuronas acompañados de una muerte neuronal masiva en regiones específicas del cerebro. Llegados a este punto, no hay vuelta atrás. De ahí la necesidad de centrarse en la prevención mediante la puesta en marcha de programas de salud pública orientados a lograr un envejecimiento saludable.
¿Podría detallarnos las líneas de investigación que desarrolla en el grupo que dirige en la Universidad Pablo de Olavide?
Mi grupo de investigación está interesado en detectar trayectorias de envejecimiento vulnerable, una de las cuales es la enfermedad de Alzheimer, mediante marcadores biológicos, de imagen cerebral y neurofisiológicos. El objetivo final es ser capaces de detectar niveles de vulnerabilidad para desarrollar la enfermedad de Alzheimer en estadios tan tempranos que aun sea posible cambiar el rumbo hacia un envejecimiento relativamente normal. Para contribuir a este objetivo disponemos de varias herramientas muy potentes. La primera de ellas es CIBERNED. El grupo de investigación pertenece a CIBERNED desde 2008, gracias a lo cual formamos parte de una extensa red de laboratorios repartidos por toda España que trabajan con el mismo objetivo: conocer mejor los mecanismos fisiopatológicos que causan las enfermedades neurodegenerativas para detectarlas antes y, finalmente, poder prevenirlas o tratarlas con éxito. Por otra parte, desde el año 2016, disponemos en la UPO del Servicio Central de Investigación en Neuroimagen. Este servicio tiene como infraestructura principal un equipo de resonancia magnética de 3 Teslas para uso exclusivo en investigación con humanos. Esta capacidad tecnológica, que se ha puesto a disposición de toda la comunidad científica de nuestro entorno, ha supuesto un cambio muy importante en la manera de explorar el cerebro y detectar individuos en alto riesgo para desarrollar la enfermedad de Alzheimer.
¿Con qué grupo de población trabajan?
Al contrario de lo que uno podría imaginar, nuestra población objeto de estudio no procede de las Unidades de Demencia de los hospitales. La razón es obvia: esos casos ya tienen Alzheimer o lo van a desarrollar en 3-4 años. Nuestra población de interés está integrada por personas de entre 50 y 70 años que presentan quejas muy leves de memoria que han ido a peor en los últimos años, pero que no tienen la relevancia suficiente para consultarlas con un especialista. A esos individuos (y a sus familiares) les realizamos las mismas pruebas que le haríamos a un paciente con enfermedad de Alzheimer, además de estudiar su sueño en el laboratorio, realizarles una resonancia magnética de cerebro y evaluar la carga de beta-amiloide cerebral mediante la técnica del PET. Esta aproximación experimental permite explorar el cerebro envejecido cuando empiezan a aparecer las primeras quejas de memoria, incrementando así la posibilidad de detectar las fases preclínicas de la enfermedad de Alzheimer.
¿Cómo localizan a este tipo de personas para que formen parte de sus investigaciones?
Estas personas, como mencionaba anteriormente, no las podemos encontrar en los hospitales. Acudimos a centros de mayores, asociaciones, talleres de memoria… Allí explicamos en qué consiste el proyecto y reclutamos a candidatos potencialmente útiles para nuestras investigaciones. Los emplazamos a una entrevista telefónica (con el candidato y su familiar más cercano) y a una posterior cita en el laboratorio, para determinar si cumple todos los criterios para participar en nuestros estudios. No siempre los fallos leves de memoria están causados por una enfermedad de Alzheimer incipiente, podrían ser debidos a la utilización crónica de determinados fármacos, a la presencia de otras enfermedades, etc. Todo esto debe descartarse previamente a los experimentos.
Además del cambio en la concepción del problema, que señalaba al inicio de esta entrevista, y de la cuestión financiera, que siempre es clave para la ciencia, ¿de qué más dependería este avance?
De lo concienciados que estén los ciudadanos para contribuir activamente a la ciencia. La sociedad debe saber que la mayor parte de la ciencia que realizamos en nuestros laboratorios se financia con los impuestos que pagamos. Pero a cambio podemos entender cada vez mejor cómo funciona el cerebro, obtener tratamientos para enfermedades incurables a día de hoy, o prevenir enfermedades neurodegenerativas antes de que aparezcan los primeros síntomas. Incluir la ciencia en los colegios desde edades muy tempranas, promocionar actos divulgativos de carácter científico en los pueblos y ciudades, o establecer leyes que beneficien las donaciones a instituciones científicas, son algunas medidas que creo que nos harían mejores como sociedad. Pero también es importante trasladar a la sociedad que los avances biomédicos relacionados con el envejecimiento y sus enfermedades crónicas solo se podrán llevar a cabo si hay una buena predisposición por parte de los ciudadanos para participar en los experimentos. Dado el enorme incremento de enfermos de Alzheimer en las últimas décadas, un buen número de países pusieron en marcha hace años iniciativas científicas en las que han participado miles de personas, donando su sangre, realizándose pruebas de imagen cerebral, etc. Los resultados de estos experimentos han permitido adaptar las políticas de salud pública relacionadas con el envejecimiento para finalmente reducir la prevalencia de la enfermedad de Alzheimer en esos países. Todo está inventado, solo hay que tirar del hilo para saber el camino a seguir.