Artículo de
Juan José Rubio Guerrero
Catedrático de Economía Aplicada de la UCLM
Miembro de la Academia de CC. Sociales de Castilla-La Mancha.
Después de más de más de tres meses de enfrentamientos bélicos ruso-ucranianos sin tregua, e incluso con prácticas militares medievales, como es el asedio de ciudades para rendirlas por hambre, fuego, sed y enfermedades, no hay duda que este conflicto va a alumbrar un nuevo orden de relaciones internacionales, que habrá que perfilar de manera similar a lo que sucedió al finalizar la SGM.
Las relaciones políticas y económicas, a nivel global, están sufriendo un vuelco en el que se vislumbran dos bloques, tres si me apuran, perfectamente definidos. Por un lado, se situarán los países de corte occidental, sin connotaciones estrictamente geográficas, defensores de unos valores comunes en lo que se refiere a la defensa de la democracia liberal y de los derechos humanos.
Por otro, aquellos países de carácter autocrático, donde las decisiones de índole política vendrán impuestas desde una superestructura que controla todos los resortes de poder, incluidos los económicos.
Un tercer bloque, será el de aquellos países, en terminología política, “no alineados” que oscilarán hacia uno u otro bloque en función de sus intereses particulares, y del perfil político de los gobernantes, pero sin olvidar que la tendencia de este tipo de países, generalmente en vías de desarrollo, es el de regímenes políticos autocráticos y fuertemente inestables.
Y todo ello en un mundo en el que todos los países van a “luchar” por conseguir garantizar un acceso a materias primas, productos básicos y energía cada vez más limitados en un mundo con demandas exponenciales de bienes y servicios para toda la población. Pretender y conseguir que en los países en vías de desarrollo se consolide una clase media, tal y como la conocemos en occidente, generaría una demanda de materias primas incompatible con un planeta de recursos limitados.
Si la economía es la ciencia que estudia la asignación de recursos escasos susceptibles de usos alternativos, este aserto alcanza máxima expresión en los momentos actuales, cuando el término “de usos alternativos” se refiere a que aquellos países que se apropien de esos recursos escasos, lo harán en detrimento de otros países, generando conflictos que habrá que dilucidar, por las buenas o por las malas. Dados los recursos limitados del planeta, el reparto de los mismos viene a ser una especie de juego de suma cero.
En este contexto, la tendencia a controlar territorios e imponer voluntades puede exacerbarse a través del uso de la fuerza, aparcando los fundamentos de una sociedad global civilizada y del derecho internacional. Parece, pues, llegado el momento de tratar de reconducir un debate internacional sobre cómo debe edificarse ese nuevo orden económico y político internacional.
En este sentido, habrá que HABLAR. Es decir, instituir una conferencia similar, salvando las distancias, a la Conferencia de Yalta, que definió los espacios geopolíticos a nivel mundial, tras la SGM, con el objetivo de evitar conflictos posteriores, en un mundo que comenzaba a vislumbrar la polarización de modelos geopolíticos y el peligro nuclear destructor de la civilización tal y como la conocemos.
Esta conferencia debería permitir, sin apriorismos, dar seguridad de defensa a los bloques constituidos y a las naciones que lo conforman, que no, necesariamente, deben estar incorporadas a un Pacto militar, tipo OTAN o Pacto de Varsovia.
Por un lado, garantizando la soberanía e independencia de los países, reforzando jurídicamente la neutralidad militar de aquellos territorios que podrían constituir una zona no militarizada, en los puntos de fricción entre ambos bloques y, por otro, diseñar mecanismos o pactos de no agresión, desarrollando una política militar y de defensa de carácter defensivo, valga la redundancia, así como manteniendo la política de no injerencia en asuntos internos.
Uno de los grandes problemas de las últimas décadas, a nivel internacional, ha sido, por parte de las potencias occidentales, el tratar de exportar un modelo de democracia liberal, a países sin tradición cultural o religiosa, capaz de asimilar los fundamentos de la civilización occidental, con los resultados de inestabilidad política y social que todos conocemos en países del Oriente Medio, Afghanistán, norte de Africa, etc.
No debe resultar descabellado que el G7 pueda interpretar este papel de punto de conexión entre las necesidades e inquietudes de los bloques conformados en el contexto actual, así como proponer -no tengo claro que la ONU o las instituciones que surgieron de Bretton-Woods en temas económicos, sirvan como tal – un conjunto de instituciones de gestión y gobernanza a nivel mundial, tanto desde el punto de vista político como económico, partiendo de la restricción que impone la nueva realidad que se ha manifestado con toda su crudeza en el conflicto bélico ruso-ucraniano, donde la mutua desconfianza derivada de un conflicto de intereses estratégicos, debe dar paso a una cooperación reforzada en beneficio mutuo para dar seguridad, justicia y estabilidad a las relaciones internacionales.