El longicornio es un escarabajo que está causando daños irreparables en los árboles de las dehesas y podría acabar con buena parte de los árboles en unas décadas, según ha comprobado la Universidad de Huelva en tres dehesas distintas.
Los más grandes apenas superan los cinco centímetros, pero su poder de destrucción es aterrador. El escarabajo longicornio (Cerambyx welensii) lleva décadas poniendo en jaque a encinas, alcornoques y quejigos de las dehesas españolas, unos ecosistemas creados por el ser humano, que se extienden principalmente por la zona suroeste y oeste del país, y que, además de los valores económicos y recursos para el desarrollo de entornos rurales, cuentan con un valor ambiental incalculable, gracias a la cantidad de especies de flora y fauna a las que dan cobijo.
Un equipo de investigación de la Universidad de Huelva, liderado por Luis Domínguez, advierte de la situación de amenaza que viven estos ecosistemas, que podría suponer la desaparición, si no al completo, sí de buena parte del arbolado de estos espacios únicos para la vida, y que han marcado la identidad de esta zona del país. Así está ocurriendo en tres dehesas de Gibraleón, Almonte y Huévar, todas en la provincia de Huelva, heridas de muerte por este insecto, y en las que con total seguridad se producirá una muerte masiva de árboles, de aquí a unos 20 ó 30 años, en el caso de la de Gibraleón; y unas décadas más tarde, en las otras dos.
Por qué el escarabajo longicornio puede acabar con las dehesas
Qué ha ocurrido para que se haya llegado a esta situación. Pues como es de imaginar, la acción humana está por medio. Los árboles de las dehesas, que en el caso de las estudiadas se trata de alcornoques, han convivido con este insecto desde hace miles de años, sin ningún problema destacado. Sin embargo, ese equilibrio se rompió hará unos 50 años, cuando se introdujeron modelos de explotación más intensivos en estos espacios, que llevó a realizar podas más frecuentes y agresivas, a trabajar con maquinaria pesada y también a incrementar la presión ganadera en el entorno. Esto condujo a un debilitamiento de los árboles, que han quedado desarmados ante la voracidad de este escarabajo.
El problema no son los longicornios adultos, sino sus larvas. Las hembras ponen los huevos en fracturas o heridas de los árboles. En cuanto nace la nueva generación, las larvas comienzan a alimentarse del propio árbol y consecuencia de ello fabrican un conjunto de galerías en el interior del tronco y las ramas que lo dejan hueco y lo debilitan enormemente.
Un árbol con buena salud puede soportar un volumen determinado de este insecto. Sin embargo, un ejemplar al que se le ha sometido a una poda excesiva, al que la maquinaria le ha provocado fracturas en la corteza y otro tipo de daños que facilitan la entrada del insecto; o un árbol que vive en un terreno con un exceso de ganadería, que genera una compactación del suelo que facilita la formación de charcos, sufre enormemente las agresiones que antes toleraba sin mayor problema.
Cómo prolifera el escarabajo que se ‘come’ las dehesas
“En los lugares en los que el arbolado está más maltratado, el número de escarabajos se dispara y se desencadena un proceso que difícilmente tiene vuelta atrás”, afirma Luis Domínguez.
El problema se agrava a medida que avanza el daño en el árbol, explica este investigador de la Universidad de Huelva, ya que los árboles afectados por este escarabajo son foco de atracción para nuevos insectos, representan una oportunidad para ellos, en la medida en que les resulta mucho más fácil poner los huevos en su interior. Y esto hace también que cuando las larvas se desarrollen y se conviertan en insectos adultos puedan colonizar árboles cercanos, ya que estos escarabajos pueden volar unos cuantos miles de metros.
Así que la situación es realmente preocupante y si no se realiza una actuación coordinada por la administración, se puede asistir a la desaparición del arbolado en estos entornos tan valiosos desde el punto de vista ambiental y económico.
Cómo combatir el escarabajo que daña las dehesas
Luis Domínguez considera que la actuación para salvar a las dehesas dañadas por este insecto pasa por realizar limpieza en el arbolado, es decir, eliminar ramas afectadas, incluso algunos ejemplares muy dañados. Pero, sobre todo, actuar mediante el trampeo.
Hace unos años, este investigador y otros integrantes del Área de Ingeniería Agroforestal de la Universidad de Huelva patentaron un compuesto químico muy efectivo contra este insecto, ya que consigue atraerlo hasta una trampa de donde no puede salir y muere. Esta fórmula funciona y no afecta al resto de especies, pero es cierto que se necesitarían varios años para ver resultados y habría que hacerlo de forma coordinada, porque de nada sirve hacerlo en una finca si en la de al lado no se están tomando medidas.
Por otro lado, explica, el matorral puede funcionar como una vía de salvación para el arbolado, ya que estos insectos se quedarían ahí y no afectarían tanto a los árboles. Lo que ocurre es que en estos entornos no se potencia esta flora, ya que prima más contar con espacios libres con pasto para el ganado.
La situación de las dehesas es preocupante por la acción del escarabajo longicornio, pero puede empeorar todavía más con el avance del cambio climático. La falta de precipitaciones debilita a los árboles y los hace más vulnerables a todo tipo de patógenos. Y si cambia el régimen de lluvias, como así parece, con más precipitaciones en primavera, se creará el escenario ideal para que se multipliquen las plagas, por eso, se necesita actuar ya, y hacerlo de la forma adecuada. Solamente así se podrán salvar estas sabanas ibéricas, cruciales en la conservación de especies de flora y fauna.