David Prieto, profesor de Lengua Española de la Universidad de Murcia (UMU), recupera un episodio ignoto de la historia del Diccionario en un tomo, un proyecto que culminaron los miembros de la Academia a finales del siglo XVIII para crear una obra manejable y económica para el pueblo que, en la actualidad y 241 años después, alcanza la edición 23.ª, consultable en línea.
Siguiendo el eslogan de una conocida aplicación de segunda mano “Si no lo usas, súbelo”, un particular decidió vender por 1.200 euros un ejemplar de lo que consideraba la primera impresión del Diccionario de la Academia de 1780: la misma portada, el mismo número de páginas, la misma fecha de edición y publicación en la afamada imprenta del zaragozano Joaquín Ibarra. Todo parecía exactamente igual, excepto el contenido.
El profesor de la UMU compró el ejemplar sin conocer inicialmente su valor. Un tiempo después, cuando para una de sus investigaciones estaba comparando esta edición de segunda mano y la compilación de diccionarios publicada online por la RAE (Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española, NTLLE), David Prieto se dio cuenta de que la edición que se conocía hasta ahora y la que él tenía en sus manos no coincidían.
En su ejemplar de Wallapop la palabra cabrerya aparecía con y vocálica, mientras que en la versión digital se podía leer cabrería, con i latina. Este mínimo cambio en una letra marcó el inicio del descubrimiento de la reimpresión que había permanecido oculta durante más de dos siglos, un eslabón perdido entre el diccionario de 1780 y su segunda edición, de 1783.
Esta obra no figuraba ni en los catálogos bibliográficos especializados sobre el siglo XVIII, ni en las fichas de las bibliotecas de todo el mundo, ni en los archivos españoles y extranjeros. El investigador, que no daba crédito del hallazgo, comentaba sorprendido al académico Pedro Álvarez de Miranda: “¡Cómo es posible que haya permanecido oculta esta obra durante tanto tiempo!”. Según avanzaba el estudio, el profesor Prieto confesaba: “En nuestras investigaciones muy pocas veces experimentamos la dicha de pisar terra incognita; con este trabajo tuve la apasionante sensación de adentrarme en lo desconocido”.
Mejoras que pasaron a la segunda edición, de 1783
La reimpresión de 1781 (aunque con fecha de 1780 en la portada) incorpora una portadilla, centra la virgulilla de la letra Ñ en la portada, que en la primera impresión aparecía desplazada a la izquierda, y modifica diversos signos diacríticos: se suprime el acento circunflejo de chîa, que pasa a chia; se elimina la diéresis de Pasqüa; y se añaden distintas tildes como la de ridícula, pero también se suprimen: Judéa cambia a Judea. Se modifican numerosas comas, se sustituyen letras ⎯por ejemplo, quexarse pasa a quejarse⎯ o se añaden cuando por error se habían omitido, a orizontalmente se le añade la h. Entre otros cambios, también se reordenaron alfabéticamente algunas entradas e incluso se reestructuraron internamente las acepciones de varios artículos. Pero todas estas correcciones solo alcanzan el primer tercio del Diccionario (320 páginas de 954); el resto se mantiene intacto, como en la primera impresión.
Esta investigación abre nuevas vías de trabajo y plantea alguna incógnita. El 70% de los cambios pasaron a la edición de 1783, pero ¿por qué no se conservaron en esta segunda edición el 30% restante? Por ejemplo, en la obra descubierta absorver se enmendó en absorber; en cambio, en los ejemplares de 1783 regresaría con v, contraria a su etimología. “El verbo con la v antietimológica, explica el profesor de la UMU David Prieto, permaneció intacto en las ediciones de 1791, 1803, 1817 y 1822, hasta que, finalmente, en la de 1832 se adoptó la solución gráfica propuesta por la reimpresión rescatada, que es la que llega hasta nuestros días: absorber”.
Una obra para contar la historia de otra obra
Esta investigación detectivesca, iniciada en enero de 2021, se narra detalladamente en el nuevo libro de David Prieto: Un eslabón recuperado de la lexicografía española (Visor Lingüística), prologado por el académico Pedro Álvarez de Miranda y dedicado al lexicógrafo Manuel Seco. Una vez descubierta la reimpresión oculta, el profesor de la UMU ha constatado la existencia de otros ejemplares del hasta ahora desconocido diccionario en la Biblioteca Pública de Nueva York, en la Biblioteca Municipal de Lyon, en la Residencia de Estudiantes de Madrid o en la Biblioteca Central de la Universidad de Navarra.