La fiebre del Nilo, provocada por el virus del Nilo, es una enfermedad que cada día preocupa más. Los veterinarios juegan un papel fundamental en el control de esta patología, que ha llegado hasta Europa con las aves migratorias. Estos profesionales de la salud actúan como centinelas y son, en muchas ocasiones, los primeros en detectarla.
Una de las últimas muertes por la enfermedad provocada por la fiebre del Nilo en España ha desconcertado a las autoridades sanitarias. Un hombre de 60 años, con patologías previas, que vivía en Villanueva de la Reina, una localidad de la provincia de Jaén situada en el alto Guadalquivir. La extrañeza de las autoridades sanitarias, y también la preocupación, viene porque está alejado de los focos donde se han concentrado la mayoría de los cerca de 90 casos registrados en España, es decir en las zonas de marismas del Guadalquivir, en la provincia de Sevilla.
El caso en la provincia de Jaén viene a confirmar el alcance de este problema de salud pública, que ya se ha cobrado una decena de víctimas mortales, así como la expansión de un virus para el que todavía no hay vacuna conocida y solamente se puede frenar con la neutralización de los mosquitos que actúan como vector de contagio.
Qué papel desempeñan los veterinarios en el control de la fiebre del Nilo
El control de la enfermedad y de la expansión del virus del Nilo se realiza desde varios frentes, y de uno de los más importantes se encargan los profesionales de la veterinaria. Estos especialistas actúan como vigilantes de la enfermedad, y hay muchas ocasiones en que se convierten en los primeros en dar la señal de alarma de su presencia a las autoridades sanitarias.
El Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación elabora anualmente un plan nacional para la vigilancia de la fiebre del Nilo Occidental. En él se establece el protocolo de actuación a seguir por parte de los profesionales veterinarios. El investigador del Área de Sanidad Animal de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Murcia, Joaquín Amores, explica que, en virtud de este plan, los veterinarios tienen la obligación de notificar los posibles casos de fiebre del Nilo detectados y tomar muestras, para enviarlas al Laboratorio Central de Veterinaria, situado en la localidad madrileña de Algete.
Cómo se detecta la presencia del virus del Nilo en aves migratorias
Los veterinarios también realizan una vigilancia activa de la presencia del virus. Se encargan de realizar estudios concretos para estudiar la presencia del virus en zonas de mayor riesgo, donde se concentran aves migratorias y que generalmente corresponden a espacios de humedales. Para ello, emplean lo que Joaquín Amores llama aves centinelas, generalmente palomas o faisanes, que se ubican en la zona de estancia de las migratorias y a las que se someten a controles periódicos, para detectar la presencia del virus y el desarrollo de anticuerpos frente al patógeno.
Los análisis sobre la presencia del patógeno en espacios naturales se complementa con capturas entomológicas, concretamente de vectores hematófagos (insectos que se nutren con sangre, como el mosquito), «donde se busca la presencia del virus».
En caso de que se haya detectado la enfermedad en un espacio natural o urbano, comienzan una serie de actuaciones dirigidas a contener su expansión. Una de las primeras medidas que se toman son las fumigaciones del entorno, para controlar en la medida de lo posible a la población de mosquitos que, en el fondo, son los responsables de transportar la enfermedad de una especie a otra, y de moverla geográficamente.
Qué es la fiebre del Nilo y cómo se transmite
La fiebre del Nilo es una enfermedad zoonótica (que tiene su origen en animales) que se transmite a través de la sangre, y cuyo hospedador principal son las aves, especialmente las migratorias, que llegan de África infectadas por el virus.
Evidentemente, ningún tipo de ave tiene la capacidad de llevar su sangre al organismo de un ser humano. De ello se encargan los vectores que transmiten la enfermedad, es decir, los mosquitos, que al picar a una ave capturan al virus y, con una nueva picadura, lo inoculan a otros seres vivos, por ejemplo, a una persona o un caballo. Sin embargo, ni personas, ni caballos, ni ningún otro mamífero desarrollan tienen la capacidad, como las aves, de contribuir a la expansión de la enfermedad, porque concentran un número bajo de virus en su organismo.
«Las aves sufren una fuerte viremia», dice el investigador de Veterinaria de la UMU, es decir, concentran una fuerte carga viral en su sangre, y sufren un proceso clínico muy leve.
En qué casos la fiebre del Nilo se convierte en una enfermedad peligrosa para los seres humanos
La fiebre del Nilo en seres humanos y otros mamíferos tiene consecuencias graves si se padece algún tipo de patología previa que pueda complicar la situación. Lo normal es que la enfermedad pase desapercibida y solamente se manifiesta en los casos más graves. Es más, si se hiciera un estudio epidemiológico sorprendería la cantidad de personas que han pasado la enfermedad sin enterarse.
Cuando el virus entra en el organismo «se replica en el sistema reticuloendotelial y penetra la barrera hematoencefálica. En la mayoría de los casos no suele superar la barrera, pero si el sistema inmune no es capaz de frenar esa invasión, pueden aparecer hemorragias en el sistema nervioso central o congestiones meníngeas, que acaban generando un daño celular a nivel del sistema nervioso central», aclara Joaquín Amores.
Por qué en los últimos años ha crecido el número de casos de fiebre del Nilo
La patología transmitida por el virus del Nilo lleva en España muchas décadas y todos los años se han registrado casos, pero nunca tantos y tan graves como lo que se está viviendo últimamente. Para aclarar el motivo de que se haya complicado la situación con respecto a esta enfermedad y sea considerada como un problema de salud pública hay que hacer referencia al calentamiento global.
La situación climática hace que el verano se extienda más allá de lo que estacionalmente le corresponde, de forma que tanto las aves migratorias como los mosquitos, responsables de la expansión de la enfermedad, pasan más tiempo en nuestra geografía. Estadística pura y dura: si la presencia del virus cerca de la población es más prolongada, se incrementa la posibilidad de que seres humanos contraigan la enfermedad. Y a más infecciones, mayor probabilidad de que ésta alcance a personas con un estado de salud vulnerable, cuyo caso clínico pueda derivar en una enfermedad grave o, en el peor de los casos, en un fallecimiento.
El cambio climático también es el motivo por el que se han detectado casos de esta enfermedad en países de centro Europa, en los que nunca antes se habían registrado.
En la actualidad, solamente se cuenta con una vacuna para caballos, de ahí la importancia de controlar la expansión de esta enfermedad. Para ello, afirma Joaquín Amores, se necesita el compromiso de las administraciones y la aplicación estricta del plan nacional de vigilancia. «Habrá que muestrear más animales, habrá que detectar la presencia del virus con mayor celeridad». Solamente con la alerta temprana se pueden tomar medidas para reducir los contagios que, por el momento, van encaminadas a evitar el contacto de los seres humanos con los mosquitos.