Un estudio en el que participan la Universidad Complutense de Madrid (UCM), la Universidad de Valladolid (UVa) y el Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) confirma que el tamaño de la aorta por unidad de masa es mayor en humanos que en chimpancés y similar a la de los gorilas, aunque estos nos doblen en peso. La investigación apunta a que el desarrollo del cerebro está detrás de nuestra “aorta de gorila”.
La aorta es el vaso por el que pasa la sangre que el corazón bombea en el latido, y su diámetro está relacionado con el gasto cardiaco, la sangre bombeada por minuto para toda la actividad metabólica del organismo que regula desde la digestión a la actividad física o la temperatura del cuerpo.
Qué implica tener una aorta tan grande como la de los gorilas
“Al tener una aorta más grande por unidad de masa, los humanos tendríamos un mayor gasto cardiaco y por tanto un presupuesto energético más elevado por unidad de masa que nuestros parientes más cercanos, los grandes simios”, indica Luis Ríos Frutos, investigador del departamento de Biodiversiad, Ecología y Evolución de la UCM.
La comparación se llevó a cabo, por un lado, con datos de ecocardiografías de personas del Hospital Universitario de Gante y de la Universidad de Oxford y, por otro, con datos de gorilas y chimpancés de zoológicos estadounidenses englobados dentro del Great Ape Heart Project, así como con corazones y esqueletos de grandes simios del Museo Anatómico de la Universidad de Valladolid.
El tamaño de la aorta es una de las conclusiones de un estudio internacional publicado en Scientific Reports, pero no la única.
Qué relación hay entre el gasto de energía y el cardíaco
Una segunda parte de la investigación consistió en una revisión bibliográfica para estudiar el gasto de energía y cardíaco en un ciclo vital. Así, los científicos observaron que en la niñez tenemos mayor gasto cardiaco y quemamos más energía por unidad de masa que cuando somos adultos.
“Una de las razones es el crecimiento de nuestro gran cerebro, que es un proceso energéticamente muy costoso y que tiene lugar hasta los 4-6 años, a partir de esa edad, el gasto cardíaco por unidad de masa disminuye”, razona Ríos Frutos.
Por último, los investigadores abordaron el gasto cardiaco desde una perspectiva evolutiva. Debido al tórax plano de los humanos, el gran tamaño de la aorta la obliga a pegarse a la columna, dejando marcas en las vértebras.
“Los neandertales, parientes cercanos, con un cerebro grande y un ciclo vital parecido al nuestro, también tienen la impronta aórtica, mientras que un homínido más antiguo, con un ciclo vital más corto, y con un cerebro más pequeño, como Homo ergaster, parece que no, según nuestra hipótesis”, apunta el investigador del MNCN Antonio Rosas.
Así, se deduce que, al aumentar el tamaño del cerebro y la longevidad, se requirió mayor gasto cardiaco, por lo que evolutivamente el tamaño de la aorta también creció. “Los cambios en el sistema cardiovascular debieron ser fundamentales durante la evolución humana”, concluye Francisco Pastor, investigador de la UVa y líder del proyecto junto a Ríos Frutos.