Los incendios actuales, tal y como se ha visto este verano, son más violentos, adquieren unas dimensiones mayores y avanzan sin que nada se pueda hacer contra ellos. Se trata de fuegos de nueva generación, fruto del cambio climático, contra los que nada se puede hacer con los métodos de extinción empleados hasta ahora. Exigen otro tipo de respuesta, pero sobre todo, prevención y un trabajo continuo a lo largo de todo el año.
Este verano pasará a la historia por haber sido uno de los más calurosos desde que se tienen registros, con olas de calor sucesivas, que llegaron incluso antes de que comenzara la propia estación estival. Pero además, pasará a la historia también por ser uno de los veranos más negros en lo que a incendios forestales se refiere, con fuegos de gran magnitud, que han batido todos los récords de superficie quemada.
Cuál ha sido la superficie quemada este verano de 2022
Si se echa la mirada atrás y se miran datos de años anteriores, se comprueba que la media de superficie arrasada por los incendios forestales en España se mueve en torno a las 60.000 hectáreas por año. Sin embargo, lo ocurrido en este verano de 2022 no tiene precedentes de ningún tipo. Han ardido más de 250.000 hectáreas, en unos incendios por todo el país que han adquirido tales dimensiones, que no había medios ni humanos ni técnicos para hacerles frente.
Se han visto fuegos diferentes, de una virulencia inusitada, que han tornado a negro paisajes espectaculares en todas las comunidades autónomas, porque en esta estación estival, no ha habido rincón de España que no lamentara la pérdida de superficie forestal, arrasada por las llamas.
Por qué el verano de 2022 ha sido tan negro en cuanto a superficie quemada
La situación ha sido excepcional, pero, por qué. Qué ha ocurrido para que, a pesar de tener más o menos el mismo número de incendios, la superficie quemada ha sido más de cuatro veces más de la media de los últimos años.
El director del poryecto de investigación FIREPOCTEP e investigador de la Universidad de Huelva y profesor en el Máster en Ingeniería de Montes de esta universidad, Joaquín Alaejos, no duda ni un momento al señalar la causa. Afirma que los incendios de este verano se han encontrado un escenario muy favorecedor, debido a varios factores. El más importante, afirma, ha sido la ola de calor, que ha contribuido a que el fuego se propague de manera muy rápida, ayudado también por los fuertes vientos que han coincidido con ella. Apoya su tesis en el hecho de que dos tercios de los incendios producidos se han registrado en los días de máximas temperaturas.
Además, el fuego se ha encontrado un escenario perfecto, con un monte muy seco, debido a la sequía y una gran cantidad de combustible, favorecidas por las lluvias registradas en la primavera.
¿Se acierta con la actuación de los servicios contra incendios?
Joaquín Alaejos defiende la actuación de los servicios de extinción, cuya lucha contra el fuego “está bien planteada”. Sin embargo, cuando los incendios alcanzan las dimensiones vistas este verano, poco se puede hacer para apaciguar la virulencia de las llamas. Y es entonces cuando se ponen sobre la mesa los deberes que no se han hecho durante el invierno.
Ya suena a manida, pero no deja de ser cierta la expresión de que ‘los incendios se apagan en invierno’. Sin embargo, a pesar de ser una idea asumida y aceptada tanto por la comunidad científica, como por las instituciones, a la vista está que el trabajo no se ha realizado con todo el rigor necesario.
Qué actuaciones preventivas frenarían los incendios
En opinión de Joaquín Alaejos, se necesita una actuación una “adecuada gestión preventiva, que ayudaría a que los incencios no adquieran estas dimensiones”. Se trata, continúa, de “preparar el monte” para los incendios, con la reducción de la combustibilidad, la creación de cortafuegos que contribuyan a detener el incendio y favorezcan la labores de extinción; el trazado de caminos; y la creación de balsas, que valgan como reservorios de agua para luchar contra el fuego.
Los incendios no tienen una sola causa, son un cúmulo de factores que se van agudizando con el avance del cambio climático. Pero, por otra parte, el incremento de la intensidad de los incendios forestales no se debe a las olas de calor y las sequías, sino que está muy relacionado con el abandono de la actividad rural. El mejor ejemplo de esta realidad se ha visto este verano en los incendios de la provincia de Zamora, una de las más despobladas del país, donde sus habitantes ya no pastorean, recogen madera del monte y realizan las actividades tradicionales que han mantenido los montes a salvo todo este tiempo.
Es cierto que el bosque no se puede tratar como un jardín, pero tampoco se puede abandonar a su suerte. Por eso, tal y como defiende este investigador de la Universidad de Huelva, se deben generar paisajes heterogéneos, con unas discontinuidades que frenen el avance de las llamas, que se puede llevar a cabo con agricultura, pastoreo extensivo o con tareas de gestión forestal específicas. Aprender a convivir con el fuego, con la creación de las condiciones para que los incendios ‘controlados’, que además contribuyan a regenerar el monte. Y, sobre todo, entender que se está ante un escenario nuevo, con unas condiciones climáticas más agresivas que reclaman reforestaciones con especies resistentes a los incendios.
No se puede realizar una gestión forestal del siglo XX con el clima del siglo XXI, tal y como se ha comprobado tristemente este verano.