Vida cotidiana y melancolía en Belén Elorrieta

    Es la vida observada a través del color, como un juego infantil, que crece lentamente. Después, el tiempo se encarga de establecer reglas e imágenes para construir escenas de lo cotidiano. Y en medio de la observación, sorprende la inocencia e ingenuidad del color que se transforma y diversifica, para emanar la inquietud en los momentos contemplados. Y sobre todo, la atenta mirada de la figura femenina, con sus sentimientos reservados, desde la profundidad del lienzo. Vida cotidiana y melancolía, una mirada sobre Almería en un mundo imaginario, son los conceptos que configuran la obra que la pintora Belén Elorrieta (Madrid, 1962) ha presentado en la Galería Argar de Almería. Una exposición que reconcilia, desde su interior, con lo que se espera en muchas ocasiones encontrar en las propuestas pictóricas en medio del desconcierto. Las sensaciones que surgen explican que exista satisfacción e interrogantes en esta búsqueda de lo cotidiano, en Belén Elorrieta.

    La contemplación que proyecta la pintora sobre el entorno, desde los recuerdos o la imaginación, reconstruye situaciones y escenas de la calle, imaginarias pero reales por soñadas. Es la búsqueda del tiempo, como un juego inacabado. Hay músicos en la calle, niños que corren en la plaza, gente anónima que pasea, que se detiene, que charla en los encuentros de cada día, que mira más allá del espacio del cuadro; gente anónima que se refugia en su interior, por el recuerdo o por el presente, que se detiene sobre si misma y plantea la ensoñación de la realidad inaccesible, para interpretar la felicidad a su manera. Y el mar, las barcas, el puerto, el horizonte cercano. El tiempo no tiene medida, más que la que pueda imponer el espectador de la exposición.

    En esta exposición de Belén Elorrieta llama la atención los cuadros que han dado cobijo a figuras de mujeres, encerradas en su interior, asomadas al exterior, dejando pasar la vida (“Muchacha sentada”, “Mujer reclinada en la mesa”, “Chica reclinada”, “Chica con trompetín”). Son los gestos que dominan en la exposición y justifican de por sí el gran mundo interior desvelado por la pintora. Atrapa el enigma de cada mujer retratada y su mirada serena, no exenta de tristeza o melancolía, que permanece en silencio. Ya no es el reflejo de una forma de entender la vida cotidiana, va más allá desde la creatividad de la melancolía que ofrecen los personajes femeninos. Y eso ya es suficiente para salir de la sala con la sensación de estar encerrado en el mundo que ha surgido con el color en la ficción pictórica, que insinúa las entradas por descubrir para acceder al otro lado, al encuentro de este enigma femenino. Sin posibilidad de escapar.

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