Una sonrisa limpia

    Tal vez resulta chocante que comience a escribir bajo este título, ahora, como ha ocurrido siempre, que la economía está en contra de la ciudadanía. Esto ocurre por la ideología imperante. Ideología no es más que un conjunto de ideas coherentes, que se traducen en leyes, para organizar un tipo concreto de sociedad. Ahora vivimos en un tipo de sociedad que se llama capitalista y el capitalismo también tiene sus leyes propias, centradas en la especulación y en contra de las personas.

    Pero, ¿cómo hace el capitalismo para lograr que perdamos nuestro poder personal, para que decida la estructura político-económica que lo sostiene en nuestro lugar sobre nuestras propias cuestiones vitales? Pues lo consigue situándonos fuera de la realidad, en un espejismo, donde vivimos la propia vida representando una obra de teatro.

    Por un lado, al desconocer el papel que desarrollamos en el entramado social, es decir, cuando no queremos ser conscientes de que siempre una sociedad capitalista está basada en mantener la desigualdad entre las personas, en someter a una clase trabajadora a una clase dominante, a través de la falta de educación y de la carencia de sentido crítico, las personas somos fácilmente manipulables.

    Se nos manipula a través del lenguaje, que es todavía una de las mejores herramientas para imponer la sumisión, ya que fácilmente engaña y convence. Y también se nos somete a través del teatro, de la representación de una falsa realidad, cuando nos contentamos con tener acceso a los bienes de consumo obviando, no queriendo ver, que por la misma esencia del capitalismo, muchas personas están siendo saqueadas, sufriendo y muriendo para que podamos adquirir productos que, por otra parte, fabrica una masa empobrecida y embrutecida (en esto ha quedado el alabado trabajo) para seguir creando desigualdad y enriqueciendo a una minoría ya superenriquecida.

    Pruebas de que la obra de teatro tiene un guión, y rígido, las hay y muchas. Por ejemplo, está muy claro en la misma constitución de la UE, hace 20 años, cuando se abocó a los estados a nutrirse de préstamos en la banca privada. Y recientemente también en la Constitución Española, cuando el año pasado PSOE y PP pactaron una reforma, sin tener en cuenta a otros partidos políticos ni a sindicatos ni agentes sociales, con el fin de obligar al Estado a dar prioridad en pagar su deuda y los intereses que genera a los bancos privados antes de prestar los servicios más básicos a las personas, como son la educación, el empleo y la sanidad.

    Es así. Esto que conocemos por “democracia” no es más que una campaña publicitaria dirigida a mantener a la población en el corral y dispuesta a ser sacrificada a los intereses del mercado. ¿No basta con ver cómo en la UE ya hay dos países, Grecia e Italia, que tienen gobiernos no elegidos en elecciones sino impuestos por los intereses financieros?

    Pues precisamente por toda esta trama, ya más que obvia ante la crisis de este modelo social, el capitalista, me gusta sonreír. Y no es por evadirme ni por dejar de reconocer esta realidad, sino por todo lo contrario, pues además de reír procuro evitar, en la medida de lo posible, las zancadillas del capital y me ocupo en buscar alternativas a la actual organización desalmada de la sociedad.

    Sonrío y doy gracias a la vida porque creo que es posible, y urgente, potenciar una organización social basada en la dignidad de las personas, en la integración armónica de la Humanidad con la Naturaleza y en generar una estrategia para el desarrollo humano global conectada a la inteligencia, la sociabilidad y el apoyo mutuo.

    Y es un buen avance entender que el rechazo sistemático a las demás personas que nos impone este modelo social, basado en una esclavitud con apariencia de igualdad, no es más que una pelea feroz entre pobres gentes condenadas a nutrirse con los despojos del festín.

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