Una ministra de Cultura, de cine.

    Image Está claro que Ángeles González-Sinde no sería ministra de Cultura si previamente no fuera presidenta de la Academia de Cine. Como si el único problema de la cultura en España fuera el cine y solamente el cine. Me explico. El proyecto de la ‘Ley del Cine’ es una asignatura pendiente para configurar salidas de consumo al cine español, con el objetivo central de crear la ‘industria cinematográfica española’, una cuestión que está sin resolver prácticamente desde hace bastantes décadas y que se ha convertido en una de las herencias contaminadas que la democracia recibió del franquismo y que sigue sin resolverse.

    Zapatero, con el cine español metido en un callejón sin salida, después de Carmen Calvo (que provocó prácticamente su cese con unas declaraciones en las que arremetió contra el sector audiovisual sin dejar títere con cabeza, con bastante razón) y César Antonio Molina, ha elegido a Ángeles González-Sinde para ver si enmienda la situación y le pone el, cascabel al gato. En realidad nunca ha tenido interés el mundo del cine en construir una auténtica industria, salvo la de las subvenciones.

    Primero, habría que reflexionar sobre las circunstancias que llevaron a esta cineasta a presidir la Academia. De la mano de Enrique Urbizu y Manuel Gómez Pereira, con un reconocido compromiso ideológico con la izquierda (cosa que le honra, pero que no es suficiente), en medio de grupos y corrientes, digo yo, llegó a la presidencia. Hasta ahora, poco tiempo para valorar su gestión. Así que tampoco hay mucho en qué apoyarse para justificar el nuevo nombramiento. En los medios de comunicación, no han faltado alusiones a un currículum sobrevalorado, sobre su trayectoria como guionista cinematográfica y directora de películas, que tampoco son nada del otro mundo. Y poco más. A la hora de la verdad, Ángeles González-Sinde, que tiene todavía un futuro por delante, qué duda cabe, no es por ahora ninguna gran lumbrera del guión cinematográfico español y como directora tampoco. Por eso sorprende el nombramiento. Por lo visto en política cada vez está más consolidado el ascenso de la mediocridad o el pago de lealtades o el sumergirse en lo imprevisible a ver qué pasa, que es lo que puede haber ocurrido ahora.

    De entrada, la nueva ministra se ha encontrado con la ofensiva en toda regla que le ha lanzado la Asociación de Internautas, sobre todo por cuestiones como la del canon o las bajadas de Internet. No sé yo el grado de representatividad de esta asociación (en un país donde a la mínima se crea una asociación de lo que sea para sacar tajada de algo) ni creo que sus argumentos sean muy válidos al cien por cien en esta ofensiva. Tampoco creo que el problema del cine lo provoque Internet, aunque sea una cuestión a tener en cuenta.

    Los problemas del cine español, expertos hay que sabrán dar respuestas visto lo visto, seguramente tienen sus raíces en muchos lugares: en la cultura general del país, en el público cada vez más domesticado por el consumismo y la ‘televisión basura’, en la creatividad e imaginación de los realizadores, en las historias que nos cuentan ‘nuestras’ películas, en los intereses económicos de productores, distribuidores y exhibidores, en el poder de hipnosis del cine estadounidense, en la metamorfosis de las salas, en el desconcierto del sector de los espectadores que mantienen su mirada en el cine clásico y en la renovación de la imagen fílmica, en la práctica desaparición del cine como instrumento pedagógico en las aulas. En fin que, entre otras cuestiones, el Ministerio de Cultura no se entiende sin una conexión estrecha con el de Educación.

    Pero no se queda aquí. El Ministerio de Cultura no es sólo cuestión de cine. Hay más cosas que están en la agenda de las asignaturas pendientes. Aunque es verdad que muchos aspectos están disminuidos por las transferencias a las comunidades autónomas, aparte del cine, otros protagonistas de la realidad cultural están a la espera, quizás estupefactos, por la nula mención a su existencia y el arrinconamiento al que se han visto sometidos en principio tras el nombramiento de Ángeles González-Sinde. Los mundos de la música, del teatro, de la danza y el ballet, del flamenco, de la literatura, de la poesía, de las editoriales, del arte en todas sus vertientes, de las bibliotecas, de los museos, de la lectura, del patrimonio histórico-artístico, de la etnografía, en fin, todo lo que nos concierne culturalmente, estará atrincherado, por si acaso. Mientras tanto, la vida cotidiana, que nos configura oficialmente como agentes culturales anónimos, sigue contribuyendo al desaliento en una sociedad que se ampara en la cultura del éxito económico.

    Eso sí, por qué no, habrá que darle un margen de confianza a Ángeles González-Sinde, desde mi más sincero escepticismo. Qué se le va a hacer. Ojalá, me equivoque.

    (IDEAL, 21 de abril, 2009, página 22).

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