Hasta mediados del siglo XX, la capital de Almería era una apacible ciudad horizontal y mediterránea donde el puerto, el embarcadero de mineral, la Alcazaba, la Catedral y las Iglesias tenían un protagonismo especial. Entre las casas decimonónicas de familias burguesas de bajo y una altura -con tragaluz y “terrao” para tender la ropa con vistas al mar azul- y las más humildes viviendas obreras de “puerta y ventana”, tan solo sobresalían en el horizonte urbano los campanarios, alguna que otra sede institucional con piedra tallada y unos pocos emblemáticos edificios plurifamiliares de varias alturas, proyectados por los insignes Arquitectos almerienses de la época (Enrique López Rull, Trinidad Cuartara y Langle) en el suelo que dejó libre la demolición de la medieval muralla califal, en lo que hoy día es el Paseo de Almería, la Puerta de Purchena y la Plaza Circular.
Pero sería a partir de la década de los sesenta cuando Almería empezó a “crecer hacia arriba” (como diría el Alcalde Cuesta), mucho más barato, al ahorrar recursos y más rápido que gestionando nuevo suelo mediante la técnica de los ensanches, de urbanización lenta y costosa. Si bien la justificación era liberar terreno para contar con más dotaciones, equipamientos y espacios públicos para fomentar la sociabilidad y convivencia de los vecinos, la realidad posterior al hiperdesarrollismo urbanístico vertical de los setenta ha mostrado que numerosas viviendas del casco histórico fueron demolidas producto de la especulación para dar morada a numerosos almerienses que se desplazaron de los Municipios rurales a la Capital para trabajar.
Se produjo así la alineación de pequeñas viviendas junto a las recién construidas inmensas moles de 10 plantas –signo de modernidad- sin consideración alguna al ancho de las calles, compartiendo horrorosas paredes medianeras y generando un claustrofóbico efecto “cajón”. Pero por fin acabaría imponiéndose el sentido común, la protección del escaso patrimonio histórico y artístico que no se había perdido irremediablemente con la guerra civil y los nuevos instrumentos de planeamiento general impidieron la propagación de este crecimiento desordenado en forma de “dientes de sierra”, reordenando la edificabilidad y altura máxima, solucionándolo parcialmente con el obligatorio escalonamiento de edificios adosados de alturas muy distintas. Pero el mal ya se había perpetuado y estas horrendas pantallas visuales han quedado para la posteridad y asombro de las nuevas generaciones.
Su impacto estético negativo es enorme y se agrava cuando la temporada de lluvias ensucia con chorreones estas medianeras pintadas de blanco u ocre. Algún publicista ocurrente tuvo la idea de darles utilidad como bastidores para sus enormes anuncios, pero peligraban con desprenderse cuando azotaba el viento. Qué mejor sugerencia que mediante la aprobación de la correspondiente Ordenanza Edificatoria, estos inmensos lienzos blancos sean objeto de algún tratamiento estético y artístico (como las cuadrículas coloreadas de los edificios Paseo 21 y Sfera en el Paseo) o de falsa fachada, como bien se resolvió en la medianera que quedó al ensanchar la Calle Pablo Iglesias. Y no digamos experimentar algo parecido a los jardines verticales del Caixaforum de Madrid, con un frescor verdoso que también podría inundar las cubiertas de los edificios con plantas y arbolitos ornamentales. O mejor aún, sirvan las medianeras para que creadores de renombre provincial, nacional e internacional ensayen instalaciones lumínicas de arquitectura efímera o plasmen gigantescos murales o mosaicos artísticos (valgan de ejemplo la figuras de hierro y el gran reloj en el edificio de Unicaza en el Paseo), visibles desde cualquier punto e incluso desde el aire, esponsorizados los gastos las empresas o las propias comunidades de vecinos, que darían un valor añadido a sus condominios. Almería se convertiría así en un espacioso museo abierto al aire libre, con singularidad única, pintoresco y atractivo turístico para nuevos visitantes, como ya se realizó en 1985 en castellón. Ideas simples para transformar lo feo en algo bello.