Un equipo internacional de científicos ha construido un inmenso ‘árbol genealógico’ con los momentos clave que marcaron la evolución de los principales grupos de insectos acuáticos. Lo hicieron recopilando información genética de más de 1.200 géneros que abarcan casi la totalidad de las familias conocidas de libélulas, caballitos del diablo, efímeras, moscas de las piedras y frigáneas.
El trabajo ha sido publicado en la revista ‘Earth-Science Reviews’ titulado ‘A time-calibrated ‘Tree of Life’ of aquatic insects for knitting historical patterns of evolution and measuring extant phylogenetic biodiversity across the world’ (Un ‘Árbol de la vida’ calibrado en el tiempo de insectos acuáticos para establecer históricos patrones de evolución y medición de la biodiversidad filogenética existente en todo el mundo), que ha sido financiada con el apoyo de múltiples organismos internacionales, entre los que destacan la Comisión Europea y la Academia de Finlandia, y cuyo primer firmante e investigador principal es el profesor de la Universidad de León (ULE) Jorge García Girón.
Estos insectos poseen adaptaciones sorprendentes que les permiten pasar sus primeras etapas vitales dentro del agua, antes de alcanzar su fase adulta voladora. Las larvas de las frigáneas construyen refugios en forma de estuches o canutillos protectores con arenas, piedrecillas o restos de vegetación, que utilizan para esconderse o protegerse de la desecación.
Las libélulas y los caballitos del diablo, por el contrario, son voraces depredadores. Sus larvas disponen de una máscara, un brazo retráctil que tienen bajo la boca, que les permite capturar otros invertebrados, renacuajos y pequeños peces.
Este nuevo ‘árbol de la vida’ proporciona una fotografía completa de la intrincada y fascinante historia evolutiva de los insectos acuáticos. Pese a su aparente delicadeza, estos animales han sobrevivido a innumerables cataclismos. Las efímeras, las libélulas y los caballitos del diablo ‘modernos’ aparecieron por primera vez a principios de la Era Mesozoica, mucho antes de la llegada del ser humano, momento en el que los antepasados de los primeros mamíferos prehistóricos comenzaban a expandirse por el planeta.
En palabras de Jorge García Girón, “cuando se extinguieron los dinosaurios hace 66 millones de años, la mayoría de las familias modernas de estos artrópodos ya habían aparecido en escena, cada una con una historia dinámica, plagada de diversificaciones rápidas, avances vacilantes y hostiles viajes transoceánicos siguiendo los movimientos de los continentes”.
Además de contribuir a la comprensión de la historia de los insectos en nuestro planeta, esta investigación brinda una herramienta clave para el trabajo de conservación de un grupo esencial para el funcionamiento de los ecosistemas de agua dulce.
En la actualidad, el 33% de las especies de insectos que viven durante sus primeras etapas vitales dentro del agua se encuentran amenazadas, según los informes publicados por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Sin embargo, “los insectos cumplen un papel muy importante en la cadena alimentaria en ríos y humedales. Sirven de fuente alimenticia a muchos peces, anfibios, aves y mamíferos acuáticos, actúan como polinizadores de las plantas y ayudan al proceso de descomposición de la materia orgánica” concluye Jani Heino, investigador de la Universidad de Oulu (Finlandia) y uno de los autores principales de este estudio.
A los científicos les gusta agrupar y ordenar los fenómenos de la naturaleza. Retrotrayéndose ya al filósofo griego Aristóteles, este deseo insaciable de clasificar el mundo que nos rodea también se ha extendido a los muchos y variados organismos que comparten con los humanos el planeta Tierra.
Los sistemas de organización y clasificación que utilizan los biólogos en la actualidad se basan en las relaciones evolutivas entre los seres vivos, esto es, en su filogenia. Los árboles filogenéticos ayudan a los científicos a organizar especies que evolucionaron de una serie de antepasados comunes. En estos árboles, dos especies están más relacionadas evolutivamente si tienen un ancestro común más reciente, y menos relacionadas si tienen un ancestro común que surgió más atrás en el tiempo.
“Estas relaciones evolutivas entre especies pueden reconstruirse a partir de las secuencias de ADN de sus genes, en las que se encuentran escritas no solamente las instrucciones que contienen la información hereditaria de los organismos, sino también las huellas de su evolución a lo largo del tiempo”, explica Jorge García Girón, Profesor Ayudante Doctor de Ecología de la Universidad de León y principal autor del trabajo.
El artículo publicado en la revista Earth-Science Reviews se puede leer completo en el siguiente ENLACE