La desecación de humedales para utilizar esa tierra como espacio de cultivo ha sido una práctica que se ha llevado a cabo a lo largo de la historia. Se hace para aprovechar los nutrientes de un suelo húmedo, en un principio también muy fértil, pero lo que no se conocía en profundidad son las consecuencias de esa práctica. Un equipo de investigación del CSIC ha analizado los efectos que se producen en el entorno y también las consecuencias para el medio ambiente.
El grupo Interacciones Microbioma-Suelo-Planta (Misión Biológica de Galicia, sede Santiago), ha indagado en los cambios físico-químicos que se producen en el suelo después del drenaje y cultivo de zonas húmedas. Lo ha hecho tomando como referencia la Laguna de Antela (La Limia, Orense), que pasó por este proceso hace seis décadas.
Qué consecuencias tiene el drenaje de humedales
“Los humedales, como las lagunas, se encuentran entre los ecosistemas más productivos y biodiversos. No obstante, muchos se están transformando para otros usos, lo que conlleva, entre otras cuestiones, una intensa presión sobre los ciclos de agua, Carbono (C) y Nitrógeno (N); aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero o la compactación y hundimiento del terreno. A pesar del interés del tema, se dispone de poca información”, apuntan Serafín González Prieto y Marc Romero Estonllo, autores del estudio, cuyos detalles se publican en la revista Catena.
“Antela fue una de las mayores lagunas de agua dulce la Península Ibérica y estaba considerada la joya de la corona del complejo húmedo Limia-Antela. Una ley de 1956 declaró la zona de alto interés nacional y ordenó el drenaje del humedal para la puesta en producción agrícola y ganadera de sus tierras. Poco después de finalizar las obras en 1962, se realizaron muestreos intensivos de la capa superior del suelo y se determinaron sus principales características, estimándose que la subsidencia (hundimiento del terreno) en la zona de turberas no sería superior al 4%. Desde entonces, no se disponía de estudios”, explican los científicos del CSIC.
En este contexto, el grupo de investigación diseñó un estudio bajo la hipótesis de que los cambios en las propiedades del suelo disminuirían desde el núcleo de aguas permanentes de la laguna hacia sus bordes, con períodos de encharcamiento cada vez menores. Se establecieron 106 puntos de muestreo en 2019 y se analizaron tanto las variables del suelo estudiadas en la década de los 60 (pH y contenido en C) como otras adicionales (contenido en N y abundancia de los isótopos pesados 13C y 15N).
Qué ha comprobado este equipo científico
Se verificó que los cambios en el pH del suelo y el carbono orgánico fueron mayores en el núcleo de la antigua laguna (permanentemente anegado) y disminuyen en los suelos a medida que se reduce el período durante el cual estaban inundados.
Por otra parte, se comprobó que el 13C y 15N son útiles para rastrear las diferencias en la dinámica de C y N del suelo relacionadas con la duración del anegamiento cuando existía Antela. Además, se constató que el hundimiento del terreno (entre 17 y 32 centímetros) en el área previamente ocupada por la turba fue entre 6 y 8 veces mayor que lo previsto inicialmente, aunque esta tasa se encuentra en la parte inferior del rango en humedales similares.
Los resultados del estudio apuntan hacia una acidificación y pérdida de C en el suelo, que aumenta progresivamente desde las zonas menos profundas y encharcadas de modo temporal a la zona m‡s profunda y siempre cubierta por agua. Por otra parte, la abundancia natural de 15N sugiere que la desecación y puesta en cultivo han provocado que el ciclo del N sea más abierto, es decir, con mayores pérdidas en el agro-ecosistema.
“Se puede afirmar que la principal consecuencia del drenaje y puesta en cultivo de los suelos de la laguna de Antela fue la apertura de los ciclos de agua, carbono y nitrógeno, con el consiguiente empobrecimiento del suelo en el que los efectos del drenaje han sido mayores que los del cultivo”, concluyen los científicos.