Palomares, la secreta experimentación humana con plutonio

Recientes investigaciones y hallazgos de fuentes documentales publicadas en la revista científica “Dynamis”, editada por las universidades de Granada (UGR) y la Autónoma de Barcelona (UAB), confirman una vez más que, tras el accidente nuclear de Palomares (Almería) en 1966, los militares norteamericanos dejaron la mayoría de la contaminación radiactiva escondida mediante arado. Su autor, José Herrera Plaza, demuestra que la intención fue experimentar la interacción a largo plazo del plutonio con los vecinos de Palomares, sin ninguna de las garantías bioéticas vigentes, además de ahorrarse el penoso y arriesgado trabajo de descontaminar, tal como se habían comprometido. El plutonio solo llevaba 25 años descubierto. Se desconocían sus consecuencias con las personas y el medioambiente sin la acción solapada de otros isótopos.

Vecinos de Villaricos ayudaron a cargar más de 120 toneladas de restos de los aviones siniestrados. En algunos casos solo les dieron guantes. Existen pruebas de que muchos de esos fragmentos estaban contaminados con plutonio, cuyas partículas pudieron inhalar. (Foto: NARA Archives).

Franco accedió a la propuesta gringa de lo que se denominó en clave «Proyecto Indalo» y que se ha mantenido en secreto hasta finales del siglo pasado. La dictadura deseaba terminar con la mala prensa para el turismo y además, recibieron a cambio un dinero en metálico al año o valiosos equipos y asesoramiento técnico. La llegada de la democracia no significó cambio alguno en lo que se denomina la «inercia funcionarial», en este caso de la Junta de Energía Nuclear (JEN).

Cómo llegó el plutonio a Palomares

Recordemos que todo comenzó al colisionar un bombardero estratégico B-52 norteamericano con su avión nodriza, cuando repostaba combustible sobre la vertical de la desembocadura del río Almanzora. Tras el impacto, explotó el nodriza y los restos de los dos aviones cayeron sobre la pedanía de Palomares sin generar daño a las personas. También cayeron cuatro bombas de hidrógeno, cada una setenta veces más potentes que las de Hiroshima. Tres de ellas en tierra y una en el mar. Dos de las que cayeron en tierra dispersaron su carga nuclear (de 8 a 11 kg.) a base de una de las sustancias más tóxicas y peligrosas fabricadas por el hombre: el isótopo de plutonio 239 (Pu239) en forma de dióxido.

El autor intelectual del experimento fue Dr. Langham. Él y dos militares españoles (Franco y Muñoz Grandes) decidieron desde Madrid el destino de una comunidad del sureste español. Al mismo tiempo, la verdad fue secuestrada mediante la construcción de una «historia oficial». Para ello, el control y la manipulación de la información fue objetivo prioritario. Con los vecinos de Palomares y Villaricos se construyó la ignorancia sobre el verdadero alcance, resultas y riesgos.

Como los lugareños supieron de la radiactividad a través de los programas en español de radios extranjeras (BBC, París y «La Pirenaica»), se trajeron un equipo generador de interferencias para evitar su escucha, que operó desde Vera. Después, solo hizo falta pregonar numerosas veces esa «historia oficial» en la voz del fundador del PP, Manuel Fraga Iribarne, afirmando alto y claro que toda el área se había quedado igual que antes del accidente. Historia que se ha mantenido con tesón hasta inicios del milenio en todos los gobiernos demócratas, sin distinción de ideologías. Este ha sido el comportamiento de los políticos de Madrid con los palomareños, prolongado con el olvido y la actual indolencia.

Qué datos fueron manipulados

Para la experimentación era indispensable crear un escenario válido. Los norteamericanos se encargaron de manipular todos y cada uno de los parámetros relacionados con las consecuencias del accidente. Primero, la superficie radiactiva. La USAF: 255 hectáreas, la JEN: solo 226, cuando en realidad eran más de 600, pues ocultaron las 195 h. que hallaron en Sierra Almagrera, de la que 57 años más tarde permanecen contaminadas 20. El mapa radiométrico con la «Zona 0» también fue manipulado en su extensión y en sus líneas de contaminación. Por si fuera poco, el monitor para medir la radiación tenía una efectividad del 50% y los soldados fueron pillados numerosas veces apuntando medidas inferiores a las reales. Las tablas de conversión de magnitudes también sufrieron una interpretación que las reducía un 23 %.

La USAF, no contenta con todo lo anterior, al ver la pusilanimidad de Franco y Muñoz Grandes, incumplieron sistemáticamente todo los acuerdos firmados. Araron casi todo, mientras ocultaron en dos enterramientos secretos cuatro veces más de lo que se llevaron. Se ha estimado que solo embarcaron a los EE. UU. menos de un 3% de la superficie a limpiar, equivalente a un 0,1% del peso total del Pu esparcido.

El responsable español de la época más dura del «Proyecto Indalo», Emilio Iranzo (izda.) habla en el Laboratorio Los Álamos con el promotor y autor intelectual de este, el Dr. Langham, experto en plutonio y en experimentar con seres humanos sin su consentimiento informado. (Foto: The Atom).

Quién ideó el experimento con la población de Palomares

El autor intelectual del simulacro de descontaminación y del P. I., el Dr. Wright H. Langham tenía un largo historial negro de experimentación con humanos engañados. Su mayor fama la había ganado con la administración de inyecciones de plutonio, como si fuesen medicamentos, a enfermos pertenecientes a las minorías étnicas o gente humilde. En realidad, su emulación al Dr. nazi Menguele se había producido por la exposición negligente y deliberada de miles de jóvenes soldados e indígenas maoríes en las numerosas pruebas nucleares en las Islas Marshall, en el Pacífico. Por ello no sintió escrúpulo alguno en condenar a 1200 habitantes españoles a convivir para siempre con varios kilogramos de plutonio.

Diez años antes, en el juicio de Nüremberg (1946) los norteamericanos habían ahorcado a ocho doctores nazis por motivos similares. Paradójicamente, ha sido considerado como una eminencia, un prócer de la Ciencia, aunque hoy día aparece lastrado por su cruel pasado. La Historia, tarde o temprano, pone a cada uno en su lugar.

En el artículo, se demuestra que, tanto Langham como sus compañeros de Los Álamos, llevaban desde 1957 esperando un accidente nuclear como el de Palomares. Invirtieron muchos millones de dólares y esfuerzo para hacer pruebas en Nevada de explosiones químicas con dispersión de plutonio en animales. En Palomares y Villaricos tenían a humanos, una comunidad de 1200 personas.

En las negociaciones por los criterios de limpieza, Langham había ridiculizado a su colega español, el Dr. Eduardo Ramos, afirmando que los niveles de radiactividad por él defendidos eran por causas psicológicas. Sabía que mentía, pero ante todo era un gran patriota, dispuesto a lo que fuera por ahorrarle a su país la cara y peligrosa descontaminación.

La ocultación del plutonio mediante arado profundo fue una bomba de relojería cuando volvieran a arar los campos. El vecino Miguel Castro Navarro labra un campo contaminado con su tractor para la USAF. Las mascarillas que les dieron eran absolutamente inútiles para impedir la entrada de las partículas más finas del plutonio, por lo que seguramente pudo contaminarse. (Foto: NARA Archives).

Cuando se tuvieron las primeras sospechas de que experimentó con la población

Cuando a finales de los 90 los EE. UU. desclasificaron el acuerdo del P. I., el autor del artículo, junto con Antonio Sánchez Picón, lo mostraron traducido por primera vez en la exposición de 2003 del Centro Andaluz de la Fotografía. Pocos se dieron cuenta del perverso contenido del primer objetivo:

«Recopilación de información sobre la absorción y retención de plutonio y uranio en un número representativo de un grupo de población potencialmente expuesto a la inhalación de aerosol de óxido de plutonio». (Acuerdo Otero-Hall, 25/02/1966).

Así se definían las expectativas referidas a las numerosas personas que esperaban se iban a contaminar internamente con plutonio y uranio. Pero no hubo problema para los promotores. Cuando vinieron los análisis positivos llegó también el juego sucio de ocultación y negación, pero solo de cara a la esfera pública. De manera interna, la alarma existía en ambas orillas. Tanto aquí como en los EE. UU., los análisis positivos fueron primero invalidados y más tarde ocultados. En el acuerdo se expresa que la JEN se encargaría de la mayor parte del proyecto de investigación para los norteamericanos, pero con los años también recayó sobre los españoles la mayoría de su financiación. Un verdadero alarde de habilidad trilera, que una vez más recuerda a la metáfora cinematográfica de «Bienvenido Mr. Marshall».

Cuando dos años más tarde la fábrica nuclear de Rocky Flats (Colorado) se contaminó de forma severa, Langham y demás especialistas acordaron que lo “razonable” o “aceptable” de plutonio para su propio territorio y habitantes era 3554 veces inferior a lo que consideraron en España.

El interés de experimentación humana decayó transcurridos 3 décadas, para dar paso al estudio en el medioambiente. Desde entonces, todos los años han viajado a Madrid entre 120-150 vecinos, que en unos pocos días, han estado sometidos a una intensa supervisión médica. Se han realizado análisis de orina a más de 1073 personas en 5004 exámenes y más de 6900 análisis de aire de plutonio. Sin contar con los análisis positivos invalidados, 140 vecinos han mostrado contaminación interna (13%). Se desconoce cuántos se contaminaron de los que se negaron a ser analizados.

Un proyecto de experimentación con humanos sin parangón

El artículo concluye que se trata del proyecto de experimentación con humanos más dilatado (1966-2009) desconocido y sin parangón en la ciencia española. Con una descontaminación completa y eficaz no hubiese existido el P. I., ni los vecinos hubiesen estado sometidos a los riesgos para su salud y el quebranto de su dignidad y derechos como ciudadanos. «La cohorte de estudio no dio su consentimiento ni fue informada verazmente, precepto básico y angular de las garantías bioéticas». Por si fuera poco, los habitantes arrastran durante 57 años esa losa de contaminación, con 40 hectáreas radiactivas esperando que algún gobierno central y centralista ponga en marcha el Plan de Restauración de Palomares de 2010. Lo padecido por los vecinos nos muestra que, como el espacio interestelar, la impunidad de los poderosos es vasta e ilimitada.

Para saber más: «La experimentación humana con plutonio en España. Génesis y desarrollo del “Proyecto Indalo (1966-2009)».  Dynamis: Acta Hispanica ad Medicinae Scientiarumque Historiam Illustrandam, 2022, Vol. 42, Núm. 1. https://raco.cat/index.php/Dynamis/article/view/411356