En 1996 la Fundación Universitaria San Antonio tomó la decisión de asentar su proyecto académico de largo alcance en las construcciones semirruinosas del enfáticamente llamado “Escorial murciano”, el Monasterio de San Pedro de la Ñora, conocido como “Los Jerónimos”, en alusión al origen fundacional de dicha orden contemplativa.
La apuesta era arriesgada, por incierta y por comenzar una andadura con la dificultad añadida de recuperar del abandono unas edificaciones, cargadas de arte e historia, vívidas en el imaginario colectivo de la huerta, pero tan carentes de atención como abundantes en reconocimiento erudito.
Habiendo dedicado una gran parte de mi esfuerzo profesional a la recuperación del patrimonio construido, percibo tres factores que son fundamentales para la preservación de las edificaciones: la calidad material de su composición, usos que las acompasen espacialmente a lo largo de su historia (dicho de otro modo capacidad y flexibilidad de su arquitectura), y el reconocimiento social que se inicia como admiración por el arte (también como fortaleza o expresión de dominio),y posteriormente se alimenta como elemento de identidad, y por tanto de cohesión.
Restaurar lo construido precisa de conocimientos, métodos y técnicas, con el consiguiente soporte económico. Devuelve a la sociedad la sustentación del bien y una materialidad que debe mostrar la autenticidad del monumento, sin la cual se desvirtúa su alma y razón de ser. Pero si esta acción rescata y restaña las lesiones del tiempo, para garantizar una continuidad, para que la intervención participe de esa ineludible aspiración de sostenibilidad, fruto del compromiso hacia el futuro, es precisa una ocupación, una misión social que mantenga y proporcione nueva existencia al elemento patrimonial.
Ni todos los edificios históricos o artísticos se pueden convertir en museos, ni hay soporte turístico para su mantenimiento como objeto meramente contemplativo, ni deseamos como ciudadanos una masificación de visitantes que fuera capaz, como única fuente, de mantener tales obras.
El camino responsable es participar de un uso respetuoso con el monumento, abierto para el visitante, presente para el investigador, y configurador de la distinción que forja la identidad social del entorno, que sirve, a su vez, para cohesionar la población. En este sentido, y como heredera de las sapiencias monásticas, ¿qué mejor que albergar una institución universitaria, para enlazar el pasado con la preparación para el futuro? Por el Claustro y el Templo miles de estudiantes pasan cada curso situando a Murcia como destino universitario.
El himno académico que preside las celebraciones universitarias resulta estar basado en unas canciones estudiantiles alemanas recopiladas bajo el título De brevitate vitae, y se canta parcialmente por la ligereza o incorrección de algunas de sus estrofas. Entre los versos que sí se suelen reproducir figura el subtítulo de estas breves líneas. La preocupación por la mejor preservación del Monasterio de los Jerónimos y su entorno es de todos. Bienvenidos a una labor que tiene unos actores decididos a llevar a cabo esta misión y se están empeñando en cumplirla las dos décadas últimas.
Francisco José Sánchez Medrano. Dr. Arquitecto