Allí llegan y allí son recibidos por Pablo Picasso y Pablo Neruda, que les ayudan a encontrar rápidamente una ocupación: ambos trabajan para Radio París y lo hacen al tiempo que Alberti sigue escribiendo sus poemas y realizando también traducciones de Baudelaire y Verlaine. El tema de España es frecuente en sus primeros años de exilio, en el que aparece el recuerdo obsesivo de un Madrid en guerra, recuerdo que convive con la desolación que le produce a Alberti ver la complicidad de determinadas democracias europeas con lo que está pasando en España.
En esa época desaparece esa característica de la inmediatez, de la urgencia. Escribe entonces Alberti un poema titulado “Para luego”; en él, en medio del conflicto y del exilio, el poeta reivindica la tranquilidad, quiere recuperar el “inédito asombro de crear”.
Pero a Alberti no le queda más remedio que exiliarse a América. Desde Marsella, él y su esposa toman un barco con destino a Buenos Aires. “El canto a la naturaleza es uno de los referentes éticos del poeta, con su poder transformador como generador de vida”, decía hoy Antonio Jiménez Millán. La naturaleza y la presencia de su hija Aitana (a la que ponen ese nombre por la sierra de Aitana, en Castellón, que sobrevuelan cuando se exilia de España), son un constante en su obra americana.
En Argentina reside primero en Córdoba y más tarde en Buenos Aires y Punta del Este. El paisaje cobra especial importancia en sus poemas: “decía que parecía hecho a propósito para un desterrado como él aquella naturaleza tan colosal”.
Según explicaba esta mañana Jiménez Millán “la nostalgia del exiliado tiende a reforzar los espacios de la memoria, los paraísos perdidos, una intensa nostalgia que Alberti expresa a través de la elegía”.