Este lunes, la Fundación Eduarda Justo celebra una nueva edición del Foro de la Educación. En esta ocasión, la invitada será Mar Romera, maestra y pedagoga, especialista en educación emocional. Ella tiene claro que las emociones son una parte fundamental de la educación de niños y niñas, pero también que los padres deben saber manejarlas, porque, en el fondo, no enseñan lo que saben, sino lo que son.
¿Por qué es necesario enseñar a los niños las emociones?
Es necesario conocerse a sí mismo. A partir de ahí, si entendemos que el ser humano es un todo integral, que está constituido por emociones, primero, y por razones, después, pues es necesario. Es necesario que se lo enseñemos. Aunque esto no lo podemos interpretar como que en la educación formal, además de todas las asignaturas metamos una más que se llame emociones.
¿Qué ámbito es el más importante para trabajar con las emociones, la familia o la escuela?
La familia es la primera escuela de las emociones y la más importante. Y la educación formal tiene que incluir dos dimensiones diferentes. Por un lado, la educación emocional y la educación del afecto; y, por otra parte, la educación emocionante y la educación afectiva. En otros tiempos, esto no se ha hecho y hemos sobrevivido. Pero a día de hoy, las neurociencias nos dicen cómo funciona el cerebro. No nos dicen cómo tenemos que hacerlo, pero sí por qué pasan las cosas. Sería un poco bobo no incluir en nuestra formación integral todo lo que sabemos. Máxime cuando la OCD nos dice que uno de cada cinco trabajadores necesita tratamiento psicológico. Y las investigaciones nos dicen que el 80 por ciento de nuestro éxito personal, social y emocional depende de nuestra inteligencia emocional. Si tenemos todas estas cartas dadas la vuelta, qué menos que utilizar lo que conocemos.
Ahora, los alumnos de preescolar conocen el Monstruo de los Colores para aprender las emociones, ¿qué más necesitan en este sentido?
Con 3, 4, 5, 6 ó 7 años es estupendo este cuento, pero no se puede quedar ahí. Sí nos amplía el vocabulario, la conciencia, nos hace posicionarmos a que nuestra cara es distinta cuando siento una cosa y cuando siento otra. Pero es evidente que se necesita mucho más.
¿Qué diferencia hay entre las personas que han trabajado las emociones y las que no? ¿Se les puede reconocer?
Los estudios demuestran que las personas que han sido alfabetizadas emocionalmente tienen mayor salud física, enferman mucho menos. Tienen más éxito social y profesional, mucha más estabilidad en sus relaciones de pareja, mucho más rendimiento académico, mucho más rendimiento profesional y, en alguna manera, viven en mayor grado de satisfacción toda su vida. Por tanto, algo que intuíamos hace un tiempo, ahora tenemos las investigaciones suficientes como para darlo como válido.
¿Qué pueden hacer los padres y madres para mejorar la educación emocional de sus hijos?
Lo primero, mejorarnos nosotros, porque no enseñamos lo que sabemos, enseñamos lo que somos. Por tanto, el paso número uno es nuestro propio crecimiento personal, que incluye el crecimiento emocional. Los niños y niñas nos aprenden a nosotros. Cuando en casa se vive en desequilibrio desarrollan pautas emocionales desequilibradas. Cuando en casa se vive en equilibrio, lo que no significa vivir en felicidad falsa, los niños y niñas aprenden a fracasar, a gestionar sus miedos, a gestionar su enfado, a regular su energía y, de alguna manera, se reconocen a sí mismos en las acciones. Y esto les ayuda a crecer y a dormir mejor y a hacer más deporte y, en definitiva, a todo lo que la sociedad de hoy día nos solicita.
Muchas veces se acusa a los padres de trabajar poco la tolerancia a la frustración
Nuestros niños y niñas están sobreprotegidos. Y lo hacemos por amor, porque no sabemos hacerlo de otra manera. Tendemos a garantizar su felicidad por sobreprotección, por sobreestimulación y por sobrerregalo. Son las tres variables que más les están perjudicando Cuanto más los protegemos, menos posibilidad tienen de conquistar su autonomía. Lo que hace que se inutilicen. Cuanto más los sobreregalamos anulamos más lo que se denomina el circuito de recompensa. Nuestros niños necesitan o creen necesitar un estímulo o un refuerzo inmediato, por tanto no esperan, no tienen ninguna tolerancia a la frustración, al fracaso, al error. Y los adultos que lo hagamos de forma incondicional, pensamos que facilitándoles la vida van a estar mejor, van a ser más felices. Aparentemente es así, pero a casi corto plazo, lo que estamos haciendo son personas muy débiles, con cero posibilidad de resolver problemas, tomar decisiones, levantarse del error y de tolerar la frustración. Al final, nuestro cerebro emocional es química y las neurociencias nos demuestran que primero sentimos y luego pensamos. Por tanto, tendré que reconocer mis propias emociones, para luego poder gestionarlas desde el pensamiento.
¿Las generaciones anteriores son más fuertes emocionalmente?
Sí, pero no un sí rotundo. Si yo observo a mis padres, que han tenido una vida muy difícil, que nacieron en una guerra civil, en unas circunstancias tremendamente duras… ellos están muy preparados para soportar el sufrimiento y el dolor, y por tanto lo remontan mejor. Pero también fueron educados en unas estructuras emocionales tremendamente cerradas y muy anquilosadas, es decir, las emociones no se manifestaban. A los abuelos de ahora les cuesta mucho decir “te quiero”, manifestar o expresarse emocionalmente, porque eso quedaba relegado a la debilidad, a la feminidad. El masculino no llora, no manifiesta ninguna emoción y eso también es doloroso. Por tanto, siempre en el equilibrio está la virtud.
¿Qué pautas deben practicar los padres de manera habitual en la educación de sus hijos?
Yo te diría que en la educación no hay recetas elaboradas. Los primeros que tenemos que cuidarnos mucho y mejorar nuestro crecimiento emocional somos los padres y madres. Y, en segundo lugar, a partir de que somos modelos, es importante la escucha. Yo me quedaría con elementos tan básicos como que necesitan ser escuchados. Para poder escucharlos nos están pidiendo a gritos tiempo, pero tiempo real, no tiempo mirando una pantalla. Necesitan ser los protagonistas del tiempo, pero no en capricho; necesitan conquistar su autonomía en contextos seguros de confianza, pero para eso necesitan límites; necesitan incorporar en sus vidas todas las vivencias emocionales, incluso las desagradables y las que les pueden hacer sufrir. Nuestros niños y niñas necesitan el miedo para ser prudentes, y que el miedo les puede salvar la vida y el pánico les mata. Necesitan aprender a regular la energía cuando se enfadan, y para eso no podemos prohibir el enfado, tenemos que permitirlo, lo que no significa que permita la conducta enfadada. De la misma manera, potenciar la curiosidad, la seguridad y soltar la mano poquito a poquito para que vayan construyendo su autonomía. Necesitan iguales y eso significa que necesitan juego. Necesitan jugar, pero no jugar en red, jugar con tierra, en la calle, sin vigilancia de los adultos… porque sin riesgo no hay juego y sin juego no hay aprendizaje. Por tanto, necesitamos modificar algunos hábitos en nuestra vida de adultos, para que ellos puedan crecer en un contexto de conquista sabiendo que, aunque el objetivo es la felicidad, en felicidad no se vive. Las personas inteligentes emocionalmente, ya lo dijo Aristóteles, son aquéllas que saben elegir la emoción oportuna, con la intensidad oportuna, en el momento oportuno, y para eso necesitan que les dejemos vivir.