La historia que narraba este montaje teatral comenzaba con la llegada a la casa de Matilde (Lola Herrera) de Matías (Daniel Freire), un argentino a quien su padre ha legado en herencia el piso de Matilde, que reside allí como inquilina. Pero, no es tan facial como parece, puesto que por un acuerdo con el fallecido propietario, la casa que tiene trescientos metros cuadrados frente a la Puerta de Alcalá no será legalmente propiedad de Matías hasta que la señora fallezca. Esta situación es la que se recrea a lo largo de más de hora y media, ya que al final la hija de la dueña de la casa que tiene sus mas y sus menos con el argentino, al final prácticamente se enamoran, no se sabe muy bien si de forma real o por algún interés especial para quedarse con la dichosa casa.
Lo cierto es que Matilde tiene una salud de hierro, y al final de la obra decide viajar y dejar unos días solos a los enamorados. Es la única manera de disfrutar de una casa que parece un palacio.
La obra sirve para el lucimiento de Lola Herrera que está acompañada de dos buenos actores, con una trama entretenida, que mantiene a la expectativa al público. El final de la obra es más intenso si cabe, y el final romántico. Hay que subrayar la escenografía y el decorado que están muy conseguidos.