La placenta es un órgano fascinante, pues básicamente es el que permite la comunicación entre la madre y el feto en cuanto a nutrición y regulación. Aporta nutrientes y oxígeno al embrión, y además ayuda a eliminar desechos a su alrededor. Su etimología viene del latín y significa “torta” o “pastel plano”, por su forma, que cubre al feto como una manta. Ahora, un equipo de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) ha descubierto un gen clave para comprender mejor el mecanismo del cáncer que afecta a este órgano y desarrollar tratamientos más efectivos.
Cuando la placenta se está desarrollando aún no se llama así, sino que se le da el nombre de “trofoblasto”, un grupo de células que al inicio no están totalmente diferenciadas y son células madre, es decir que tienen la posibilidad de autorregenerarse y convertirse en otro tipo de células, como por ejemplo las que darán paso a la placenta.
Cómo se produce el cáncer de placenta
Si se presenta un “corto circuito” en el funcionamiento de sus rutas de señalización se pueden producir enfermedades como el cáncer de placenta, pero también otras como la mola hidatiforme, en la que se produce un tumor en el útero.
El investigador Óscar Ramírez Ambrosio, magíster en Bioquímica de la UNAL, integrante del Grupo de Investigación en Hormonas, tomó el reto de ver cómo la regulación de la expresión de los tres genes centrales en la identidad de las células madre se podría intervenir para entender mejor qué ocurre durante este proceso y cómo se podría disminuir su incidencia en el exceso celular en tejidos que se convierten en cancerosos.
Aquí aparece una curiosa hormona llamada factor de crecimiento similar a insulina-2 (IGF-2), cuya relación con estos genes no se ha estudiado en la metodología implementada en la investigación. El receptor de esta hormona (IGF-1R) logró silenciarse y se evidencio hasta un 55 % de disminución en el crecimiento desmedido de las células, lo cual es un paso muy promisorio para generar mejores estrategias que ataquen los puntos clave de la enfermedad.
El magíster explica el proceso de silenciar un gen con la siguiente metáfora: “imagine que el ADN –que contiene toda la información de cada ser– es una receta de cocina, y que un grupo de chefs necesita sacar una transcripción para competir por ver quién la hará mejor, esta es conocida como ARN mensajero y les permitirá hacer un pastel u otra preparación; destruyendo esta transcripción se silencia el gen, pues ya no hay información sobre la receta”.
Cómo se ha descifrado el funcionamiento del gen
Para lograr este cometido se analizaron las siguiente moléculas: ARN de horquilla pequeña (llamado así por su forma) y ARN pequeño de interferencia, las cuales tienen las coordenadas de los genes que se deben atacar, por lo que su funcionamiento es más preciso en la disminución del daño que otros tratamientos como la radioterapia o quimioterapia usados hoy, que a veces aplican la radiación en algunos puntos de manera completa y no focalizada.
Según el investigador, todo esto se realizó en grupos de células de trofoblasto de embriones del primer trimestre de gestación, a las que se les inyectaba una solución de cada una de las moléculas antes mencionadas, y después de 72 horas el gen estaba silenciado parcialmente.
“Para probar qué tanto influía la hormona del receptor en las células luego de que se produjera la neutralización del gen, se utilizó una sustancia que ha demostrado tener un ambiente propicio para el crecimiento de la placenta: el suero fetal bovino, muy utilizado en el laboratorio porque aporta nutrientes y otros factores de crecimiento que ayudan al embrión”, asegura el magíster Ramírez.
Cuál es el gen clave en el cáncer de placenta
Añade que “se encontró que un gen llamado Nanog tenía una sobreexpresión de hasta 43 veces más de lo normal cuando estaba en ausencia de suero fetal bovino y de la hormona IGF-2, un hallazgo preocupante ya que en otros modelos fisiológicos solo aumenta dos o tres veces más, lo cual es una muestra de que el silenciamiento es un primer paso para mejorar el entendimiento de la enfermedad y plantear mejores blancos terapéuticos.
“Esto no se había encontrado para el receptor estudiado en cuestión, por lo que es un pequeño grano de arena para desentrañar mejor el tema, que resulta complejo por la gran diversidad de factores que influyen en el trofoblasto y la placenta, pero se espera que con estos aportes cada vez se esté más cerca de un mejor tratamiento de las enfermedades trofoblásticas de la gestación, y que pueda ser suministrado de manera rápida y efectiva”, indica.