La contaminación lumínica es una de las máximas preocupaciones por sus efectos en la observación del Universo, tanto para la astronomía profesional como para la no profesional y para el público en general. A ello se ha sumado en los últimos años una gran interferencia: la que causan las grandes constelaciones de satélites artificiales en órbita baja, que no paran de aumentar. Concentración que, según los astrónomos reunidos en Granada por la Sociedad Española de Astronomía, ponen en riesgo la observación astronómica
La megaconstelación Starlink pretende contar con 12.000 satélites en una primera fase, que podrían aumentar hasta 45.000 más adelante. Otros proyectos anunciados aspiran a colocar cantidades similares de aparatos en órbita. Si se llegara a lanzar todo lo que se ha anunciado, podríamos llegar a tener más de 100.000 satélites en órbita terrestre baja en menos de 20 años.
Este exceso de artefactos en órbita baja terrestre no solo altera el paisaje nocturno, sino que dificulta la observación astronómica a diversos niveles. Más allá de la observación óptica, las megaconstelaciones de satélites también tienen un gran efecto sobre la radioastronomía. Además, hay que tener en cuenta la contribución al efecto invernadero de los gases y aerosoles que se vierten a la atmósfera en el lanzamiento y reentrada de estas decenas de miles de satélites.
Por todo ello, la comunidad astronómica reclama una regulación internacional multilateral y la colaboración entre los diversos actores implicados en este problema (astronomía, industria aeroespacial, agencias espaciales, ciencia ambiental, política espacial) para conseguir preservar el cielo, tanto de día como de noche, para su disfrute y estudio científico.