La provincia más árida de Europa alberga un cinturón de humedales costeros que se han convertido en unos refugios para la vida de especial interés medioambiental, y que todavía están a la espera de ser puestos en valor, como unos recursos turísticos de primer orden y completar la oferta de sol y playa.
Almería es una tierra de contrastes. Una de las provincias más áridas de Europa alberga un conjunto de humedales frente a su costa, que la convierte en un refugio de excepción para cerca de medio centenar de especies de aves acuáticas, que encuentran en estas aguas interiores un lugar donde vivir y desarrollarse. Los humedales almerienses, que se extienden en la franja costera que va desde Adra hasta el Cabo de Gata, se convierten en oasis de vida para aves de toda Andalucía, que encuentran en la punta oriental de la comunidad un entorno ideal que se mantiene de forma casi constante durante todo el año, incluso en situaciones de sequía, cuando otros humedales como el malagueño de Fuente de Piedra entra en crisis.
Es una paradoja difícil de explicar, que tiene como resultado que en el conjunto de espacios húmedos que van desde el Poniente al Cabo de Gata vivan especies de aves acuáticas en grave peligro de extinción, como la malvasía cabeciblanca o la ceteza pardilla, cuya presencia es un hecho sin precedentes en toda Andalucía; o se encuentren a otras tan espectaculares como los flamencos que, aunque no anidan y se reproducen en Almería debido a la presión de la actividad humana, sí pueden verse a diario en muchos de los aguazales almerienses llegados desde humedales de otros puntos de la comunidad.
La naturaleza se ha rebelado contra su destino y es capaz de llenar de contradicciones una costa, como la del Poniente, muchas veces señalada con el dedo por permitir actividades poco respetuosas con el medio ambiente; o la del entorno del Cabo de Gata, con un par de lagunas en las que conviven la explotación de la sal con múltiples especies de fauna y flora, y que sin duda son las más conocidas tanto por los almerienses como por los visitantes que se acercan desde diversos puntos del país para descubrir el Cabo de Gata.
Estos espacios suman enteros en la riqueza medioambiental de la provincia de Almería y tienen el potencial para ser atractivos turísticos de primer orden, que responden al interés que los visitantes muestran por la naturaleza salvaje de esta provincia. Sin embargo, la pregunta que cabe hacerse es la siguiente: ¿se aprovecha esta riqueza medioambiental? Y la respuesta es bien sencilla: aparte de las ubicadas junto al Cabo de Gata, no. Es difícil imaginar a visitantes paseando por el mar de plásticos que se erige en el entorno de la Balsa del Sapo, en el núcleo ejidense de Las Norias de Daza; o recorrer en entorno de Punta Entinas, ubicado junto a las últimas urbanizaciones del levante de Almerimar, también en El Ejido; incluso en las distintas lagunas que se encuentran en el municipio de Roquetas de Mar. En este último entorno ya se ven algunos, gracias a una iniciativa como Enrutados, puesta en marcha hace un par de años, que consiste en realizar rutas en bicicleta por estos espacios naturales. Visitas por las salinas de Roquetas de Mar o la charca del Hornillo forman parte de esta iniciativa de turismo medioambiental, explica uno de sus responsables, Juan José Amate, que admite que su proyecto es uno de los pocos, si no el único, en que ha visto en estos humedales un recurso económico y sostenible, con el que completar la oferta de sol y playa de Roquetas de Mar. En esta iniciativa medioambiental y turística, los participantes conocen los aspectos naturales del entorno, al tiempo que descubren el equilibrio existente entre la actividad humana y la propia naturaleza, iniciada con la explotación de la sal en época romana, y que se mantuvo hasta hace varias décadas. Los responsables de Enrutados han sabido ver el potencial de esta zona y les gustaría que surgieran más iniciativas como la suya a lo largo de la provincia.
A excepción de las Salinas del Cabo de Gata, visitar estos humedales de la provincia de Almería es como adentrarse en la aventura, y es que apenas hay indicaciones que sirvan para guiar al visitante; los paneles de interpretación de los espacios son prácticamente inexistentes; y la información sobre estos espacios en las oficinas de turismo es prácticamente nula.
Políticos como el concejal de Agricultura y Medio Ambiente del Ayuntamiento de El Ejido, Manuel Gómez, defiende el potencial natural con el que cuenta su municipio y, aunque es consciente de todo lo que le puede aportar a una ciudad en la que la agricultura intensiva convive con el turismo, reconoce que de momento no se ha hecho mucho por el aprovechamiento del atractivo que suponen los diversos espacios húmedos que afloran en El Ejido. Manuel Gómez muestra un conocimiento amplio de la importancia de los humedales de su municipio y se muestra esperanzado en que en los próximos años se puedan poner en marcha iniciativas para el aprovechamiento turístico de estos espacios privilegiados para la vida de multitud de especies de aves acuáticas.
Uno de los proyectos a los que se refiere es el de la construcción de un parque ornitológico en el entorno de la Balsa del Sapo, una iniciativa liderada por un grupo de empresarios ejidenses, de la que nacerán unas instalaciones que sirvan para interpretar el paisaje y la riqueza medioambiental de este humedal, surgido de la extracción de limos rojos para su uso como base de suelos en los invernaderos.
Paradójicamente, de nuevo las paradojas de Almería, lo que comenzó como una explotación desmesurada del terreno acabó con la afloración de uno de los humedales más interesantes de toda Andalucía, que goza de la protección de está incluido, en el Inventario Andaluz de Humedales, y en el inventario de Áreas Importantes para la Conservación de las Aves (IBA), de SEO/BirdLife, en la IBA Nº219 “Humedales del Poniente Almeriense”.
La Balsa del Sapo es una joya ambiental rodeada de invernaderos, que puede entenderse como un oasis de vida en medio del mar de plásticos que es el Campo de Dalías. Desde los años ochenta, cuando comenzó a aflorar el agua que hoy ocupa una superficie de 140 hectáreas, el humedal ha ido ganando inquilino de fauna y flora, hasta convertirse en un espacio a conservar, por ser refugio para especies de mucho interés ecológico.
Como explica Emilio Roldán, Jefe de Servicio de la RENPA de la Consejería de Medio Ambiente, el carácter permanente de las aguas del conjunto de humedales de la Cañada de Las Noria ha hecho posible el crecimiento de una masa vegetal compuesta por eneas, carrizos, cañaverales, juncales y tarayales, que valen de refugio de una abundante fauna, especialmente aves acuáticas, cuya diversidad y abundancia han hecho de este aguazal uno de los “más singulares” de Andalucía.
Este experto de la Junta habla de un conjunto de aves representado por unas 150 especies diferentes, de entre las que destacan las 45 acuáticas, que son las que verdaderamente le otorgan el mayor valor ecológico a este espacio húmedo de Almería.
Algunas de las especies que se encuentran en la Balsa del Sapo son el Zampullín cuellinegro (Podiceps nigricollis), nidificante con hasta 48 parejas/año y presente durante todo el ciclo anual, para el que las Norias representa uno de los pocos humedales almerienses en donde se reprod
uce; una colonia de ardeidas reproductoras, donde destaca la Garcilla bueyera (Bubulcus ibis), nidificante con hasta más de 400 parejas/año; la Garceta común (Egretta garzetta), con alrededor de 5-20 parejas/año; el Martinete común (Nycticoraxnycti corax), nidificante con hasta 16 parejas/año; y la Garcilla cangrejera (Ardeola ralloides), nidificante estival con hasta 12 parejas/año.
Aunque son dos especies las que más abundan, como la Focha común (Fulica atra), presente durante todo el ciclo anual, con cerca de 3.000 ejemplares en concentraciones estivales; y el Cuchara común (Spatula clypeata), principalmente invernante, alcanza concentraciones próximas a los 2.000 ejemplares en los momentos central es de la estación fría.
Pero son ciertas especies de anátidas, es decir, migratorias, las aves acuáticas con mayor importancia para el espacio por su crítico estado de conservación, comenta Emlio Roldán. El Pato colorado (Netta rufina), nidificante con hasta unas 8 parejas/año y presente durante todo el ciclo anual; la Cerceta pardilla (Marmaronetta angustirostris), superando los 30 ejemplares en algunos años favorables, con un máximo de 5 polladas; y la Malvasía cabeciblanca (Oxyura leucocephala), superando los 933 ejemplares en enero de 2011, con hasta más de 25 polladas por año.
La Balsa del Sapo constituye una oportunidad como pocas para explotar el turismo medioambiental. Recursos tiene; su valor es indiscutible; su acceso es inmejorable, justo a varios centenares de metros del núcleo urbano de Las Norias de Daza. Sin embargo, estas posibilidades constituyen también un problema, fruto de la recarga constante de la balsa, que provoca anegaciones de invernaderos y viviendas cercanas. La Balsa del Sapo fue fruto de la intervención humana y ahora, la extracción desmedida de limos en los años 80 se ha vuelto en contra de la agricultura de la zona, a la que ocasiona pérdidas destacadas por los sucesivas subidas de nivel. Para solucionarlo, la Junta de Andalucía, que es quien tiene competencias en la gestión de este espacio, ha invertido trece millones de euros en dos bombas impulsoras que, actuando al mismo tiempo, son capaces de desalojar hasta 680 litros/segundo.
Las diversas subidas de nivel de la balsa se ha convertido en un tema de confrontación entre las distintas administraciones competentes. Por un lado, la Junta de Andalucía lamenta tener que hacer una actuación que, según explica, le corresponde hacer al Estado que, a través de Acuamed, debería impulsar una solución definitiva al problema de las subidas de nivel. El problema de la Balsa del Sapo quedaría resuelto con la construcción de un túnel que evacuara agua directamente al mar. Lo que ocurre es que esta actuación está valorada en unos cuarenta millones de euros, y por el momento se ha dejado aparcada, a pesar de estar considerada como una de las actuaciones de interés general por el Real Decreto Ley 9/1998.
Por el momento, las bombas instaladas, la última de ellas el pasado febrero, han sido capaces de controlar el nivel y hacerlo descender 2,40 metros, de los tres que serían recomendables para garantizar la seguridad de la actividad humana que se desarrolla en su entorno. Lo que ocurre es que ésta no es una solución definitiva, en la medida en que la balsa se encuentra viva y expuesta a avenidas procedentes de lluvias torrenciales, así como a otros fenómenos que pueden provocar una subida del nivel y un colapso de los sistemas de impulsión.
En el fondo de este problema hay otro todavía mayor que afecta a todo el Campo de Dalías y es la gestión del agua. Además de las extracciones de tierra, la Balsa del Sapo existe por la sobreexplotación realizada del Acuífero Superior de la Sierra de Gádor, que ha acabado aflorando por este espacio. El mismo concejal de Agricultura y Medio Ambiente de El Ejido reconoce que la gestión sostenible del agua es un asunto pendiente en la comarca y no concibe cómo ahora se desperdicia el agua impulsada, en vez de reutilizarla para el riego, después de realizarle los tratamientos preceptivos para reducir su conductividad, es decir, la cantidad de sal. Manuel Gómez piensa que no sería necesario instalar una desalobradora, como defienden los agricultores y expertos de la Universidad de Almería, como el catedrático Antonio Pulido Boch, sino que bastaría con mezclar estas aguas con otra dulce para que sean aptas para el riego. Esta actuación reduciría la extracción de agua del acuífero, al tiempo que mantendría un nivel de agua seguro en la balsa. La Balsa del Sapo, como se ha visto, no es un sistema aislado y funciona como fuente de carga para las lagunas salobres que ubicadas junto a Almerimar, otro entorno muy interesante desde el punto de vista ambiental y turístico, a la espera de ser puesto en valor con iniciativas sostenibles que conduzcan a su conservación.
Almería se muestra una vez más como tierra de oportunidades. Solo hay que saber verlas y ponerlas en marcha, porque hacer del Poniente un espacio de interés como lo que se ha hecho como en el entorno del Cabo de Gata es posible, basta con que los gestores tengan una mirada elevada al futuro y sepan darse cuenta de que la actividad humana es compatible con el medio natural. Ya lo hicieron los romanos, ¿por qué no iba a ser posible ahora?