Dos de los mayores retos para la ciencia son su democratización y su carácter abierto, público y de derecho. Un grupo de expertos de distintas instituciones y universidades, entre ellas la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), discutió los principales desafíos que enfrenta este campo, y sus posibles soluciones, y acordaron que entre los puntos más importantes está construir una infraestructura digital que permita la soberanía de los datos, las mediciones y la información en un contexto hispanoamericano.
Según el profesor Luis Fernando Medina Cardona, de la Facultad de Artes de la UNAL, director del grupo de investigación “Espacio de producción abierta de medios” y del Centro de Divulgación y Medios, “además de la financiación, que es uno de los problemas centrales para llevar la ciencia a un público más amplio y democratizarla, la infraestructura tecnológica es uno de los principales retos”.
“Me parece determinante y lo asociaría con varios temas, como por ejemplo el idioma, en el sentido de que no podemos aspirar a una ciencia abierta hasta que no tengamos soberanía tecnológica, hasta que la infraestructura en la que vamos a hacer la difusión, las convocatorias, no formen parte de las tecnologías abiertas de cada país y región”.
Un caso concreto que ocurre en la UNAL y que ilustra la situación es que “en la Universidad dependemos de Google, todos los datos están allí, todos los correos y la información, y cuando cambian las políticas de un año a otro (a pesar de que con la pandemia nos dieron muchas facilidades) llegan las dificultades en el acceso y no es fácil reaccionar a ello, por lo que es fundamental invertir poco a poco en la infraestructura a partir de algo local”.
“Hablar de infraestructura no se restringe a la tecnología que se usa sino también a lo conceptual, es decir a parámetros como los rankings y las mediciones científicas; en este punto también se pueden construir indicadores propios para evaluar la ciencia que se hace en los territorios, así como los derechos de esta. Es una apertura al conocimiento que está atravesada por una forma de entendimiento más amplia”.
Por su parte, el profesor e investigador de la Universidad del Rosario Julio Gaitán Bohórquez comentó: “uno se pregunta cuáles son los costos de no tener ciencia en una sociedad; por ejemplo, si ya sabemos que el asbesto produce cáncer y está científicamente comprobado, ¿cuáles son los costos de que hoy en la construcción popular se sigan reciclando tejas y siga existiendo está dinámica?”.
Una de las preguntas fue si los modelos de publicaciones y mediciones europeos o norteamericanos –muy importantes en campos como la medicina o la ingeniería– se pueden trasladar al contexto hispanoamericano y a otros saberes como las artes y las humanidades, y también a procesos más comunitarios o tradicionales.
El profesor Medina explicó que “esto no es posible; el problema está en que los encargados de estos procesos no logran ver la diferencia ni la diversidad epistemológica entre los campos del saber. Aunque la ciencia es una forma de llegar al conocimiento, no hay que desconocer las maneras en que desde otros saberes se pueden crear procesos científicos”.
En este punto la abogada Carolina Botero, directora de la Fundación Karisma, indicó: “uno se pregunta, ¿qué podemos aprender de los campos del conocimiento que no son evaluados así, para ver cómo lo arrastramos hacia acá, porque si tumbamos los rankings el problema de calidad y educación se mantiene, porque siempre lo van a exigir”.
Al respecto, el profesor Medina aportó: “hemos llegado a una especie de carrera ‘armamentista’ de universidades e instituciones que aparentemente producen conocimiento y que no son las únicas, pero los rankings lo hacen ver así. Es una carrera absurda y no se puede comparar la manera como hacen conocimiento unas disciplinas con otras”.
“El valor del conocimiento ancestral no es solo lo que hemos visto como resarcir unos derechos o comunidades ignoradas, lo cual es necesario, sino que también nos enseñan otras maneras de pensar, pues la ciencia también es cultura, y la crisis actual es producto de pensar desde una sola perspectiva”.
Por eso explica que querer llegar a una única definición de ciencia abierta es contradictorio, porque hay conocimientos que no son universales o situados, y que no son codificables.
“El problema de las políticas públicas en ciencia abierta es que tienen que partir de una definición, pero esa obsesión por definir es problemática, porque muchas veces lleva a un pensamiento unidimensional o a una hegemonía”, asegura.
El experto también enfatiza en un caso que muestra el sistema jerárquico que ha tenido en la ciencia, en el que históricamente no se han considerado los trabajos hechos en Hispanoamérica.
“En biología el sistema jerárquico de clasificación de las especies de Carlos Linneo –naturalista y botánico sueco del siglo XVIII– es el predominante, pero cuando se indaga un poco sobre este tema se observa que en el siglo XVI ya en México se había escrito un tratado botánico, en Náhuatl, que mostraba la forma en que los indígenas realizaban este proceso”, explica.
La discusión se dio en un panel regional dentro de las jornadas “Descubriendo la Ciencia Abierta 2024” en la Fundación Universitaria Los Libertadores, realizadas por la fundación ecuatoriana OpenlabEC y la Unesco.