Invernaderos que frenan el cambio global

Un investigador almeriense comprobado cómo los invernaderos del Poniente han frenado el calentamiento global en Almería durante los últimos treinta años y ha desarrollado un modelo para emplear la reflexión de la luz de las superficies blancas con el fin de reducir las temperaturas veraniegas en las ciudades.

Los invernaderos de Almería han sido señalados como causantes de todo tipo de estragos medioambientales; han sido acusados de ser los causantes de los cambios del uso del suelo en un entorno explotado hasta la extenuación, y se les ha responsabilizado de la sobreexplotación del gran acuífero del Poniente que se esconde bajo la Sierra de Gádor. Todas estas afirmaciones, con algunos matices, pueden considerarse ciertas, pero no son las únicas aseveraciones que pueden realizarse sobre el modelo de agricultura intensiva del Poniente de la provincia de Almería. Un nuevo estudio revela el papel que tiene el llamado ‘mar de plástico’ en relación con la temperatura ambiental y presenta a los invernaderos de Almería como agentes capaces de amortiguar el calentamiento global, algo que ha quedado comprobado con un modelo resultante de una simulación realizada con supercomputadoras en la Universidad de Berkeley.

Evolución de los invernaderos desde 1974 a 2004. Imágenes: Nasa.

Este trabajo aporta una visión diferente de la agricultura intensiva de la provincia de Almería que ocupa un espacio de unas 30.000 hectáreas, y la presenta como un caso de estudio sin parangón en el planeta, cuyos efectos sobre el clima se pueden extrapolar a otros entornos, gracias al trabajo de modelización de una realidad observada durante treinta años.

El enfriamiento del ambiente del que son responsables los invernaderos se debe a la reflexión de la luz solar por las cubiertas de plástico, que ha sido denominado como efecto albedo. Según este estudio de simulación, en el Poniente ha llegado a tal nivel que el efecto albedo es capaz de reducir la temperatura de la zona de al menos 1,3 grados centígrados en los días de mayor calor del verano.

El albedo es el porcentaje de radiación que cualquier superficie refleja respecto a la radiación que recibe, y de todos es sabido que las superficies claras tienen valores de albedo superiores a las oscuras, y las brillantes más que las mates, es decir, que repelen más calor. Este efecto, multiplicado por las más de treinta mil hectáreas de invernaderos que hay en la zona hace que durante los últimos 30 años se haya reducido la temperatura media y no haya aumentado, tal y como proyectaban los modelos climáticos realizados en estudios sobre el cambio global.

Este fenómeno es conocido desde 2008, cuando científicos de la Universidad de Almería estudiaron la evolución de las temperaturas medias de la zona. Sin embargo no se había podido comprobar geofísicamente, que es el paso que ahora ha conseguido dar el investigador de la Escuela Politécnica Superior y Facultad de Ciencias Experimentales (EPS-FCCEE), Pablo Campra, durante una estancia en la universidad californiana de Berkeley, donde ha tenido acceso a una potente supercomputadora con la que ha podido hacer los cálculos geofísicos necesarios.

Pablo Campra ha realizado una simulación climática con un complejo modelo físico-informático con el que ha demostrado el efecto que el conjunto de invernaderos tiene sobre el entorno del Poniente.

El trabajo de Pablo Campra demuestra cómo la reflexión de la luz solar realizada por las cubiertas de los invernaderos ha contrarrestado el aumento de la temperatura proyectado en los estudios regionales de cambio climático. Este investigador almeriense ha analizado los registros históricos de las temperaturas del Campo de Dalías, tomados por las estaciones meteorológicas que el IFAPA tiene en La Mojonera y la que está ubicada en la Estación Experimental de Las Palmerillas, con los que ha demostrado que, a pesar del calentamiento global y regional de +0,4 grados/década en el sur de España, las temperaturas medias de la comarca almeriense no solo no habían aumentado en los últimos treinta años, sino que se habían marcado una tendencia descendente de -0,3 grados por cada década.

Este fenómeno pone en cuestión que en Almería se esté manifestando el calentamiento global, si no más bien al contrario, que se está produciendo un enfriamiento del ambiente desde hace unos treinta años, en parte, desde la eclosión a gran escala de la agricultura intensiva en la provincia de Almería. Este fenómeno se confirma en el análisis de la evolución de las temperaturas del aeropuerto de la capital, en tendencia descendente desde el año 1989.

Pablo Campra defiende el papel medioambiental de la agricultura intensiva almeriense. El conocido como ‘modelo Almería’ cuenta con un componente medioambiental que pasa desapercibido, como es el hecho de concentrar en una zona muy limitada, de un 3 % del teritorio provincial, la explotación de la tierra para un uso agrícola intensivo. Esta práctica de concentración ha liberado inmensos espacios naturales en la geografía almeriense, en particular en los montes, donde la vida de fauna y flora se ha podido desarrollar sin la presión antrópica de los últimos 200 años. Ahora, Almería es más verde, hay más especies de fauna y flora en los montes, y el desierto no avanza por la regeneración natural del matorral y las repoblaciones forestales.

“Ahora es fácil ver ciervos en los montes almerienses, algo que antes era casi impensable”, afirma este investigador almeriense cuyo trabajo ha generado mucho interés en Estados Unidos.

El abandono de la actividad agrícola y ganadera extensiva en cientos de miles de hectáreas del interior de la provincia, de baja productividad y rentabilidad y elevado impacto en términos de superficie total desnaturalizada, ha propiciado el desarrollo de inmensos sumideros de carbono en suelos y biomasa aérea, que según destaca este investigador puede constatarse en el Inventario Andaluz de sumideros de dióxido de carbono, potenciado además por las repoblaciones forestales de más de 150.000 hectáreas realizadas en las últimas décadas.

Evolución de las temperaturas medias anuales en el Campo de Dalías.

Según estudios previos, que le han servido a este investigador para el desarrollo del modelo, las 30.000 hectáreas de invernaderos almerienses devuelven al espacio un 9% de más radiación media anual que el terreno preexistente de matorral. Y ha comprobado que el cambio de uso del suelo afecta al clima local con mucho mayor intensidad que los gases de efecto invernadero. De hecho, el enfriamiento de la temperatura media del aire es debido a este fenómeno. Los trabajos de Pablo Campra han demostrado que el efecto que provocan las cubiertas de los invernaderos sobre el clima del Poniente es “doce veces más intenso y opuesto al efecto invernadero provocado por el aumento del dióxido de carbono”, estimado por el Panel Intergubernamental del Cambio Climático en 1,66 W/metro cuadrado. El investigador almeriense ha comparado la acción de los invernaderos almerienses sobre el clima local con el efecto protector neto de las nubes a escala planetaria, estimado en unos -20 W/metr
o cuadrado.

La huella de carbono neta de la producción de los invernaderos de la provincia también ha sido estimada por este investigador en otro estudio, en unos 300 gramos por kilo de producto, cuyo impacto térmico se ve compensado en un 40% por el efecto albedo. Esta huella es muy inferior a la de otras producciones similares del norte de Europa que, en muchos casos, cuentan con certificados de sostenibilidad climática, como ocurre con los holandeses. A diferencia de la agricultura intensiva de Centro Europa, la almeriense no necesita sistemas de calefacción ni iluminación artificial, lo que reduce su consumo energético y emisiones asociadas.

Campra ha calculado que el efecto albedo de las 30.000 hectáreas de invernaderos se ha traducido en un enfriamiento de la temperatura del aire equivalente a la retirada de unos doce millones de toneladas de dióxido de carbono de la atmósfera. Y es en este aspecto en el que se han fijado los investigadores del Departamento de energía de los EEUU y la Universidad de Berkeley, ya que el modelo desarrollado por el investigador almeriense en la universidad californiana es extrapolable a asentamientos urbanos, que pueden aprovecharse del efecto albedo descrito en los invernaderos del Poniente almeriense. La comprobación numérica del efecto albedo de los invernaderos almerienses ha sido realizada con el sofware Weather Research and Forecasting Model (WRF), un modelo de mesoescala para el desarrollo de previsiones atmosféricas. Gracias a este modelo, Campra ha desarrollado un sistema con el que puede calcular a largo plazo el impacto que el cambio en los usos del suelo va a tener en el clima local. Y es ahí donde reside el verdadero interés de este trabajo, publicado en la revista internacional Environmental Science & Technology, que puede aportar nuevas claves para la gestión del medio ambiente y de los usos del suelo en los entornos urbanos, gracias al aprovechamiento de la reflexión de la luz del sol que producen las superficies blancas.

De todos es conocido el efecto que produce la cal en las paredes de los pueblos blancos andaluces. Se trata de una práctica realizada desde hace siglos, que también se ha puesto en práctica a lo largo de toda la vertiente mediterránea. Estas prácticas ‘enfrían’ el entorno y reducen el gasto en climatización y la formación de contaminantes como el ozono. Algo así ocurre en Tel Aviv, denominada “la ciudad blanca”, donde el blanqueamiento de los terrados es una práctica habitual. Aunque no se tienen datos de campo que certifiquen el enfriamiento local de la ciudad israelí, se podrían calcular gracias al modelo desarrollado por el investigador almeriense, que integra datos climáticos y de superficie con el efecto de reflexión de la luz, que valen para estimar la superficie blanca necesaria para provocar un enfriamiento determinado en el ambiente.

El caso de Estados Unidos es bien diferente. Allí la mayoría de los techos de los edificios son de color oscuro. Este tipo de construcciones generan una importante cantidad de calor que luego tiene su reflejo en la factura eléctrica por uso de aire acondicionado. Si estuvieran pintados de blanco, aumentaría la reflexión de la luz solar y por tanto el calor que emiten, con lo que disminuiría sus necesidades de climatización. Lo mismo ocurre con los asfaltos, que a medida que son más oscuros absorben más calor y provocan un aumento de la temperatura en el interior de las ciudades. De ahí el interés que este país ha mostrado por la investigación de Pablo Campra, ya que en los últimos años, el país norteamericano está tomando conciencia de la importancia de reducir el consumo energético de sus ciudades y apostando por las energías renovables.

Los denominados “cool roofs” pueden convertirse en una solución de futuro para la reducción de las temperaturas en los entornos urbanos. Y más aún si se aprovecha su efecto en cadena. La climatización de edificios conlleva un gasto energético de primer orden y al mismo tiempo también se le asocia una emisión de aire caliente procedente de los aparatos de aire acondicionado, que acaba por aumentar la temperatura ambiente de las ciudades, fenómeno conocido como “isla de calor urbano”.

El modelo de Pablo Campra tiene la importancia de que ha podido validarse con los registros climáticos de 30 años de las dos estaciones agroclimáticas del Poniente, imprescindibles para poder definir tendencias de cambio climático En Estados Unidos se han realizado simulaciones similares en entornos urbanos, pero ninguna de ellas ha podido contrastarse con registros históricos fiables como los que disponen en Almeria.

Los invernaderos almerienses, la única construcción humana visible desde el espacio, rompen con su mala fama ambiental y han hecho posible la creación de un modelo que puede cambiar el color de los terrados y pavimentos de nuestras ciudades, para hacerlas más habitables y más sostenibles. El ‘modelo Almería’ vuelve a sorprender a la comunidad científica.

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